Opinión

Repensar el progreso, forzar el pacto

Si la izquierda no es capaz de renovar el acuerdo social, nos adentraremos en la senda del autoritarismo sin marcha atrás posible

Cómo más liberal se hace Europa, más deviene por reacción nacionalista y xenófoba”, esta frase es del historiador francés Patrick Boucheron. En un artículo reciente en Le Monde explicaba cómo “los efectos desastrosos de una economía cada vez más liberada de regulaciones sociales parecen relanzar indefinidamente la máquina de fijar las identidades y de dibujar fronteras para defenderlas”. La cultura de desarme de lo público y de desregulaciones y privatizaciones masivas que tanto los partidos conservadores como la socialdemocracia asumieron en las últimas décadas como horizonte insuperable de n...

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Cómo más liberal se hace Europa, más deviene por reacción nacionalista y xenófoba”, esta frase es del historiador francés Patrick Boucheron. En un artículo reciente en Le Monde explicaba cómo “los efectos desastrosos de una economía cada vez más liberada de regulaciones sociales parecen relanzar indefinidamente la máquina de fijar las identidades y de dibujar fronteras para defenderlas”. La cultura de desarme de lo público y de desregulaciones y privatizaciones masivas que tanto los partidos conservadores como la socialdemocracia asumieron en las últimas décadas como horizonte insuperable de nuestro tiempo ha topado con una respuesta reactiva que ha puesto en evidencia los límites del neoliberalismo que no se quisieron ver ni anticipar: la descomposición del tejido común, la debilitación de las pautas culturales que articulan una sociedad y, en última instancia, la ruptura del pacto social. Y en este punto estamos, con los llamados populismos al alza y los gobiernos que bailaron el agua al neoliberalismo mirándolos con un rictus hipócrita de sorpresa.

Estalló la crisis y la izquierda no estaba ni se la esperaba, precisamente cuando más se la necesitaba. La socialdemocracia se había autoeliminado al hacerse compañera de viaje de las políticas socialmente desreguladoras que han provocado los destrozos sociales sobre los que el nacionalismo y la xenofobia han encontrado las condiciones adecuadas para crecer y florecer. La izquierda no socialdemócrata ha tardado a entrar en escena y su emergencia se ha dado principalmente en los países del Sur de Europa. La crisis de la socialdemocracia es por tanto fruto de su impotencia ante el empuje liberal. Optó por el seguidismo y cuando ha querido rescatarse ya era tarde, estaba atrapada en el descrédito, sin fuerza para impulsar la reconstrucción del pacto social.

Y, sin embargo, el socialismo debería haber sido la actitud crítica capaz de “tomar en serio los reproches que los nacionalistas dirigen al liberalismo, de considerar justificado el riesgo de disolución que se ha hecho correr a la sociedad, proponiendo una solución igualmente reactiva pero no reaccionaria, compatible con la idea de una sociedad diferenciada animada por un progreso social que permita la desnaturalización de los estatus”, para decirlo como Patrick Boucheron, que de este modo apunta a lo que debería ser el programa de futuro para la izquierda. ¿De qué estamos hablando? De la necesidad de fortalecer al Estado, es decir, de devolver autoridad y dignidad a la función pública; y de la reconstrucción de los espacios compartidos que la extrema derecha decanta por la vía identitaria y xenófoba, mientras la izquierda recupera la idea de lo común como lugar de reconocimiento de los ciudadanos sin discriminaciones de origen o condición.

Pero para pasar de la fase reactiva a la alternativa construida sobre la razón y la empatía (sin necesidad de acudir a referentes trascendentales, ya sea la religión o la patria) es necesario a mi entender la recuperación y redefinición de la idea de progreso. Frente a la utopía de la redención nacional, racial o religiosa o de la redención individual, la construcción de una idea de futuro pensada en términos realmente emancipatorios. Si las brutales desigualdades que erosionan la convivencia y la dignidad de las personas son el dato, la respuesta tiene que estar no tanto en un mito voluntarista de la igualdad sino en un sistema de equidad y equiparación construido sobre un real reconocimiento de derechos y obligaciones.

Emancipar es, en el noble sentido kantiano, que cada cual sea capaz de pensar y decidir por sí mismo, pero es también recuperar el deseo que ha sido fundido por la pulsión en la aspiradora consumista que deja a los sujetos colgados de la espiral sin redención del consumo. Y sin deseo no hay relación, hay confrontación. Emancipar es también compartir una perspectiva de construcción del futuro de la que nadie se sienta excluido. Este es el horizonte de progreso al que la socialdemocracia renunció y en el que la izquierda fracasó. Reconstruirlo es la base de una renovación del pacto social que en este momento es posible en la medida en que el abismo de la desigualdad pueda amenazar la estabilidad del sistema y, al modo de la posguerra, las élites pueden sentirse obligadas a hacer concesiones. Si la izquierda no es capaz de forzar el pacto, nos adentraremos definitivamente en la senda del autoritarismo posdemocrático, sin marcha atrás posible.

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