Opinión

Los últimos de Port

Hace más de tres lustros que veraneo en el pueblo pesquero. Sentí una envidia (nada sana) cuando observé alucinado el recibimiento que el pueblo dispensó a ‘El Foraster’

Hace unos meses TV-3 se personó en Port de la Selva con El foraster. Como suele ser habitual, su conductor, el cómico Quim Masferrer, acudió al pueblo pesquero del Alt Empordà y lo hizo reír. Hace más de tres lustros que veraneo en ese pueblo y puedo decir que no he hecho, hasta hace exactamente una semana, ningún amigo. A lo mejor los pocos días, aunque sea durante muchos años, no basten para consolidar algo más allá de ser un simple saludado, que diría Josep Pla. Pero además de no urdir nada parecido a una amistad autóctona, tampoco noté que en las tiendas ineludibles a las que se debe ir po...

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Hace unos meses TV-3 se personó en Port de la Selva con El foraster. Como suele ser habitual, su conductor, el cómico Quim Masferrer, acudió al pueblo pesquero del Alt Empordà y lo hizo reír. Hace más de tres lustros que veraneo en ese pueblo y puedo decir que no he hecho, hasta hace exactamente una semana, ningún amigo. A lo mejor los pocos días, aunque sea durante muchos años, no basten para consolidar algo más allá de ser un simple saludado, que diría Josep Pla. Pero además de no urdir nada parecido a una amistad autóctona, tampoco noté que en las tiendas ineludibles a las que se debe ir por obligación, esbozaran algo similar a una indescriptible alegría al verme de nuevo cada año por estas fechas. Por eso sentí una envidia (nada sana) cuando observé alucinado cómo todo el pueblo se reía a mandíbula batiente cuando Masferrer les regalaba ese tipo de chistes como para paletos que suele prodigar con tanto éxito. Amigos barceloneses con los que coincido, confirman mi impresión. Gente durilla, nos decimos como consuelo.

Con los años, los hijos han crecido, se han independizado y ya sólo quedamos algunos. “Los últimos de Port”, nos decimos con estoica e irónica resignación. Algunos matrimonios se han separado, a otros los ha roto inesperadamente la temprana muerte de uno de sus cónyuges. Sigo viniendo con mi compañera. Uno nada y el otro oye el mar.

Amigos barceloneses confirman mi impresión. Gente durilla, nos decimos como consuelo.

Mi radio de acción en Port (como le llaman los barceloneses) es el Camino de Ronda (donde suelo cruzarme algunos días con Roca Junyent y sus hijas, que hacen nuestra misma ruta caminando deprisa) hasta el faro que ilumina la bahía, y vuelta a casa a ducharme y cambiarme para ir al España, un bar legendario del pueblo donde se aposenta lo más granado de la pijería progre y no tan progre de Barcelona. También franceses que llevan años viniendo a este remoto lugar sin llegar nunca a parlotear dos palabras seguidas en catalán o en castellano. En general, gente de ordenado desorden estival. Me siento y estoy tomándome un cortado, observo a Roca Junyent y algunos allegados. Hablan entre ellos, no impidiendo más de las veces que el ponente de la Constitución española siga enfrascado en la lectura de La Vanguardia.

He visto pasar por Port a muchos políticos catalanes. He visto, por ejemplo, a Ricard Gomà en el bar La marina, presenciando exultante algún que otro partido del Barça. He visto a Joan Saura e Imma Mayol cogidos de la mano caminando en paralelo al mar. Los veo y me parece mentira observarlos tan distendidos, tan de carne y hueso. Tan distintos de como los veía en el Parlament. Pero al que llevo viendo casi cada día desde que vengo a veranear a Port es a Roca Juyent. Por eso hoy me decido a hablarle.

Nos conocemos de nuestras caminatas mañaneras. Nunca deja de saludarme. Y eso me halaga porque él es un patricio. Le pregunto por Port, por la indisimulada distancia que marca con los forasteros. Me dice el señor Roca (que es como lo llamo cuando me dirijo a él) que Port de la Selva siempre fue muy suya. No vale dirigirse a ellos desde la actitud del turista exigente por el mero hecho de serlo. Se sienten como orgullosos de su ensimismamiento geográfico, circunstancia que les imprimió su casi pétreo carácter. Pero cuando te conocen te acogen con absoluta generosidad. Le creo absolutamente. Luego le pregunto, ya que estamos, por el Proceso. Me dice que el litigio podría agriarse, pero sea cual sea el camino que tome, la cosa es irreversible. Le hablé de la posibilidad de una solución federal asimétrica y no me dijo no. Pero insistió en lo irreversible. Y de Rajoy, ¿qué opina?, me atreví por último. “Rajoy actúa tal como es él. Los problemas los arregla el tiempo, no la política”.

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Pero por fin hice dos amigos. Uno es Isidre Corominas i Zaragoza, autor de un libro esencialmente necesario si se quiere conocer a fondo la historia de Port de la Selva. Se trata de La mar d’Amunt. El Port de la Selva. Un caràcter comú, un tarannà i una forma de fer de tot un poble. Toda la idiosincrasia de un pueblo pesquero donde un día coincidieron espíritus refinados, cultos y cosmopolitas. Y la otra es Laura, una hermosa chica argentina que trabaja justo enfrente donde Isidre Corominas tiene su librería. Una chica que me recuerda la espontánea y contagiosa cordialidad, a pesar de la crisis que se ha cebado en ellos, de muchos jóvenes de ahora.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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