Lo nuevo y lo de siempre
Realmente no hay nada extraordinario en que la generación de Boric se vuelvan madres y padres, mientras que sí lo es el hecho de que puedan hacerlo
Es interesante la pregunta de por qué algo tan común como la reproducción de la especie de pronto nos resulta algo tan extraordinario. Y es que aparentemente ha comenzado a serlo. Así lo indican las cifras del marcado descenso en la natalidad. Dentro de las razones descritas se encuentran, desde luego, las económicas; hace un buen rato sabemos que la vida se volvió más costosa y que las generaciones más jóvenes no podrán acceder, por ejemplo, a la casa propia. Pero además, desde un punto de vista antropológico, en las sociedades liberales el periodo juvenil se va extendiendo. Lo que no cambia: la extensión de la adolescencia es un asunto de clase. No solo porque en las comunidades de bajos ingresos haya un menor acceso al control de la natalidad, sino porque se ha descrito que la maternidad joven puede ser considerada una vía a la adultez. Por el contrario, en capas más acomodadas las vías de realización personal se han diversificado.
Para las mujeres posponer la maternidad les ha dado oportunidades de desarrollarse en sus vocaciones como nunca antes. La contracara son los problemas asociados a la fertilidad, y algo de lo cual se habla menos, pero es una especie de rumor a voces, aquello que ha descrito la socióloga Eva Iliouz en su libro Por qué duele el amor: para los hombres heterosexuales la paternidad ya no significa ganar algún estatus, tampoco el matrimonio es una vía para acceder sexualmente a una pareja, como lo fue en las sociedades tradicionales. Por lo tanto, el interés por emparejarse disminuye en comparación con las mujeres heterosexuales que buscan tener un hijo acompañadas. Para Iliouz, esto explicaría algo que no cambia: ellas siguen sufriendo más por amor. Suponen, erróneamente, que no han logrado formar una familia porque han hecho algo mal en el campo sexoafectivo.
Junto a la baja en la natalidad, se describe lo mismo respecto de la frecuencia en los encuentros sexuales. Conviene pensar estos datos juntos. Diversos estudios en países desarrollados muestran un declive en su frecuencia, especialmente en generaciones jóvenes heterosexuales (escribí un artículo sobre eso en este diario). La impresión es que crecer psicológicamente por la vía del encuentro queda en detrimento por algo que parece más seguro: fortalecer el yo y la identidad. Si nos fijamos en las comedias románticas, hace unos 30 años el conflicto replicaba el de Romeo y Julieta: los amantes veían obstaculizado su amor por razones externas a ellos. Entrada la primera década de los 2000, esas razones se fueron desplazando hacia lo interno. Los amantes en el cine comenzaron a tener que decidir si optar por sus proyectos personales o bien postergarlos por la pareja. Y más allá de esas reivindicaciones personales, ya en los últimos años lo que se escucha con frecuencia es la presencia de ansiedades y sospechas cruzadas entre los sexos. Asimismo, una dificultad generalizada para resolver conflictos sin agresión y sin tener que acudir a abogados. Como en casi todo, en el campo sexoafectivo, también se esperan las cosas not: las cosas, pero sin el dilema.
Hay un asunto más a considerar, hace algunas décadas que las imágenes de futuro son catastróficas. Cuestión que alimenta la inseguridad, la falta de esperanza, así como también un individualismo nihilista; a veces frívolo.
Todo indica que hacen falta más razones para tener hijos que para no tenerlos. Quizá lo que llame la atención de que figuras políticas – ya muy lejos de la adolescencia – estén teniendo hijos, es que a ellos les tocó encarnar estos asuntos de época y sus consecuentes cambios culturales; por cierto, nada asegurados como vemos hoy. Durante no poco tiempo pensaron la política demasiado anclada a los intereses generacionales; por lo cual, como las estrellas de rock, cobraron un semblante muy fijo en lo juvenil. Pero realmente no hay nada extraordinario en que se vuelvan madres y padres más cerca de los 40 años, mientras que sí lo es el hecho de que puedan hacerlo, no solo por deseo, sino porque seguramente se han realizado material y profesionalmente. Como indican las estadísticas, que tener hijos se vuelva un lujo -de derecha o izquierda, da igual- es algo que debe ser pensado políticamente.
Como sea, hay muchas razones para tener o no tener hijos. Pero seguir reproduciéndonos no es sólo un mandato biológico, es, para la comunidad humana, una señal de esperanza. De que no solo necesitamos futuro como una idea de progresión cronológica, sino la convicción del porvenir: de que ninguna idea ni nadie puede arrogarse el punto final, y que a cada generación le toca garantizar que haya mañana para la siguiente.
Felicitaciones a los nuevos padres y madres, bendiciones a los que recién han llegado.