Chile: tres claves de las elecciones del 7 de mayo
La derecha chilena debe entender que es la hora de asumir la responsabilidad que le han dado los ciudadanos y ver la oportunidad histórica de cerrar de buena forma la discordia constitucional, generando un contraste en forma y fondo respecto del fracasado proceso anterior
La elección de consejeros constitucionales en Chile del pasado 7 de mayo, más allá de la histórica derrota del Gobierno del presidente Gabriel Boric o del triunfo de la derecha –especialmente del Partido Republicano–, vuelve a desafiar la lógica política tradicional chilena y sorprende.
Si hace poco menos de dos años la izquierda quedó con los dos tercios del órgano constituyente anterior en las elecciones de convencionales constituyentes del 14 y 15 de mayo del 2021, hoy, en este segundo intento, el resultado es el totalmente opuesto: es la derecha la que obtiene esos mismos dos tercios.
Pero, ¿cómo se ha producido este cambio? Se hace necesario detenernos en tres claves que podrían ayudar a comprender el fenómeno.
1. El eje izquierda y derecha se hace insuficiente para explicar cómo una parte importante y creciente de los ciudadanos está tomando sus decisiones. Ni Chile se hizo de izquierda el 2021 ni se hizo de derecha el 2023, al menos no en su sentido ideológico.
Los significados de ambos conceptos se han desdibujado. Lo que es hoy ser de derecha o de izquierda es una discusión abierta y está lejos de la nitidez que tuvo en tiempos de la Guerra Fría. Estos conceptos son especialmente insignificantes para aquellos electores a los que la política tradicional les parece lejana y poco interesante, es decir, los que antes no votaban, pero hoy se hacen sentir con fuerza.
Por lo anterior, para casi la mitad de los electores no fue la derecha la que triunfó ni la izquierda la derrotada, sino que fue un triunfo de otras dimensiones –muchos más intensas para ellos–, como, por ejemplo, el eje seguridad frente a la delincuencia.
2. El voto obligatorio es, sin duda, uno de los cambios institucionales más importantes a la hora de entender las diferencias entre los resultados de las elecciones del 2021 con voto voluntario y lo que sucedió el domingo pasado.
Al analizar la participación electoral de la elección del 2021 que fue de un 41,5% con voto voluntario, y ahora compararlas con las de hace una semana que fue de un 84,9%, vemos que esta enorme diferencia significa que más de seis millones de ciudadanos entraron a votar en estos dos años. De ellos, cinco millones lo hicieron solo a partir de la entrada en vigencia del voto obligatorio en el plebiscito constitucional de salida el pasado 4 de septiembre, donde la opción de quienes rechazaron el texto propuesto obtuvo el 62% de las preferencias.
Es razonable suponer que la entrada masiva de nuevos electores ha generado, en parte, el cambio de dirección de la política chilena, así como también que es, sin duda, solo uno de los factores y no el único. Por sus dimensiones, sin embargo, necesariamente es uno de los elementos al que hay que poner atención.
Los más de dos millones de votos nulos son también otro fenómeno que necesita explicación. ¿Cuánto de voto de protesta o de desinterés por el proceso y cuánto de falta de educación cívica, de saber cómo votar, en este caso eligiendo solo un candidato?
3. Voto de castigo: los ciudadanos, en un ambiente de alta desconfianza hacia la política, tienden con mayor facilidad a votar contra algo y no a favor de algo. Esto parece aplicarse perfectamente a la política chilena de los últimos años.
El voto de castigo ya se había manifestado en elecciones anteriores, aun con voto voluntario, estableciendo como patrón de conducta electoral que en los últimos 20 años todos los gobiernos en ejercicio perdieron las elecciones de medio mandato, fueran municipales o extraordinarias como las de convencionales o consejeros constitucionales, sin importar su signo político. El voto como una herramienta de rendición de cuentas y, especialmente, de castigo frente a la decepción, aparece con fuerza como explicación de los resultados.
En esta elección, el presidente Boric trató de tomar distancia, una actitud muy distinta al protagonismo que tuvo en la campaña por el plebiscito de septiembre de 2022.
Para los ciudadanos, el mal desempeño del Gobierno en temas tan importantes como la seguridad pública, la inmigración irregular descontrolada y el alto costo de la vida, fueron los verdaderos movilizadores del voto.
La asociación que hizo el elector entre las listas de candidatos de izquierda, el Gobierno y ambos con la campaña para aprobar el texto constitucional en septiembre, fue directa. Reprodujo, por lo mismo, los resultados de 38% para las listas del Gobierno y de 62% para las de oposición (los mismos del plebiscito constitucional de 2022).
En esto, el Partido Republicano de José Antonio Kast se transformó en el gran vehículo catalizador de ese voto de castigo al Gobierno y, en segundo orden, a la política tradicional.
Estas tres claves le dan una perspectiva a los resultados de la elección, con elementos de continuidad y cambio.
Entender por qué se gana o se pierde una elección es indispensable para quien busca consolidar o modificar esta realidad. Así, la derecha chilena debe entender que es la hora de asumir la responsabilidad que le han dado los ciudadanos con una amplia mayoría y ver la oportunidad histórica de cerrar de buena forma la discordia constitucional, generando un contraste en forma y fondo respecto del fracasado proceso anterior. Si el anterior fue maximalista y con una pretensión refundadora, esta vez el camino debe ser pragmático y respetuoso de nuestra tradición constitucional.
Las consecuencias y costos de la anterior convención siguen impactando en la evaluación que los ciudadanos hacen de la izquierda chilena –y esto incluso puede perdurar por décadas–, salvo que quienes se sienten victoriosos en la derecha decidan seguir el mismo camino.
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