Un marco de acción para el futuro en Chile
Modernizar el Estado y airear una economía oligopólica, poco transparente y altamente concentrada, requiere una agenda estratégica más allá de la Constitución
La incerteza es lo que predomina en Chile. También ahora, cuando el país está ad portas de optar por aprobar o rechazar la propuesta de una nueva Constitución, aparece como la principal emoción relacionada con el proceso constituyente. La incertidumbre se refleja también en los swaps de riesgo crediticio, que empezaron a subir post estallido social. Hoy, asegurar la deu...
La incerteza es lo que predomina en Chile. También ahora, cuando el país está ad portas de optar por aprobar o rechazar la propuesta de una nueva Constitución, aparece como la principal emoción relacionada con el proceso constituyente. La incertidumbre se refleja también en los swaps de riesgo crediticio, que empezaron a subir post estallido social. Hoy, asegurar la deuda a cinco años contra un eventual impago, sale más caro para Chile que para Perú. Como explicó Sebastián Boyd, de Bloomberg, eso no tiene tanto que ver con la expectativa de que Chile no pagara su deuda sino más bien con la incertidumbre política en el país, que se suma a la incertidumbre internacional. Hoy “nadie sabe cómo va a ser Chile en cinco años más,” ni sabe “qué implica que gane el Apruebo o que gane el Rechazo.”
Chile ya lleva tres años de esfuerzos para unir más su sociedad fragmentada. Las masivas protestas sociales en octubre 2019 tenían al país a poca distancia de una guerra civil, cuando los partidos políticos lograron sellar un acuerdo transversal para la “paz y la justicia social”, abriendo la opción de crear una nueva Constitución. Este pacto, y quizás ante todo las medidas draconianas dictadas por el Covid-19 en 2020 habían puesto finalmente paños fríos a protestas acaloradas que en parte se expresaron de forma muy violenta.
El plebiscito de octubre 2020 finalmente había traído buenas noticias: tuvo una alta participación electoral, y mostró una enorme cohesión en el resultado: casi un 80% de los votantes se declararon en favor de partir un proceso constituyente. Así, en mayo 2021 se eligieron los integrantes de una asamblea constituyente, que en julio de 2022 concluyó su trabajo con la entrega de una propuesta de nueva constitución después de doce meses de trabajo. El texto elaborado tiene un carácter más ecológico y social, e introduciría cambios importantes en el sistema político. Es esa propuesta la que se debe aprobar -o rechazar- el 04 de Septiembre 2022.
Todavía no hay un adecuado apoyo ciudadano detrás de alguna de las dos opciones. Así, el resultado del referéndum el 04 de Septiembre sigue siendo incierto, por un alto porcentaje de votantes indecisos. De aprobarse, un 84% de las personas indicaron que el texto debiera modificarse en el corto plazo; de rechazarse, un 86% piensa que la actual Constitución tampoco sea la solución, y que igual debiera enfrentar reformas, reflejó una encuesta de Ipsos y del think tank Espacio Público, a julio 2022.
Una parte de la incerteza en Chile se debe al hecho de que recién después del plebiscito se podría partir el proceso de ajustar al nuevo o antiguo texto constitucional con el objetivo de que tenga amplio respaldo ciudadano. A los casi tres años que ya pasaron desde 2019, habría que sumar entonces más tiempo aún para ajustar los textos, y agregar probablemente al menos un década más para la implementación de la nueva constitución. Los ánimos reflejan este paso del tiempo: mientras en 2019 un 56% de las personas encuestadas creó que una nueva constitución ayudaría a resolver los problemas del país, en 2022 este porcentaje se redujo a solo un 36%, como muestra una encuesta del Centro de Estudios Públicos, otro think tank en Chile. Los datos revelados por Ipsos y Espacio Público reflejan esa misma visión: de cuatro personas, en promedio casi tres indicaron que probablemente ni corrupción, ni delincuencia, ni desempleo se mejorarían con una nueva constitución - ni tampoco los abusos del sector privado frente a los consumidores.
Post-estallido social se habían realizado múltiples propuestas para abordar mejor la corrupción, la captura del Estado, y la concentración económica. No obstante, en su tiempo no hubo espacio para abordar estas agendas más tangibles. Con mayor razón deberían retomarse ahora, en paralelo al proceso constitucional.
