Un rastrillo contra el paro

Nueve asociaciones dan trabajo a casi 300 personas en riesgo de exclusión para rehabilitar las zonas degradadas de 15 distritos de Madrid donde no actúan las contratas

Trabajadores del equipo de actuación de Carabanchel, organizado por la fundación San Martín de Porres.KIKE PARA (EL PAÍS)

Las puntas metálicas de un rastrillo peinan el césped que hay junto al número 10 de la calle de Besolla, en el barrio de Pan Bendito. Quien lo sostiene, Julio Aguado, madrileño de 58 años, se esfuerza en amontonar los restos de la poda que sus compañeros, 18, han hecho a los árboles. No son jardineros municipales, pero por el color amarillo de sus monos lo parecen. Les ha contratado la fundación San Martín de Porres y forman el equipo de actuación distrital de Carabanchel, que se encarga de adecentar los espacios privados de uso público, como los jardines de los vecindarios, donde las contrata...

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Las puntas metálicas de un rastrillo peinan el césped que hay junto al número 10 de la calle de Besolla, en el barrio de Pan Bendito. Quien lo sostiene, Julio Aguado, madrileño de 58 años, se esfuerza en amontonar los restos de la poda que sus compañeros, 18, han hecho a los árboles. No son jardineros municipales, pero por el color amarillo de sus monos lo parecen. Les ha contratado la fundación San Martín de Porres y forman el equipo de actuación distrital de Carabanchel, que se encarga de adecentar los espacios privados de uso público, como los jardines de los vecindarios, donde las contratas no están autorizadas a operar. Para Aguado, como para la mayoría, este trabajo es el primero en casi una década, y eso es lo que ha primado en la asociación para emplearle: dar una oportunidad a personas en riesgo de exclusión social. Lo mismo hacen otras ocho entidades en 15 distritos de Madrid.

“No saber si vas a encontrar trabajo te hace vivir el día a día bastante mal, porque uno no sabe si mañana vas a tener para meter algo en la nevera para que tus hijos puedan comer”, dice Aguado, padre soltero de dos niños de 9 y 11 años. Su último trabajo fue de vigilante de obra en Torrijos, un pueblo de Toledo, pero llegó la crisis y le hizo invisible. Ahora, desde que en enero le llamaron para decirle que estaba contratado, vive sin la presión luchar a la desesperada. “Estos años he salido adelante con alguna chapucilla, como podía”, asegura.

Tanto Aguado, quien también fue encofrador, como el resto de compañeros quitan las malas hierbas y “dejan bonito” los jardines que, se quejan, “están poco cuidados”. Cuando arrancó la legislatura, el Ayuntamiento dedicaba casi el doble de dinero a limpiar los distritos más ricos de la capital respecto a algunos más pobres por culpa de los contratos licitados por el Partido Popular en 2013, blindados hasta 2021, y que impiden redistribuir los recursos y esfuerzos de los operarios de limpieza.

“No me lo hubiera imaginado”

Susana Vilariño, madrileña de 47 años, ha hecho un curso de albañilería para trabajar. “No me lo hubiera imaginado”, cuenta. Salvo un periodo de 9 meses, ha estado parada 8 años.

“Lo mismo cogemos desbrozadoras que brochas”.

Julio Aguado, madrileño de 58 años parado una década, dice que ahora “lo mismo coge una desbrozadora que una brocha”. En estos años se ha ocupado de sus hijos.

"Apenas dormía cuando estaba sin trabajo"

Latifa Anharem, marroquí de 43 años, dice que lo ha pasado fatal los 18 meses que ha estado parada. “Apenas dormía cuando estaba sin trabajo, por mis dos hijas”, cuenta.

“Me ha devuelto la vida”

Ángel Roma, madrileño de 58 años, se ha dedicado casi siempre a la construcción. El trabajo, dice, “le ha devuelto la vida”. Parado desde hace 8 años, en lo peor de la crisis, se ha reconvertido en operario.

Los trabajadores de los equipos de actuación cobran entre 1000 y 1500 euros al mes. “Pero además de dinero, esta oportunidad nos da esperanza”, cuenta Aguado. Él y sus compañeros ya han colocado un jardín vertical en el instituto Renacimiento y han retirado la basura, escombros y plantas secas que atestaban el solar de Vía Carpetana. Se sienten útiles y, además, los vecinos se lo reconocen.

"Buscar chatarra no te da ni para comer"

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Según el Servicio Público de Empleo Estatal (Sepe), en enero de 2019 había en la capital 167.672 parados, 66.060 de larga duración. El presidente del Colegio de Psicólogos de Madrid, Antonio Cano, cuenta que el desempleo es un arma de destrucción emocional. “Quienes lo padecen están orientados a desarrollar depresión y ansiedad; tienen una probabilidad 2,2 veces mayor de desarrollar estos trastornos”, comenta.

Durante 4 meses, Ángel Roma, madrileño de 58 años, se acostó sin tener un techo al que mirar cuando le invadían el frío y el insomnio, que era casi siempre. Se quedó parado en 2011 y tres años después se vio en la calle, porque le obligaron a devolver la cuantía de una ayuda que había recibido. “Me vi sin nada; sin dinero. Y empecé a buscar chatarra; algo que no te da ni tan siquiera para comer”, cuenta.

Pero eso es historia. Ahora trabaja en Villaverde gracias a Iniciativas Sur, otra fundación que, como la de Carabanchel, ha contratado a 57 personas, la mayoría parados de larga duración, para ponerles luz al final del túnel. Roma es uno de ellos, parte del equipo de actuación de Villaverde que ya ha regenerado, brocha en mano, las zonas entre los bloques de viviendas de la calle de Estroncio y de Quinta del Pilar. “Ahora me siento persona”, dice, porque ya ha encontrado un techo. Y advierte de que los parados de larga duración se enfrentan cada día a una realidad decadente: “Es que no te quiere nadie; pareces un despojo humano”.

Susana Vilariño, de 47 años y compañera de Roma también ha sentido el estigma social de no encontrar trabajo con hijos a su cargo; dos adolescentes de 13 y 18 años. Salvo un lapso de 9 meses, ha estado ocho años haciendo cola en la oficina de empleo. “Esto no tiene nada que ver con mi anterior empleo de administrativa, pero estoy fenomenal. Nunca hay que cerrarse puertas y si estás dispuesto a trabajar, adelante; hay veces que tienes que plantear cambiar de sector”, asegura.

Todos los trabajadores de estos equipos han recibido formación en jardinería, construcción, albañilería y gestión de residuos. “Psicológicamente, tener trabajo ayuda mucho. Y los mayores de más de 45 años lo tenemos muy mal a pesar de tener un montón de experiencia e hijos ya crecidos”, sostiene.

Antes de que la contrataran, Latifa Anharem nunca había cogido un rastrillo. “Ahora no lo suelto para trabajar”, cuenta esta marroquí de 43 años, madre de dos niñas de 7 y 11. Todavía no se cree el momento en el que la fundación San Martín de Porres le dijo: “Estás dentro”. Desde entonces puede darle a sus hijas lo que quieren sin que se le parta el alma por no poder hacerlo.

Cada una de las asociaciones, subvencionadas por el Ayuntamiento con 9,6 millones de euros, ha elegido cómo seleccionar a los trabajadores, pero todas han priorizado desempleados de larga duración, discapacitados o migrantes. Aguado, y el resto, rastrillean con ganas; así curan las heridas del paro.

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