Los robots invaden CosmoCaixa

El museo invita a reflexionar sobre las máquinas con capacidades humanas

Una visitante de la exposición sobre robots en CosmoCaixa, frente a una réplica de la sirviente autómata de Filón de Bizancio.

Es difícil decir cuál (o quién) es el robot más famoso. En nuestra memoria colectiva están la vieja robot de Metrópolis, los tan vintage B9 de Perdidos en el espacio (“¡Peligro, peligro Will Robinson!”) y Robby de Planeta prohibido, Gort (“Klaatu barada nikto”) de Ultimátum a la Tierra, Mazinger Z, R2D2 y C-3PO, claro, Terminator o Hal 9000 (“Tengo miedo, Dave, se me va la cabeza, Oh Daisy”). A ellos, y a todos sus congéneres (serviciales, amenazadores o indiferentes), las máquinas con funciones más o menos humanas construidas o imaginadas a lo largo de la h...

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Es difícil decir cuál (o quién) es el robot más famoso. En nuestra memoria colectiva están la vieja robot de Metrópolis, los tan vintage B9 de Perdidos en el espacio (“¡Peligro, peligro Will Robinson!”) y Robby de Planeta prohibido, Gort (“Klaatu barada nikto”) de Ultimátum a la Tierra, Mazinger Z, R2D2 y C-3PO, claro, Terminator o Hal 9000 (“Tengo miedo, Dave, se me va la cabeza, Oh Daisy”). A ellos, y a todos sus congéneres (serviciales, amenazadores o indiferentes), las máquinas con funciones más o menos humanas construidas o imaginadas a lo largo de la historia, está consagrada la interesantísima exposición Robots, los humanos y las máquinasque acoge CosmoCaixa hasta el 31 de enero próximo.

La muestra, que reúne un centenar de piezas (incluidos robots, a los que probablemente no les gustaría que los calificáramos de objetos, vaya usted a saber; esperemos que no lean esto) es una coproducción internacional entre el Museo Federal de Seguridad y Salud en el Trabajo y la Industria de Alemania DASA (Dortmund), el parque de las Ciencias de Granada y la Fundación bancaria La Caixa. La exposición ha variado con respecto a la que se pudo ver antes en Granada haciéndose más interactiva. En CosmoCaixa te acompañan en el recorrido dos robots, Ada (por la hija de Lord Byron Augusta Ada King, condesa de Lovelace, considerada la primera programadora de ordenadores) y Charles (por Charles Babbage, el padre de la computación). Desgraciadamente (o afortunadamente) no son replicantes Nexus 6 como Roy Batty o Pris, la guapa androide de placer que deja al blade runner Deckard hecho unos zorros, sino dos serviles semovientes cónicos con ojos como pelotas de ping-pong que se excusan si les pones la zancadilla y ni se inmutan si les das un papirotazo al pasar (por si acaso les recito bajito las tres leyes de la robótica de Asimov y les recuerdo: “Tú, robot”).

La visita a la exposición es entretenidísima y en algún punto sobrecogedora, como ante los gigantescos brazos robóticos de la industria automovilística capaces de hacerte papilla a lo el Megatron de Transformers o, de manera más sutil, cuando visualizas el tristísimo corto de ficción en el que a la androide Kara la reciclan cruelmente por tener autoconciencia y sentimientos (“eres mercancía, nena”).

Un antiguo robot de juguete de la exposición.

A través de diferentes ámbitos seguimos una historia que se inicia en las primeras herramientas humanas y nos deja en el umbral de la Inteligencia Artificial (IA) pasando por el ábaco, los primeros mecanismos y los siempre misteriosos y tan literarios autómatas, “los bisabuelos de los robots”, tipo E. T. A. Hoffmann —de la sirviente de Filón de Bizancio (siglo III a. de C.), que parece salida de un cuento de Ray Bradbury a los muñecos del Tibidabo— hasta llegar a los robots propiamente dichos, los androides y los cyborgs.

La exposición, que invita al asombro pero también a la reflexión ética, tiene una parte evocadora y otra más técnica y prospectiva. En la primera encuentras autómatas como el inspirado en el clown Grock (vaya mezcla inquietante: payaso y autómata), o las primeras ediciones de I, robot (1950) de Asimov y R.U.R, la obra de teatro de 1921 del checo Karel Capek en la que apareció la palabra robot —que hoy entendemos como máquina humanoide o artefacto automatizado—, derivada de “robota” (trabajo compulsivo) y “robotnik” (trabajador); y viejos robots de juguete que más de un visitante contemplará con oxidada nostalgia (¡está el juego de mesa de los años 60 del robot mágico que contestaba preguntas señalando con un puntero en páginas perforadas!).

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Jugar al Memory contra un adversario artificial

La parte más técnica de la exposición incluye las aplicaciones robóticas a la industria (la ordeñadora para seis vacas, la cadena de montaje de coches), la protección (roversde desactivación de bombas o de lucha contra incendios), la educación (el velociraptor mecánico) y la sanidad (el sistema Bestic de alimentación de pacientes, la Hand of Hope y el corazón artificial). Pero también máquinas capaces de vivir grandes aventuras como la exploración de las profundidades abisales o del espacio (una réplica de la marciana Opportunity). Entre los platos fuertes, el poder jugar al Memory contra un robot y al Tres en raya con otro, o interactuar con la planta parlante.

“Entre la exposición anterior y esta hemos pasado de hace 65 millones de años y los tiranosaurios al mundo del futuro”, explicó Elisa Durán, directora general adjunta de la fundación La Caixa, que recalcó la actualidad rabiosa de este recorrido por la historia de la robótica “cuando tanto se habla de nanorobots, coches automáticos o ciborgs”.

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