Opinión

Las tonterías de Mario

Ver al amigo lanzarse a las pantorrillas de una mujer de la que ni siquiera había visto su cara tenía que ser una pasada

Mario tiene 24 años y es universitario. Hace ahora cerca de los 15 días, hizo una escapada a Barcelona en busca de un fin de semana para recordar. Qué otro propósito puede tener una decisión como esa, si no es romper la rutina de los estudios y las caras de siempre conocidas. Y de paso, si se tercia, canalizar esa molesta adrenalina que porfía por salir. Aunque mirándolo bien, a lo mejor Mario no se aburría tanto.

Afirma uno de sus amigos, el que lo acompañó hasta la ciudad Condal, que Mario es de naturaleza divertida. Dispuesto siempre a marcarse una broma, aunque tal vez ninguna, que ...

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Mario tiene 24 años y es universitario. Hace ahora cerca de los 15 días, hizo una escapada a Barcelona en busca de un fin de semana para recordar. Qué otro propósito puede tener una decisión como esa, si no es romper la rutina de los estudios y las caras de siempre conocidas. Y de paso, si se tercia, canalizar esa molesta adrenalina que porfía por salir. Aunque mirándolo bien, a lo mejor Mario no se aburría tanto.

Afirma uno de sus amigos, el que lo acompañó hasta la ciudad Condal, que Mario es de naturaleza divertida. Dispuesto siempre a marcarse una broma, aunque tal vez ninguna, que se sepa hasta ahora, como la inesperada y terrorífica que perpetró contra una mujer de 48 años por la espalda, en una de las madrugadas de aquel fin de semana.

El vídeo que lo delató estremece. Uno nunca acaba de creerse que tal agresiva pirueta pueda suceder de verdad. Quisiera interpretarla como un juego en el que participan el que firma el vídeo, el que inflige la pirueta contra las pantorrillas de la mujer y la mujer. Estoy seguro de que muchos lo creyeron así. Necesitaron creerlo así. Tres personajes anónimos de la noche barcelonesa coronando una velada de alcohol y discoteca de moda con un cielo de luna llena a punto de clarear.

Y sin embargo, no. La realidad es más desnuda y más brutal que la inofensiva ficción que la pudo haber representado. Mario eligió su objetivo con claridad y precisión. No lo hizo a boleo. Identificó su presa como lo hace el depredador. Quiso que fuera una mujer. Necesitó que fuera una mujer. Una vez asegurado el blanco, atacó.

Tengo la impresión de que esta noticia se abordó de manera parcial. Manejada más como un producto para titulares periodísticos, que como lo que realmente fue. Se abordó como un suceso de carácter casi policiaco. Un hecho inopinado en el cenit de una madrugada loca. No se dejó, eso sí, de insistir en la contundencia de la agresión. Se hizo hincapié, incluso, en la cobardía de Mario, que cuando se apercibió de que todo cuanto hacía para borrar su delito resultaba infructuoso, se entregó a la policía, en la ciudad donde reside y de donde es originario, Talavera de la Reina.

Así resultó que el salto de karateka de Mario dirigido contra la pierna de apoyo de una mujer dio la vuelta al mundo
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Así resultó que el salto de karateka de Mario dirigido contra la pierna de apoyo de una mujer (acompañada de otra mujer) dio la vuelta al mundo. Dio la vuelta al mundo su arrojo payasesco. Y esa pierna idiota de un universitario, trazando en el aire un recorrido inaudito.

No creo que se insistiera demasiado en buscar el lugar exacto de la descomunal ofensa. Esa que se alberga todavía en el cerebro (por llamarlo de alguna manera) de muchos hombres. Mario, si lo comparamos con los maltratadores de mujeres (y de niños) que salen habitualmente en los diarios (y los que no salen porque las mujeres no los denuncian), puede que sea al lado de esa triste especie humana un simple aprendiz. Pero algo me dice que va camino de igualarlos si alguien o él mismo no pone urgentemente remedio al entuerto psicológico y moral en el que está metido.

Mario fue detenido y puesto en libertad con cargos. Su padre, a la salida de la comisaría, declaró que su hijo hizo algo “horrorosamente mal”. Pero acto seguido calificó dicho comportamiento como una “tontería” debido al alcohol. La víctima de esta “tontería” seguramente no estaría muy de acuerdo con este sobreprotector diagnóstico.

La víctima, que se querellará contra el agresor, tendrá todo el derecho a exigir una pena ejemplar para el divertido Mario. Y si hace volar un poco su imaginación, ese derecho ganará grados en el momento en que visualice a Mario con su grupito de amigos de la universidad tronchándose de risa, pasando una y mil veces el vídeo donde la mujer cae de espalda a escasos centímetros del bordillo donde su cabeza hubiera podido estrellarse. Ver a Mario lanzándose a las pantorrillas de una mujer de la que ni siquiera había visto su cara, tenía que ser una pasada, una de las tantas de este Mario que es de lo que no hay.

Parece que este universitario está arrepentido. Eso es una buena noticia para él. Así podrá engañarse, pensar que está en paz consigo mismo y con su víctima. Pero sigue sin quedar muy claro con esa declaración de qué se arrepiente exactamente. ¿Se arrepiente de la tontería cometida, como calificó el padre su agresión? ¿O se arrepiente de todos los comportamientos deleznables contra las mujeres, incluidos los tocamientos a las militares en el seno del Ejército, que simboliza su acrobacia injustificable?

A la mujer que agredió y a las mujeres en general, me parece que sólo les valdrían como reparación ética la segunda razón de su arrepentimiento.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario

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