Opinión

La seguridad como arma política

Cuando muchos ciudadanos viven con la angustia en el cuerpo, ese discurso cala y es útil como tapadera de las causas profundas

Una redada de narcopisos en el distrito de Ciutat Vella de Barcelona. ALBERT GARCÍA

Cuando se habla de seguridad en política, siempre me acuerdo de las elecciones presidenciales francesas de 2002. Durante los meses previos a la primera vuelta parecía como si Francia se hundiera en la inseguridad. Pero Jean Marie Le Pen adelantó a Jospin y fue el presidente del Frente Nacional el que disputó la segunda vuelta a Jacques Chirac. Milagro, al día siguiente la inseguridad había dejado de ser noticia.

Sirva esta anécdota para situar un debate que siempre tiene algo de tramposo porque se basa en la confusión de un concepto con mil caras. Bajo el epígrafe seguridad caben cosas ...

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Cuando se habla de seguridad en política, siempre me acuerdo de las elecciones presidenciales francesas de 2002. Durante los meses previos a la primera vuelta parecía como si Francia se hundiera en la inseguridad. Pero Jean Marie Le Pen adelantó a Jospin y fue el presidente del Frente Nacional el que disputó la segunda vuelta a Jacques Chirac. Milagro, al día siguiente la inseguridad había dejado de ser noticia.

Sirva esta anécdota para situar un debate que siempre tiene algo de tramposo porque se basa en la confusión de un concepto con mil caras. Bajo el epígrafe seguridad caben cosas muy diversas: de la delincuencia callejera a la suciedad o la iluminación de las calles, de las situaciones de marginación y pobreza a las formas de ocupación mafiosa organizada, del ruido y la bronca de zonas de especial concentración turística a los jóvenes marginales, de la criminalización de la inmigración a los traficantes urbanos, y otras muchas más. Un barullo que no es inocente porque reduce problemas complejos a una forma simple que siempre arranca aplausos: mano dura. Y favorece las propuestas demagógicas como las del que afirma con voz campanuda y sin pestañear que en noventa días acabará con el top manta. Puro populismo.

El debate de la seguridad es simplificador —y por tanto empobrecedor— porque la palabra va asociada a una sola idea: ley y orden. Y porque su eficacia electoral se funda en su capacidad de generar climas de opinión muy reactivos a partir de unas pocas cifras y noticias, dado que la fragilidad es condición humana y el miedo es el sentimiento más extendido.

Tradicionalmente se ha dicho que la derecha es sensible a la seguridad y la izquierda la desprecia

No hay ninguna duda de que la seguridad será tema recurrente de las elecciones municipales en Barcelona. Se da el escenario óptimo. Tradicionalmente se ha dicho que la derecha —gente de orden— es sensible a la seguridad y la izquierda la desprecia. Es verdad que a la izquierda le ha costado entender la gestión de los miedos en unas sociedades con amplias capas medias acomodadas. Unos sectores a los que la crisis ha colocado ante situaciones de vulnerabilidad que creían superadas, al tiempo que la austeridad disminuía la capacidad de protección tanto por la pérdida de posición de gran parte de la ciudadanía como por la reducción de los recursos públicos.

Cuando muchos ciudadanos viven con la angustia en el cuerpo, el discurso de la seguridad cala y es útil como tapadera de las causas profundas del malestar, las que se derivan de una situación económica y social grave. Y al mismo tiempo sirve para la construcción de chivos expiatorios a los que cargar nuestras desgracias: con los inmigrantes y los perdedores como principales objetivos.

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Las campañas vienen siempre marcados por el candidato saliente. En el caso de la alcaldesa Ada Colau, que proveniente de los movimientos sociales alcanzó la alcaldía pillando por sorpresa a los poderes establecidos, la lluvia de dardos acusadores de dejadez caerá implacablemente sobre ella. Decía el entrañable Josep María Ainaud de Lasarte que había vivido la dictadura de Primo de Rivera, la República, el franquismo y la democracia y que siempre habían gobernado amigos y conocidos de casa. Con la llegada de los Comunes se rompió la cadena: nadie de los acostumbrados a mandar les había saludado nunca. Y la desconfianza es estructural.

No hay ninguna duda de que la seguridad será tema recurrente de las elecciones municipales en Barcelona

Que la derecha se lance por la vía de la visión reduccionista de la seguridad es lo más normal del mundo. Siempre lo ha hecho y ahora más, en la medida en que sus recetas económicas actuales, el mal llamado neoliberalismo, tienen poco que ofrecer para una seguridad en sentido integral (económica, social y legal). La izquierda, con razón, no querrá regalarle el tema de la seguridad. El riesgo es que en el simplismo de la batalla política no lo sepa matizar y complicar. Desde la izquierda la seguridad no puede ser sólo más policía, más represión. La seguridad hay que entenderla globalmente y eso empieza por el trabajo, por la vivienda, por la enseñanza, por la atención, por el transporte, por la lucha contra la precariedad y la marginación. En definitiva, por los grandes problemas de la ciudad. Pero desgraciadamente es inútil pedir que se afronte el debate de la seguridad con rigor y sin demagogia. Para algunos es el arma más barata para crear un clima contra sus adversarios. Y con eco fácil en los medios.

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