La gran fractura
En un año y medio de gobierno, y por razones distintas, dos de los tres partidos del Frente Amplio se ven arrastrados por una ola inmisericorde de acusaciones sobre temas de corrupción
En 2017, la socióloga francesa y especialista de la nueva izquierda española Héloïse Nez se preguntaba si el partido español Podemos podía “sobrevivir a su institucionalización”, o si se quiere si podía lograr la transición desde el movimiento social que lo vio nacer (el de los Indignados, o 15M) a la de una fuerza política orientada a gobernar sin perder la conexión con las causas sociales y populares que constituyeron su cuna. Seis años después, conocemos la respuesta: a poco de haber rozado el anhelado sorpasso ante e...
En 2017, la socióloga francesa y especialista de la nueva izquierda española Héloïse Nez se preguntaba si el partido español Podemos podía “sobrevivir a su institucionalización”, o si se quiere si podía lograr la transición desde el movimiento social que lo vio nacer (el de los Indignados, o 15M) a la de una fuerza política orientada a gobernar sin perder la conexión con las causas sociales y populares que constituyeron su cuna. Seis años después, conocemos la respuesta: a poco de haber rozado el anhelado sorpasso ante el PSOE en 2016, los resultados de las últimas elecciones locales españolas de mayo de 2023 arrojaron algo parecido a un aniquilamiento electoral, retrocediendo en todas las comunidades y desapareciendo en Madrid.
Pues bien, la misma pregunta que formulaba Nez en 2017 se puede formular seis años después a propósito del Frente Amplio chileno, una fuerza de nueva izquierda que Pablo Iglesias consideraba como un experimento de gran importancia, probablemente porque se daba en un régimen presidencial y no en un régimen parlamentario, en una coyuntura de cambio constitucional, pero también por la irrupción de un elenco de reemplazo de la vieja clase política de izquierda, socialista y comunista. De esta mirada externa acerca de su importancia, el Frente Amplio chileno tenía conciencia, lo que se reflejaba en una estrategia de presentación de sí mismo que para algunos era ambiciosa y para otros arrogante. No es un azar si Pablo Iglesias pudo criticar en septiembre de 2022, en su programa online “La Base” una vez conocidos los resultados electorales que vieron la irrupción de una nueva derecha radical (Republicanos) en mayo de 2023, sin arrugarse ni interrogarse sobre las bondades de su propio proyecto político, al presidente Boric, recurriendo a buenas preguntas sin respuesta (¿qué pudo ocurrir en tan poco tiempo para que se pasara del experimento a un resultado devastador?). Pocas semanas después, Iglesias experimentaría la misma medicina, sin proporcionar respuestas a la pregunta de en qué consiste la enfermedad, española y chilena.
A diferencia de la debacle del mundo de Podemos en España, nada parecido ha ocurrido con el Frente Amplio chileno, una coalición de tres partidos y un conjunto de movimientos sociales (así como de varios pequeños think tanks) que sí alcanzó el sorpasso -en alianza con el Partido Comunista- ante la coalición del Socialismo Democrático agrupada en torno al Partido Socialista en las elecciones parlamentarias de 2021. Buena parte de su éxito electoral radicaba en la aparición de una brillante generación de dirigentes estudiantiles en 2011, cuyo leitmotive era una crítica feroz a la centroizquierda por haber incurrido en casos de corrupción que tuvieron lugar en los 24 años de gobiernos encabezados por el Partido Socialista y el Partido por la Democracia, en alianza con el Partido Demócrata Cristiano (1990-2010 durante la era de la Concertación y 2010-2014 bajo el gobierno de la Nueva Mayoría liderado por Michelle Bachelet).
Es así como un cuarto de siglo de historia política fue calificado por muchachas y muchachos frenteamplistas como un periodo marcado por la corrupción y una débil respuesta al modelo neoliberal imperante, confundiendo la pregunta por la salida del neoliberalismo con la salida del capitalismo. No es difícil advertir que en esta severa crítica se encontraba presente un proyecto de reemplazo de viejas izquierdas por una nueva izquierda, a partir de una presentación de sí misma hecha de ética inquebrantable.
Un puñado de años más tarde, el espectro de la debacle política y moral se cierne sobre esta nueva izquierda frenteamplista.
