El humor ácido de David Foster Wallace sube al escenario

El relato ‘En lo alto para siempre’ se convierte en obra de teatro en el Lliure

Los actores de la obra Gonzalo Cunill y Gemma Polo, en escena.TEATRE LLIURE

La mirada crítica y el humor ácido del escritor neoyorquino David Foster Wallace llegan al Teatre Lliure con el espectáculo En lo alto para siempre. Una pieza de creación del dramaturgo Juan Navarro y del actor Gonzalo Cunill que surge a partir del relato homónimo del autor estadounidense, publicado en Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999). La puesta en escena es un viaje que oscila entre el éxtasis y el calvario de un joven que decide saltar por primera vez del trampolín de una piscina, en una me...

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La mirada crítica y el humor ácido del escritor neoyorquino David Foster Wallace llegan al Teatre Lliure con el espectáculo En lo alto para siempre. Una pieza de creación del dramaturgo Juan Navarro y del actor Gonzalo Cunill que surge a partir del relato homónimo del autor estadounidense, publicado en Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999). La puesta en escena es un viaje que oscila entre el éxtasis y el calvario de un joven que decide saltar por primera vez del trampolín de una piscina, en una metáfora sobre el brinco transitorio que se experimenta cuando se aproxima la vida adulta. La obra, que se estrena este jueves en la sede de Gràcia, se podrá ver hasta el 16 de febrero.

Llevar un texto de Wallace (1962-2008) al teatro es algo que pocos se han atrevido a hacer en Barcelona. Navarro presenta por primera vez en el Lliure una adaptación de un relato del norteamericano, famoso por su novela La broma infinita, en una labor que tilda de compleja. El director describe que tomaron como base su texto, pero que los diálogos surgieron de una serie de improvisaciones de temáticas concretas entre los actores Cunill y Gemma Polo. "Otra línea de trabajo fue un enfoque abstracto y sonoro", apunta.

El espectáculo está dividido en un tríptico conceptual de tres escenas que se se apoyan entre ellas, según Navarro. "Alguien que no conoce su obra va a sentir curiosidad por explorarla", añade. El dramaturgo detalla, además, que el relato es una historia que el neoyorquino escribió a partir de una experiencia personal en la que "deja ver su soledad" a través de la metáfora del trampolín, como un salto hacia el vacío.

Cunill explica por su parte que el reto fue encontrar un texto troncal de Wallace que pudiesen situar en universos personales, en lugar de unir varios fragmentos del libro. "No es un autor teatral y se trata de una obra literaria inmensa. Sabíamos que llevar al teatro eso sería difícil", asevera. El estadounidense, según recuerda el actor, decía que la buena escritura debe calmar a los perturbados y perturbar a los calmados, una filosofía que intentaron transmitir en la puesta en escena. "Nunca intentamos imitar su trabajo, ni que la gente piense que es un texto suyo", describe.

Un 'mapping' en escena

Navarro menciona que en el escenario emplea la tecnología del mapping; un proyector de vídeo delimita el contorno y despliega en él imágenes como palabras, líneas y cuadrículas o figuras en movimiento. El director sostiene que, en contraparte, decidió utilizar pocos elementos físicos en la adaptación como el trampolín de la metáfora, además de un par de sillas y micrófonos. "Más que una escenografía son objetos", matiza. En cuanto a la iluminación, destaca que siempre le han llamado la atención los colores fuertes y que hizo una selección de tonalidades inspirada en la estética del arte pop. "Foster Wallace fue un tipo compulsivo a nivel de colores", asegura. Una luz morada estroboscópica, o las barras que suelen aparecer en los televisores cuando recogen una transmisión sin señal, son solo algunos de los colores proyectados en escena.

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