Opinión

El caso Valls

Un juguete roto de la política francesa, el ex primer ministro busca relanzar su carrera política en Barcelona

Imagen del pavimento de las aceras de Barcelona, publicada en la cuenta de Instagram de Manuel Valls@manuelvalls

Un juguete roto de la política francesa, Manuel Valls, busca relanzar su carrera política en las elecciones municipales de Barcelona, donde nació. Desahuciado en Francia, donde en las encuestas obtiene pésimas cuotas de popularidad, una melancólica recuperación de la ciudad de su familia paterna le ha servido para alimentar la ilusión de que lejos de la mundanidad parisina hay vida política para él. Sólo así se entiende que quien ha sido primer ministro y es hoy todavía diputado en la Asamblea Nacional francesa emprenda una candidatura a la alcaldía de Barcelona que, con toda probabilidad, le ...

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Un juguete roto de la política francesa, Manuel Valls, busca relanzar su carrera política en las elecciones municipales de Barcelona, donde nació. Desahuciado en Francia, donde en las encuestas obtiene pésimas cuotas de popularidad, una melancólica recuperación de la ciudad de su familia paterna le ha servido para alimentar la ilusión de que lejos de la mundanidad parisina hay vida política para él. Sólo así se entiende que quien ha sido primer ministro y es hoy todavía diputado en la Asamblea Nacional francesa emprenda una candidatura a la alcaldía de Barcelona que, con toda probabilidad, le puede otorgar a lo sumo la condición de líder de la oposición municipal.

Manuel Valls vio una oportunidad en Cataluña en los momentos de mayor tensión del conflicto catalán. El unionismo le utilizó como cabeza de cartel en la movilización contra la independencia. Y él creyó encontrar el reconocimiento perdido. En un primer momento, consiguió deslumbrar a determinados sectores de las élites catalanas, no exentos de provincianismo. Un primer ministro de Francia se ofrecía para redimirles de sus dos peores enemigos: los comunes y los independentistas. Pero hace ya unos meses, quizás fruto de la arrogancia que acompaña al personaje, la fascinación ha decaído, hasta el punto de que en el ámbito del constitucionalismo se están produciendo movimientos que apuntan en otras direcciones. Ciudadanos quiso aprovechar el acontecimiento Valls y anticipó su candidatura. El candidato les ha descolocado al no querer ser representante de un partido sino líder de un movimiento, pretendiendo mimetizar la estrategia que llevó a Emmanuel Macron a la presidencia de la República. Pero ni Valls es Macron, ni en la coyuntura catalana hay demasiados espacios abiertos por los que colarse, ni la alcaldía es la República. Probablemente, Ciudadanos no tendrá más remedio que adaptarse. Y tengo la sensación que el PSC sale ganando: algunos miradas que inicialmente jalearon a Valls se están orientando hacia los socialistas.

Manuel Valls es un político que en público siempre habla enfadado, un estilo de moda, que aquí Ciudadanos practica con especial ahínco. Su trayectoria recorre el camino del fracaso de la socialdemocracia en los años de hegemonía liberal-conservadora que la está llevando al borde de la desaparición. Un viraje acelerado a la derecha que ha completado con el aterrizaje en Barcelona. Desde que a los 17 años ingresó en las juventudes rocardianas toda su vida ha estado en la política. Pero su figura toma envergadura nacional cuando asume la alcaldía de Evry y empieza a exhibir su talento autoritario: expulsión de gitanos, proliferación de cámaras de seguridad, prohibición de un supermercado Halal. Sarkozy se fijó en él, pero Valls rechazó la oferta de entrar en el gobierno. Su momento estelar llega cuando el presidente François Hollande le nombra ministro del Interior, donde asume buena parte de la agenda de la extrema derecha en materia inmigración y seguridad. En 2014 es nombrado primer ministro y despliega sin complejos el liberalismo autoritario que ha llevado al PS al abismo.

En este período (marzo 2014-diciembre 2016) se desencadenó una pelea interna por la candidatura presidencial que culminó con la salida por libre de Macron, la dimisión de Valls para presentarse a las primarias socialistas y la renuncia de Hollande a buscar un segundo mandato. Valls perdió ante Benoît Hamon. Y abandonó el partido. Llamó a la puerta de En Marche, el movimiento de Macron y nadie le abrió. Simplemente, no presentaron candidato contra él en la circunscripción en la que es diputado. En la soledad, tuvo la iluminación de la opción catalana. Y ahí está.

El reto de las municipales de Barcelona está en la clave en la que se disputen: de ciudad o de país. La candidatura de Valls, comprometido como está desde el primer día en la actitud beligerante contra el soberanismo, da alas a quienes quieren reeditar la confrontación unionistas/independentistas. Y da argumentos a quienes insisten en una candidatura unitaria del soberanismo. La nominación de Ernest Maragall como candidato desmarca a Esquerra Republicana de la estrategia frentista. Y vuelve a las elecciones municipales a su condición genuina: agenda barcelonesa, contarse cada cual por separado y las alianzas ya llegaran en su momento. Si es así, todo hace pensar que quien pretendía ser el ariete del unionismo quedará como un candidato más, en unas elecciones que deben abrir nuevas y amplias alianzas. Francamente, cuesta entender que hace Manuel Valls ahí.

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