El Frente Amplio chileno es una coalición que fue formada en 2017 y que está compuesta por tres partidos formales (Comunes, Revolución Democrática y Convergencia), cuya potencia electoral fue del 16,5% en las elecciones parlamentarias de 2017, perdiendo 400 mil votos en 2021 (14,41% de los sufragios), en un país que se caracteriza por una altísima fragmentación partidaria (21 partidos representados en la Cámara de Diputados y 39 diputados independientes, todo un récord). Pues bien, en 2022 el partido Comunes enfrenta una grave y bullada crisis tras malas rendiciones de cuentas electorales, experimentando un verdadero e incalificable asesinato de imagen con la irrupción de policías a su sede para incautar información y computadores ante el registro atento, y en directo de todos los canales de televisión.
Aquel episodio fue una primera herida al estoicismo moral de esta nueva izquierda, pero no fue lo suficientemente potente para inferir un daño relevante al desempeño electoral del Frente Amplio: en 2021, triunfó ampliamente en la elección presidencial su candidato Gabriel Boric, en un régimen de votación voluntaria.
A partir de marzo de 2022, es un ex dirigente estudiantil de 36 años quien gobierna los destinos de Chile. Al poco andar, su gobierno experimenta una primera y dura derrota en el plebiscito de salida para aprobar un nuevo texto constitucional, la que se repetirá en mayo de 2023 con la elección de 50 consejeros constitucionales para ensayar un nuevo proceso de cambio constitucional.
Para enfrentar el plebiscito de salida de septiembre de 2022, el Gobierno del presidente Boric se jugó por entero su destino en la aprobación de una nueva Constitución, apelando a un espíritu refundacional del texto que se armonizaba bien con el ímpetu transformador y de reemplazo de la generación política de izquierda que se encontraba de salida. Esa apuesta fue duramente castigada: aun queda en el recuerdo una entrevista del líder del partido Revolución Democrática Giorgio Jackson, ad portas de ser nombrado ministro secretario general de la presidencia, quien ató el futuro del gobierno a un resultado favorable en el plebiscito de salida. Un error terrible.
En junio de 2023, los medios informan acerca de una grave situación de tráfico de influencias y, probablemente, de corrupción, que afecta a militantes del partido Revolución Democrática mediante una de sus fundaciones vinculadas al financiamiento derivado del ministerio de Vivienda y Urbanismo. Un año después de las irregularidades que afectaron al partido Comunes, hoy es un segundo partido del Frente Amplio el que se encuentra involucrado en graves acusaciones de irregularidades y posible corrupción. Dicho en simple: en un año y medio de gobierno, y por razones distintas, dos de los tres partidos del Frente Amplio se ven arrastrados por una ola inmisericorde de acusaciones sobre temas de corrupción que fueron precisamente las que permitieron el nacimiento de esta nueva izquierda.
El impacto ha sido muy profundo, ya que el presidente Boric relevó rápidamente de su cargo a la subsecretaria de Vivienda y militante de Revolución Democrática, Tatiana Rojas, mientras que el partido exigía la expulsión de dos de sus militantes y suspendía de su militancia a la vicepresidenta de la Cámara de Diputados Catalina Pérez. Este caso, sumado al de Comunes, arriesga con ser un golpe mortal para el Frente Amplio: no por razones electorales que aun están por verse, sino por una debacle moral completamente auto-inducida.
Hay toda una elección que se desprende de la posible debacle del Frente Amplio por el intermedio de uno de sus principales partidos. Si ya es poco frecuente que una generación política emerja para desplazar y reemplazar a otra generación más antigua que se encuentra en posiciones parlamentarias y municipales de poder, es aun más extraño que el proyecto de reemplazo descanse en razones morales. Cuando la ética política se disfraza de moralina y quienes apelan a ella como justificación principal para existir chocan con la realidad y las bajas pasiones de subjetividades corruptibles, el costo a pagar puede ser terrible.
No sabemos de los efectos de esta gran fractura, política y moral, que podría afectar al Frente Amplio. De lo que sí podemos estar cada vez más seguros es que, de no mediar transformaciones dramáticas en el desempeño del gobierno y de las dos coaliciones que lo sustentan, es técnicamente imposible siquiera proponerse ganar la próxima elección presidencial. De continuar este curso de colisión, no sería raro que en Chile se produzca en 2025 una segunda vuelta presidencial a la francesa (la del 2002) en la que ningún candidato de izquierda pase el umbral de la primera.