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paul auster
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Paul Auster: el fútbol y el sillón de los domingos

El fallecido novelista y cineasta estadounidense, más que un fanático de los deportes, fue un aficionado a “perder el tiempo” frente al televisor, observando “a los nuevos héroes de la civilización moderna”

Paul Auster
Paul Auster en enero de 2006.BEBETO MATTHEWS (AP)

“El fútbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destrozarse”. La frase, atribuida al recientemente fallecido escritor estadounidense Paul Auster, no sólo denota interés por el tema, sino una postura propia de quien mira el juego como instrumento más que el lenguaje de las tácticas. De quien lo observa más que lo practica.

Auster fue un deportista infantil, según propia confesión. Jugó beisbol y fútbol americano en el colegio, pero su análisis, manifestado en charlas y columnas, estaba centrado más bien en sus manifestaciones masivas. Alguna vez dijo que el triunfo de Francia en la Copa del Mundo de 1998 “fue la mayor alegría ciudadana que se recuerda en París desde la liberación del yugo nazi en 1944″.

Las reflexiones que más lo acercan al fenómeno, sin embargo, están en el libro Aquí y ahora, que recoge las cartas intercambiadas con el escritor sudafricano J. M. Coetzee entre el 2008 y el 2011, entre las cuales hay una –en la antesala de la Copa del Mundo del 2010– donde reflexionan sobre “la pérdida de tiempo” que significa sentarse en un sillón el domingo a presenciar un espectáculo deportivo.

Coetzee está decepcionado porque el deporte moderno, dice, carece de ética y por lo tanto es capaz de pasarse toda una tarde mirando tenis “en busca de un momento de heroísmo, de nobleza”. Para Auster, el ejercicio tiene un valor estético: “es arte en vivo. Hay ahí un elemento narrativo que nos conduce a un final, conocer el resultado. Experimentamos cierto estupor ante el hecho de que otro ser humano sea capaz de lograr tales cosas, que nosotros (como especie) no seamos únicamente los gusanos que muchas veces perecemos ser sino que también podamos realizar milagros– en el tenis, la música, la poesía, la ciencia–, y esa envidia y admiración se funden en un sentimiento de abrumadora alegría. Y es ahí donde se fusiona lo estético y lo ético”.

Auster recuerda en sus cartas que ver deportes en la televisión se transformó en un placer culpable. Prefiere, por supuesto, aquellos que conoce pero, sobre todo, donde están los equipos o los jugadores que conoce. “El interés se vuelve más profundo cuando cada jugador es una figura familiar, una cantidad conocida, y esta familiaridad aumenta la capacidad de uno para soportar el aburrimiento, todos esos momentos tristes en los que no sucede gran cosa”.

Cuando niño, le narra a Coetzee, “se me metió en la cabeza que los jugadores de fútbol (en su versión estadounidense) son los verdaderos héroes de la civilización moderna, quizás por verlo en las fotos o sentado frente al televisor los domingos”. Su madre le compró el equipamiento y pronto comenzó a fantasear con sus propias hazañas. Hasta que un día le escribió una carta a Otto Graham (el mariscal de campo de los Cleveland Browns, el mejor de su época) para invitarlo a su octavo cumpleaños. “Recuerdo una fantasía en la que Otto Graham venía a mi casa e íbamos al patio trasero para jugar a la pelota. Esa fue la fiesta de cumpleaños. No había otros invitados presentes, ni otros niños, ni siquiera mis padres, nadie excepto yo y el inmortal Otto”.

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