ROCK / Paul Weller

Un hombre serio

El mítico líder de The Jam y The Style Council concede muy pocos clásicos y un repertorio con altibajos ante una Riviera llenísima y expectante

Paul Weller durante un concierto que ofreció el martes pasado en Milán. Francesco Prandoni (Getty Images)

A Paul Weller se le blanqueó el pelo hace ya unos cuantos años, pero él sigue entregando discos y conciertos como si tal cosa. Vitamínicos, energéticos, con chicha y colmillo, respaldado por cinco muchachos que podrían ser sus vástagos y que probablemente se destetarían escuchando canciones de The Jam. Dos de ellos golpean sendas baterías, o batería y percusiones, para que el resultado sea más demoledor. Y lo es, aunque la seriedad del oficiante, un casi sexagenario más bien circunspecto, convierte la experiencia en una ceremonia solemne. Se l...

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A Paul Weller se le blanqueó el pelo hace ya unos cuantos años, pero él sigue entregando discos y conciertos como si tal cosa. Vitamínicos, energéticos, con chicha y colmillo, respaldado por cinco muchachos que podrían ser sus vástagos y que probablemente se destetarían escuchando canciones de The Jam. Dos de ellos golpean sendas baterías, o batería y percusiones, para que el resultado sea más demoledor. Y lo es, aunque la seriedad del oficiante, un casi sexagenario más bien circunspecto, convierte la experiencia en una ceremonia solemne. Se llenó a reventar este viernes La Riviera, pero en la pista se mascaba más expectación y respeto que efervescencia.

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Con justicia o sin ella, el de Surrey acumula casi tres décadas y 13 discos en solitario, pero sigue asociado a su condición de líder de dos bandas remotas, The Jam y The Style Council. Seguro que no le agrada demasiado, por pura lógica creativa, y así lo transluce cuando presenta el primer tema añejo de la noche como “una vieja canción del siglo pasado”. Pero sucede que esa supuesta antigualla responde al título de My ever changing moods y resiste a los años como uno de los hitos de los Council, banda desconcertante en su día y absolutamente ejemplar con la perspectiva de las décadas.

El resto de incursiones en aquella etapa (With everything to lose, Shout to the top!) se salda casi bordeando la euforia, como el desagravio definitivo hacia un grupo que le cambió el paso a los años ochenta, a veces tan sintéticos, y hoy suena a pura elegancia y fascinante carnalidad. En contraste, el repertorio más próximo en el tiempo se desgrana con tanta curiosidad como atención intermitente. Del reciente A kind revolution merece un monumento su pieza inaugural, Woo sé mama, poderosísima intersección de rock y soul para oídos educados en el acervo de los setenta. En cambio, baladas como Long long road, con un punto negroide, parecen una prolongación inferior de ese You do something to me, que sonaría media hora más tarde.

Weller se ha vuelto un maestro tan austero como esa camiseta gris marengo de mangas largas que tantas veces le acompaña. Seduce el guiño juguetón al funk de She moves with the fayre igual que nos deja a medias la psicodelia medio deslavazada de Saturns pattern y, durante gran parte de la noche, esa ecualización permanentemente saturada. Whirlpool’s end constituye un gran reventón final antes de los bises, pero el primero de ellos, These city streets, se antoja lineal, irrelevante e incomprensiblemente extenso. La primera canción de The Jam, la rotunda Start!, no llega hasta el puesto número 23, cuando las manecillas acarician las dos horas. Y el personal reacciona con más agotamiento que alboroto. Claro que al final, como nos cae Town called Malice, se nos pasan todos los males. Toditos. Una amable concesión de nuestro ídolo mod, un tipo tan grande como seriote.

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