Rock / The Sea and Cake

Ajenos a los honores de la letra negrita

El cuarteto de Chicago regresa a El Sol, tras seis años de silencio, haciendo alarde de su belleza discreta

Una imagen del concierto de The sea and cake.

¿Cosas que hacer en este mundo antes de estar muerto? Escuchar buen rock de Chicago; o sea, casi todo el que nace de allí. The Sea and Cake no son el ejemplo más ilustre y arquetípico, que para eso siempre tendremos a los Wilco de Jeff Tweedy acaparando titulares. Pero su visita de anoche por El Sol dejó la sensación de valor refugio: el mismo día en que el Primavera Sound anunciaba a una cantante de OT, una de las bandas que visitará estos días Barcelona se hizo querer con ese exquisito apego por la belleza discreta. Y el equilibrio, en estos tiempos de desmesura, sonó a rara bendici...

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¿Cosas que hacer en este mundo antes de estar muerto? Escuchar buen rock de Chicago; o sea, casi todo el que nace de allí. The Sea and Cake no son el ejemplo más ilustre y arquetípico, que para eso siempre tendremos a los Wilco de Jeff Tweedy acaparando titulares. Pero su visita de anoche por El Sol dejó la sensación de valor refugio: el mismo día en que el Primavera Sound anunciaba a una cantante de OT, una de las bandas que visitará estos días Barcelona se hizo querer con ese exquisito apego por la belleza discreta. Y el equilibrio, en estos tiempos de desmesura, sonó a rara bendición.

Llevaban Sam Prekop y compañía seis años sin regalarnos una triste canción, circunstancia que nunca había acontecido, ni de lejos, en su cuarto de siglo de andadura. Por eso Any day, el disco que estrenaban ayer, se refrendó como una de las mejores noticias de la temporada, aunque ni aquí ni en ninguna parte le hayamos concedido los honores de la letra negrita. Culpa nuestra. TSAC son como ese tipo de personas a las que no das la suficiente importancia hasta que las pierdes de vista, tal vez para siempre. Y entonces, tan solo entonces, es cuando las echas irreparablemente de menos.

El preámbulo corrió por cuenta de Karen Koltrane, el proyecto de Ángel Valiente que escogió un tema de Sonic Youth para bautizarse. Valiente estuvo residiendo un par de años en Noruega, uno de esos países semidespoblados pero con una insólita proporción de genialidad musical, y se nota en esos paisajes absortos y a la vez luminosos que emanan de sus sintetizadores. Cuando salpica el horizonte con un pellizco de electricidad, el conjunto se beneficia con creces, pero sus dos primeros ofrecimientos (un EP y un álbum) sugieren en cualquier caso un rico ideario.

La entrada seguía siendo discreta con los cabezas de cartel, pero los de Illinois están seguramente acostumbrados a un cierto malditismo, a seguir ejerciendo de versos libres por mucho que ya les contemplen ¡once! álbumes. Ellos van a lo suyo. Prekop canta encorvado, con el micrófono muy bajo y un interés nulo por las florituras. El bajista, Eric Claridge, se ha dejado crecer una espesa barba blanca y disimula su condición de fundador y la excelencia de sus dibujos en un discretísimo segundo plano escénico. Cover the mountain, Starling o Circle sonaron más crudas y desabridas que en su reciente registro discográfico. Incluso Into rain, pese a su amago de bossa.

Así son ellos. Una rareza en la era de las apariencias. Unos tipos lacónicos, ensimismados, que apenas levantan la mirada de algún punto indeterminado en el infinito. Los cuatro caballeros más alejados a cualquier arquetipo roquero que el paseante encontraría anoche por el centro de Madrid. Hay que concederles tiempo en la escucha: por aquello del término medio, son tan reticentes a la complejidad como a las mediocres evidencias. Tampoco aprovecharon el estreno discográfico para cargar las tintas con la nueva criatura. Suman un centenar largo de composiciones en el catálogo y son ajenos a las pautas comerciales. A las pautas en general. ¿Qué podíamos esperar de un grupo bautizado con un error gramatical? ¿Cómo no dejar que nos seduzcan estos deliciosos bichos raros de Chicago?

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