Crónica

Del folk más plácido de los años sesenta a Alfa Centauri

Bedouine y Jay Jay Johanson, en la segunda noche de la Mercè

Concierto de Jay Jay Johanson en la Mercè, este sábado.Massimiliano Minocri

La lluvia, probablemente enviada por Santa Eulalia, aún triste por haber perdido su patronazgo, jugó con la Mercè durante todo el día, pero al final respetó como mínimo el inicio de las actividades musicales de la noche. La dulzura de la cantante folk de origen sirio Bedouine cautivó con su sosiego en la plaza Joan Coromines, mientras que el croonerdigital Jay Jay Johanson llenaba la contigua de los Àngels, donde repasó su repertorio trufándolo con sus canciones más exitosas. Eran las dos primeras citas de una noche que luego seguiría con el flamenco de Chicuelo en la Catedral y las p...

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La lluvia, probablemente enviada por Santa Eulalia, aún triste por haber perdido su patronazgo, jugó con la Mercè durante todo el día, pero al final respetó como mínimo el inicio de las actividades musicales de la noche. La dulzura de la cantante folk de origen sirio Bedouine cautivó con su sosiego en la plaza Joan Coromines, mientras que el croonerdigital Jay Jay Johanson llenaba la contigua de los Àngels, donde repasó su repertorio trufándolo con sus canciones más exitosas. Eran las dos primeras citas de una noche que luego seguiría con el flamenco de Chicuelo en la Catedral y las propuestas africanas previstas en el Moll de la Fusta.

Bedouine, todo sosiego con su guitarra acústica, retrotrajo al público a los años sesenta y al folk más plácido. Moviendo su melena como lo hacen quienes ven en ello un gesto delicado, destacó su pieza Echo Park, en la que cuenta cómo ha cambiado el barrio de Los Ángeles donde vive, una historia muy común en nuestro mundo y que ahora ocurre sin que sea necesario envejecer para vivirla. Por su parte, Jay Jay Johanson siguió con un concierto más digital, con programaciones que sustentaron una propuesta perfecta para animar con su canción electrónica un crucero espacial a Alfa Centauri, sin ir más lejos.

La noche anterior otorgó protagonismo a dos personajes singulares. Por un lado destacó la actuación vibrante y energética de Duckwrth, un rapero californiano que parecía haber atracado una farmacia vaciándola de estimulantes. Su concierto tuvo lugar en una Plaça dels Àngels que fue liberada temporalmente del dominio de los skaters, sin espacio para lucir sus habilidades sobre la versión urbana de las alfombras mágicas orientales. Una multitud llenaba la plaza, uno de los epicentros del BAM.

Allí campó a sus anchas Duckwrth, enfundado en un mono amarillo que lo convertía en una banana filiforme, acompañado por un guitarrista y un disc jockey. En sus 45 minutos de actuación desplegó un alarde de facultades atléticas, no paró de botar como aquejado por el baile de San Vito y ofreció un hip-hop de marcada musicalidad, que huía de las bases cartesianas e insistentes y se deslizaba ante el solaz de la multitud, ya poseída por el baile, hacia el soul o el funk. Citar a Andre 3000 o NERD como referentes resultaría adecuado. Y mientras Duckwrth se deslomaba festivamente, algunos skaters localizaron un amplio espacio en la parte izquierda de la plaza y allí uno de ellos se lució impulsando lateralmente la tabla con los pies de forma que esta se elevaba girando sobre sí misma hasta que su mano izquierda la detenía en pleno vuelo y con un golpe de muñeca se la cambiaba de mano. Asegurar sus tobillos, nariz y muñecas no debe tener precio.

La sorpresa de la noche

Más tarde, en la contigua Coromines, ahora parcialmente asfaltada y por lo tanto mucho más habitable, el lisboeta Conan (por el bárbaro) Osiris (por la deidad) se revelaba como la gran sorpresa de la noche. Su aspecto era genial: vestía una especie de abrigo largo calado, calzones de muay thai, zapatillas deportivas y cabello, azabache brillante, ceñido por un recogido. Su acompañante, un bailarín con falda plisada que dejaba ver el pantalón corto que iba debajo, sacudía su cuerpo acalambrándolo al compás de los arranques rítmicos de Conan, una estrella de la hibridación. Su voz, melódica, con la entonación y espíritu del fado, se dejaba querer por influencias árabes y del hip-hop, cabalgando sobre bases electrónicas que entraban en frenética aceleración, llevando a Conan Osiris y su bailarín bien a hacer twerking o a sacudir sus pelvis con tal furia que podrían quitar el polvo a una colección de alfombras. Excitante su concierto de “prostitución” del fado, totalmente sexual y expansivo. Una actuación muy propia del Sónar ofrecida para toda la ciudadanía.

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