Opinión

TV3 nos debe Aznavour

La insoportable cascada de publicidad sobre la conmemoración del 1-O fue una tortura para los que hicimos de TV3 nuestra cadena predilecta

Captura de pantalla del programa ‘El Temps’ de TV3, conducido por Tomàs Molina.

Hace unos días, en un telediario de TV3 pasaron un reportaje sobre cómo se estructura una colla castellera para levantar un castell. El reportaje me resultaba instructivo, entre otras cosas, porque sé que en algunas escuelas de negocios se utiliza esta tradición (de doscientos años como mínimo, en Cataluña) como ejemplo de organización y sincronización del esfuerzo en beneficio de una meta colectiva. No creo que durara más de tres minutos, pero cuál fue mi asombroso asombro cuando en medio de las imágenes castelleras, se coló una del 1 de octubre. Primero pensé en un error de...

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Hace unos días, en un telediario de TV3 pasaron un reportaje sobre cómo se estructura una colla castellera para levantar un castell. El reportaje me resultaba instructivo, entre otras cosas, porque sé que en algunas escuelas de negocios se utiliza esta tradición (de doscientos años como mínimo, en Cataluña) como ejemplo de organización y sincronización del esfuerzo en beneficio de una meta colectiva. No creo que durara más de tres minutos, pero cuál fue mi asombroso asombro cuando en medio de las imágenes castelleras, se coló una del 1 de octubre. Primero pensé en un error de edición. Pero rápidamente me convencí de que se trataba de un mensaje subliminal. (Suele pasar. En TV3 pude ver algún video, sea sobre el tema que sea, por el fondo de sus imágenes, muy en segundo o tercer plano, como si no quisiera la cosa, alguna estelada). La intrusión inopinada de la gesta, ya no me resultó tan agobiante, dado el entrenamiento a que fue sometido mi sentido de la atención televisiva la semana anterior a la celebración de nueva fecha del martirologio, el “histórico” 1 de octubre de 2018, de tanta aureola heroica como el 11 de septiembre de 1714.

También hace unas semanas, en los mismos telediarios de TV3, se emitió una entrevista a Daniel Ortega, el presidente nicaragüense. Todos sabemos que en las últimas manifestaciones contra el gobierno de Ortega, se produjeron nada más ni nada menos que unos trescientos muertos, repartidos entre varias jornadas de protestas callejeras contra las medidas de reforma del sistema de Seguridad Social nicaragüense, deleznable resultado nada acorde con un régimen que se llama democrático. Pues bien, en medio de la entrevista, no se sabe cómo, se le escucha a Ortega hacer una referencia al Procés y a partir de ello, diagnosticar, sin la más mínima vergüenza, una dictadura en España. El editor del telediario debió considerar que no debía dejarse escapar tan generosa consideración del Procés, en aras de su necesaria internacionalización.

Si relato todo esto es porque me siento autorizado a hacerlo. (Sé de mucha gente que no ve nunca TV3, pero sin embargo se ha hecho una opinión de la misma absolutamente llena de prejuicios y tópicos). Soy la minúscula parte de la mayoría no independentista de este país (o nación, si se prefiere) que ve la televisión pública de Cataluña. La veo desde que se fundó, allá por la década de los ochenta. Me gusta que se hable, aparte de España y del mundo, del territorio que puedo dominar. De lo que me queda más cerca y me afecta, me guste o no. Son más las cosas que me gustan de TV3 que las que me disgustan. No me molesta, por ejemplo, que el hombre del tiempo circunscriba sus pronósticos al principado, aunque no entiendo que me hable del tiempo que hará dentro de veinticuatro horas en Perpiñán o el “País Valencià”, sólo porque hace unos cuantos siglos estos territorios pertenecieron a los condados catalanes. Ya me he acostumbrado a que se hagan desmedidos esfuerzos para evitar mencionar la palabra España en los telediarios, todo sea por la independencia virtual de Cataluña por la que abogo. Con todos sus defectos, siempre miro TV3. No me siento provinciano, como a algunos les gusta desmerecerla. Me gustan los diseños de sus programas de entretenimiento. No me molesta que me hablen de las comarcas catalanas. Ni de su gastronomía. Ni de los de los castellers. Es verdad que no me gusta El foraster. Ni tampoco nunca me soporté Afers exteriors, donde su ínclito presentador siempre que podía, ante alguna personalidad extranjera que visitaba, negaba con lastimoso denuedo que fuera español. Me gustaron algunas series recientes, como Nit i dia. Disfruto con el humor improvisado de Està passant. Y me gustaría un día invitar a Joan Maria Pou, el conductor de Cases d' algú, a mi casa. Me gusta muchísimo la adaptación de La Catedral del mar, donde entre otras cosas, se muestra sin maquillaje la ferocidad del feudalismo catalán.

Todo esto viene a cuento de la insoportable cascada de publicidad sobre la conmemoración del 1 de octubre reciente. Una verdadera tortura para los que hicimos de TV3 nuestra cadena predilecta. Fue tal el abuso de esta insólita situación, que hasta en Polonia le dedicaron un desternillante gag. Este 1 de octubre murió Charles Aznavour. Pertenezco a la generación que escuchaba salir de su imperfecta voz, Hier, encore. Esa canción nos hizo extrañar París cuando todavía no la conocíamos. Ese triste día para mí, mi cadena preferida no le dedicó ningún especial.

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