Barcelona recupera La Rambla 24 horas después del ataque

El inicio de paseo, la fuente de Canaletas y el mosaico de Miró se llenaron de flores, muñecos y velas en homenaje a las víctimas

La Rambla de Barcelona recuperó la normalidad a primera hora de la tarde.Massimiliano Minocri

La Rambla de Barcelona recuperó su aspecto normal, atestada de gente, justo 24 horas después de producirse el ataque. Turistas, muchos, pero también barceloneses que quisieron acercarse al paseo y rendir homenaje a las víctimas del atentado . Al menos seis improvisados “altares” con flores, muchos muñecos, velas y folios con dedicatorias. Los mayores, al inicio de La Rambla, en la fuente de Canaletas y donde todo acabó, sobre el mosaico de Miró f...

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La Rambla de Barcelona recuperó su aspecto normal, atestada de gente, justo 24 horas después de producirse el ataque. Turistas, muchos, pero también barceloneses que quisieron acercarse al paseo y rendir homenaje a las víctimas del atentado . Al menos seis improvisados “altares” con flores, muchos muñecos, velas y folios con dedicatorias. Los mayores, al inicio de La Rambla, en la fuente de Canaletas y donde todo acabó, sobre el mosaico de Miró frente al Liceo.

La vida volvió a la Rambla a medida que avanzaba el día. Como decía uno de los múltiples mensajes colgados en las casetas del paseo: “La Rambla llora, pero está viva”. Amaneció de forma insólita, en silencio, con el tráfico todavía cerrado y todas las persianas de los comercios bajadas. Solo los quioscos abrieron para vender la prensa, los pocos ejemplares que llegaron porque el reparto no podía arribar. Caras serias, rostros de pena. Flores, velas, notas, globos, algún muñeco, y un corazón con la inscripción “I love Barcelona” que depositó Libardo sobre el mosaico de Miró, en el Pla de l’Os, donde la furgoneta se detuvo, tras estrellarse: “Tengo 38 años y hace 20 llegué a Barcelona, siento que esta es mi ciudad y lo que ha pasado es una barbaridad”.

Ese fue el primer punto espontáneo de homenaje del paseo que no empezó a tener un aspecto más normalizado hasta pasado el minuto de silencio. A partir de mediodía, el gentío decidió recobrar La Rambla que fue abierta al tráfico a primera hora de la tarde. Los comercios, excepto el mercado de la Boquería, levantaron las persianas por la tarde y las terrazas se volvieron a llenar. Poco a poco, la gente fue dando forma a una especie de altares en homenaje a las víctimas.

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Uno de los más grandes al arranque del paseo, junto a la Plaza de Catalunya. De la fuente de Canaletas dejó de manar agua y un mar de muñecos, peluches y flores casi la ocultaron. En el suelo, más flores y velas y todo tipo de notas esparcidas. Alguien había dejado libretas para que se escribieran mensajes como “Daesh: no tenim por”. Pese al ruido del tráfico, en esos puntos concretos reinaba el silencio y el recogimiento que, a veces, se veía interrumpido por aplausos.

Más abajo del paseo, había otros tres “altares” —más pequeños— probablemente donde cayeron algunas de las víctimas mortales, junto a un árbol, o una farola, o en un paso de peatones. El colorido mosaico de Miró quedó completamente sepultado con flores, velas, muñecas, peluches y recuerdos de Barcelona.

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Junto a una de las casetas cerradas, alguien había dejado una pequeña cesta con pósits de colores y bolígrafos. Inmediatamente se vio cubierta de mensajes: “Seguiremos caminando sin miedo”, “No más odio”, “Más juntos que nunca”, “Ni miedo, ni odio”, “No podréis con nosotros”, “Barcelona, eres poderosa”, “En record dels inocents”.

El peso de la masacre

Pese a la aparente normalidad que reinaba en el paseo a media tarde, los que habían presenciado la homicida carrera de la furgoneta tenían grabado a fuego lo que vieron y lo explicaban todavía con miedo en el cuerpo: “Estaba de espaldas y me pasó al lado. De reojo vi una cosa blanca que iba a toda velocidad y se llevó los expositores por delante. Iba muy rápido, en línea recta. Los urbanos iban corriendo detrás sin poder hacer nada. Era una impotencia total”, explicaba José Moya, propietario de dos puestos de flores situados a la altura de la calle del Carme. En el suelo todavía se percibían, nítidas, las rodadas de la furgoneta. Luego se encerró con los empleados en una de las tiendas a esperar. Y cuando le dejaron abrir las persianas, sobre las siete de la tarde, vió en el suelo dos cuerpos cubiertos.

“Nosotros tenemos a dos empleados heridos, menos mal que no se trata de nada grave. Estaban aquí, fuera, entre la gente en los expositores y la furgoneta los atropelló”, explicaba Alberto en el segundo quiosco de La Rambla, cerca de Plaza de Catalunya.

Pero fue el quiosco más cercano al mosaico de Miró, casi frente al Liceo y muy cerca donde se estrelló el vehículo, el que se llevó la peor parte, especialmente los clientes que en ese momento miraban los imanes y los objetos de recuerdo de Barcelona. Por la mañana los empleados se esmeraban en poner orden entre los souvenirs, enderezar los soportes y retirar todo lo que estaba machado con sangre. Justo en frente, Silvia, la vendedora de una caseta de la ONCE, abrió ayer por la tarde para vender cupones: “Iba a fumar, pero me llamaron justo en ese momento. Fue un segundo, vi algo pasar, muy deprisa y enseguida un estruendo. Había gente tirada por todas las partes. Me quedé encerrada en la caseta viéndolo todo aterrorizada, y allí estuve hasta que la policía me llevó a un bar y bajaron la persiana. Estoy convencida de que me salvé de milagro”.

Corros junto a los equipos de televisión

La Rambla se convirtió ayer en un gran plató televisivo y los equipos de cadenas de diferentes países la ocuparon a lo largo del paseo, especialmente en la parte alta, donde todo empezó, y en el mosaico de Miró, donde se estrelló la furgoneta. Las sillas que hay en el tramo superior de La Rambla se convirtieron en un excelente mirador para curiosos. Como también lo fueron los balcones de los hoteles para los turistas.

Si por la mañana había poco movimiento, por la tarde todo cambió y cada vez que alguno de los equipos entrevistaba a alguien se formaba un pequeño tumulto alrededor que, a veces, acababa en aplausos. Especialmente si los entrevistadores eran caras conocidas, como pasó con un equipo de la Sexta, encabezado por el periodista Antonio García Ferreras.

Cuando junto a un micro apareció el periodista y presentador Xavier Sardá, los corros se volvieron a formar. Por la mañana, fueron los directos de Susanna Griso y Ana Rosa Quintana los que fueron seguidos por los curiosos que se aventuraron a pasear por una Rambla que permanecía semicerrada.

 

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