En Chile, modernizar el Estado, y airear una economía oligopólica, poco transparente y altamente concentrada, requiere de agendas estratégicas – más allá de la Constitución, y también más allá de las típicas micro-reformas que se plantean. Las reformas pendientes se suman también a la transformación que todos los países deberán enfrentar en estos momentos, i) a nivel del Estado para ajustar el empleo público tal como el empleo privado debe hacerlo a raíz de la IV. Revolución Industrial; y ii) a nivel de la Economía, para que los mercados sean más dinámicas y contestables - y a la vez, más sostenibles de verdad, más allá del greenwashing que se observa a nivel internacional.
Frente a todas estas Agendas de Reformas necesarias para Chile, el plebiscito del 04. de Septiembre 2022 podrá evocar una escena de la novela “Goodbye Berlin” de Wolfgang Herrndorf – cuando el protagonista se siente como un náufrago flotando que ve como un crucero pasa a su lado, y alguien le tira una lata Red Bull.
A la vez, hay mucho que se puede hacer en concreto para encaminar reformas también más concretas y dar confianza en el proceso y su gradualidad. Un primer objetivo debería justo ser reducir la incerteza – no con reformas específicas, sino cambiando la forma como las reformas se plantean. Cuán importante es la gestión del desafío “incertezas” en sí, fue recordado entre otros por la revista FORBES: en la economía podría ser mejor tener que lidiar con un mal trimestre que está seguro por venir, en lugar de no tener idea de lo que está a la vuelta de la esquina, destacó en 2020. Junto con ello, citó un estudio de 2016 que demostró que personas pueden percibir un estrés medible- y significativamente mayor cuando saben que eventualmente pueden sentir un dolor en una determinada situación, que cuando saben definitivamente que lo van a sentir. “Es mucho peor no saber que vas a recibir un dolor que saber que definitivamente lo harás o no” explicó el principal autor del estudio, Archy de Berker. El cerebro humano no fue creado para lidiar bien con incertezas cuando son excesivas, destaca también un análisis en el Harvard Business Review. Podrán conducir a respuestas como “luchar, congelarse o huir”, y disminuir motivación, cooperación, autocontrol, y bienestar en general, como es el caso en el Chile actual.
Reducir la incertidumbre y a la vez inducir los cambios que Chile requiere, solo se puede lograr si en paralelo al proceso constituyente -que seguirá- la elite política se comprometiera a una Agenda de Reformas, con una visión a 10-15 años, y objetivos estratégicos medibles. En otras palabras: necesitamos saber hacia dónde vamos – y ello es más importante que saber qué estamos haciendo. Será interesante que esta agenda se fije incluso en leyes orgánicas -como instrumento intermedio entre la Constitución y las leyes comunes- para así reflejar un compromiso político de verdad, según resultados finales que se persiguen para el país.
Sea con un “apruebo” o “rechazo” el 04 de septiembre: en el futuro, Chile necesita ser más ecológico, más paritario, menos concentrado económicamente, y más innovador en sus mercados. Necesita acercarse a la OCDE, y sostener un mayor crecimiento económico, ante todo de empresas medianas. Para todos estos ámbitos, se podrían fijar métricas, y objetivos claros – según los cuales después se pueden discutir las respectivas medidas que permitirían avanzar año por año. De esta manera, a las reformas se le daría un marco que permitiría alinear más los intereses y facilitar la transición, junto con llevar a una reducción de las incertezas y una mayor consistencia en las políticas públicas.
Por último, a la hora de llevar a cabo procesos de transformación, es bueno recordar a Kurt Schumacher, ex presidente del partido socialdemócrata de Alemania, cuando advirtió en 1949 que el concepto de la “Economía Social de Mercado” -recién bautizado después de la segunda guerra mundial- no sería más que un “globo de marketing”. En buena parte, tenía razón. Alemania nunca fijó como medir este concepto, y la política tampoco se comprometió con grandes objetivos asociados.
Cuando Chile busca ahora avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo económico y social, podría ser inspirador darle también un nombre adecuado, como Alemania lo hizo en su tiempo. Podría ser una Economía Sostenible de Mercado. Le quitaría incertezas y podría motivar a múltiples actores nacionales e internacionales a volver a creer más en el futuro de Chile, ante todo cuando este concepto sea acompañado por métricas medibles y un compromiso escrito y tangible desde la política.
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