OPINIÓN

Pánico electoral

Recorrido por la ruta del miedo que se ha instalado en los cuatro grandes partidos de la política catalana y española

Pocas veces habíamos llegado a un final de campaña con tanta apatía en el electorado y tanta ansiedad en las cúpulas políticas. La incertidumbre sobre los resultados mantiene los estómagos encogidos en las sedes electorales de los cuatro grandes partidos que hasta ahora han dominado el escenario político en Cataluña y en España, hasta el punto de que lo que probablemente mejor define el estado de ánimo de sus direcciones es la palabra pánico. Todos saben que, pese a tratarse de unas elecciones europeas en las que en principio no se juega su posición en el tablero nacional, una derrota desencad...

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Pocas veces habíamos llegado a un final de campaña con tanta apatía en el electorado y tanta ansiedad en las cúpulas políticas. La incertidumbre sobre los resultados mantiene los estómagos encogidos en las sedes electorales de los cuatro grandes partidos que hasta ahora han dominado el escenario político en Cataluña y en España, hasta el punto de que lo que probablemente mejor define el estado de ánimo de sus direcciones es la palabra pánico. Todos saben que, pese a tratarse de unas elecciones europeas en las que en principio no se juega su posición en el tablero nacional, una derrota desencadenaría crisis internas que en algunos casos podrían adquirir la fuerza de un tornado.

Artur Mas y la dirección de Convergència han reaccionado con flema británica ante las encuestas que vaticinan que Esquerra Republicana se convertirá en la fuerza más votada en Cataluña. El temido sorpasso desplazaría al nacionalismo moderado y dejaría a Mas en una posición aún más debilitada. Esta vez ya no podría recurrir, como hizo en las autonómicas, al enmascarador argumento de que lo importante es que bloque soberanista mantenga o mejore posiciones. CiU tendría que afrontar la evidencia de que ya no está en condiciones de ser el pall de paller de la política catalana y lo que es peor para una marca en la que predominan los genes de la moderación, quedaría al albur de la estrategia radical de los republicanos.

Solo al pánico puede atribuirse la estratagema de presentar, a dos días de las votaciones, la urna y las papeletas de la consulta de noviembre. No hace falta que votéis a ERC. Nuestro compromiso es firme, viene a decir este gesto. Es un intento de frenar la sangría de votos hacia el dique republicano y una respuesta al vídeo con el que ERC ha puesto en duda, utilizando la caricatura de un dubitativo Duran Lleida, la firmeza de las convicciones soberanistas de CiU. El video en cuestión daría para un buen análisis de semiótica, tanto por su estética como por su contenido, pues presenta la Cataluña independiente como una Arcadia luminosa, un paraíso terrenal de cielos azules, pájaros cantando y flores por doquier.

Pero acompañar a ERC en su aventura hacia un itinerario de decisiones unilaterales y hechos consumados, del que se derivaría una tensión sin precedentes con España, colocaría pronto a CiU en la tesitura de tener que decidir, no sin dolorosas rupturas internas, entre seguir en el barco o bajarse de él en plena travesía, a riesgo de aparecer como traidor a la patria.

La intensidad de la crisis dependería de la magnitud del retroceso y de la ventaja que le sacara ERC. Un sorpasso claro daría a Oriol Junqueras alas suficientes para encarar con fuerza el que sin duda será el asalto definitivo a la fortaleza convergente: las elecciones municipales de 2015. En el caso de que la suma de ambos aumentara el espacio soberanista, se consolidaría un nuevo escenario político en el que el eje identitario sustituiría al ideológico.

Atrás quedaría un modelo de alternancia entre una gran fuerza de derecha (CiU) y otra de izquierda (PSC), para dar paso a un gran bloque dominante de signo identitario, aunque con acentos ideológicos en su interior, y otro antisoberanista, también con derecha e izquierda en su seno. Un cambio importante y un considerable lío ideológico.

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En el caso del PSC, el pánico tiene tintes existenciales. Si como aventuran las encuestas, pasa al tercer o cuarto lugar después de haber sido la fuerza más votada en 2009, con 13 puntos de diferencia sobre la segunda, no habrá misericordia para los perdedores. Si la debacle se confirmara, ellos mismos tendrían que hacerse el haraquiri. Y el PSOE tendría que empezar a trabajar la idea de tener que arreglárselas en España para ganar al PP sin los votos que hasta ahora le ha proporcionado el PSC en Cataluña. Lo mismo que le viene ocurriendo al PP.

Y llegados a Ferraz por esta ruta del terror, hay que constatar que es en la sede del PSOE donde el miedo tiene su expresión más ambivalente. El suyo es un pánico bipolar. El empate técnico en el que coinciden las encuestas hace que el ánimo oscile entre la perspectiva de una victoria que podría dar paso a su recuperación como alternativa, y el fracaso electoral, que abriría una grave crisis interna y la caja de los truenos de la sucesión sin liderazgos claros en el horizonte.

Tampoco en Génova están nada tranquilos, y menos desde que los sondeos diarios que hace el partido acusaran la monumental metedura de pata de Arias Cañete sobre la superioridad intelectual de los hombres respecto de las mujeres. La posibilidad de quedar por detrás del PSOE, aunque sea por poco, causa pavor en sus principales dirigentes. Después de haber apelado tanto a la unidad de España y de haber planteado las elecciones como un plebiscito a su política de austeridad, una derrota dejaría a Rajoy sin discurso y sin estrategia.

Pero si hay miedo es porque hay incertidumbre y por tanto, es posible que nada o parte de esto ocurra. La respuesta, esta noche.

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