Cantante, no gimnasta vocal
Bobby McFerrin muestra en el Teatre Grec que conserva toda su técnica pero no tanto la garra
Cuando a mediados de la década de 1980 Bobby McFerrin irrumpió casi por sorpresa en el mundillo del jazz internacional fue una auténtica revolución. Su técnica vocal sorprendió a propios y extraños. Casi treinta años después ya no sorprende a nadie pero sigue despertando admiración. Admiración que se materializó el lunes en una magnífica entrada en el teatre Grec y, sobre todo, en una calurosa acogida.
A sus 64 años el neoyorquino ya no posee la amplitud vocal que le hizo famoso pero sigue conservando toda su técnica y dominando como pocos el escenario. Esta vez, en contra de su norma h...
Cuando a mediados de la década de 1980 Bobby McFerrin irrumpió casi por sorpresa en el mundillo del jazz internacional fue una auténtica revolución. Su técnica vocal sorprendió a propios y extraños. Casi treinta años después ya no sorprende a nadie pero sigue despertando admiración. Admiración que se materializó el lunes en una magnífica entrada en el teatre Grec y, sobre todo, en una calurosa acogida.
BOBBY MCFERRIN
Teatre Grec
Barcelona, 21 de julio
A sus 64 años el neoyorquino ya no posee la amplitud vocal que le hizo famoso pero sigue conservando toda su técnica y dominando como pocos el escenario. Esta vez, en contra de su norma habitual, acudió acompañado por un sólido sexteto que envolvió su voz confiriendo al conjunto mucha más variedad. McFerrin fue más cantante que gimnasta vocal, sin duda un paso adelante pero que pudo descontentar a algunos de sus seguidores. Aun así, hubo fuegos artificiales: McFerrin pasó sin solución de continuidad de las notas más bajas a las más agudas, jugó con ellas, se alargó en algunos escats y, por supuesto, se pasó más de la mitad del concierto golpeándose el pecho. Incluso, nobleza obliga, invitó al público a subir al escenario a cantar.
McFerrin presentaba su último disco de música espiritual, un puñado de gospels entremezclados con otros temas de temática más mundana en versiones que siempre escapan a lo ya conocido. Mezcló con inteligencia las tonalidades góspel con el country y algunas improvisaciones jazzísticas. Su hija Madison ocupó en escena el papel que discográficamente tiene Esperanza Spaulding y lo hizo bien mientras Gil Goldstein dirigió la banda con su habitual eficacia: cada músico tuvo un espacio para lucirse.
Todo, pues, en su exacto lugar, impecable, perfectamente manufacturado pero sin chispa, aburrido por momentos. McFerrin ha logrado huir de su propia imagen para no repetirse pero en el camino ha perdido garra. Algo de aquel fuego incendiario que fue.