Memoria de la educación republicana

Antiguos miembros de la Federación Universitaria Española mantienen su voluntad de transformar a través del conocimiento

Valencia -
Alejandra Soler, nuera del periodista Félix Azzati.JOSÉ JORDÁN

Con el lema de abrir el aula al pueblo, la suya fue una generación que pudo cambiar el mundo. Sus ideales de apertura, tolerancia y libertad prometían un futuro de esperanzas fraguadas al albor republicano, que la guerra y la dictadura truncaron. Siete décadas después, solo unos pocos de los jóvenes integrantes de la Federación Universitaria Escolar (FUE) pueden dar testimonio directo de aquel esplendor educativo. El último viernes de noviembre sus familiares y simpatizantes celebraron una comida para rememorar la historia viva de sus anfitriones, los estudiantes fuistas, hoy nonagenarios, par...

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Con el lema de abrir el aula al pueblo, la suya fue una generación que pudo cambiar el mundo. Sus ideales de apertura, tolerancia y libertad prometían un futuro de esperanzas fraguadas al albor republicano, que la guerra y la dictadura truncaron. Siete décadas después, solo unos pocos de los jóvenes integrantes de la Federación Universitaria Escolar (FUE) pueden dar testimonio directo de aquel esplendor educativo. El último viernes de noviembre sus familiares y simpatizantes celebraron una comida para rememorar la historia viva de sus anfitriones, los estudiantes fuistas, hoy nonagenarios, para los que el paso de tiempo no ha erosionado la gran consigna que marcó sus vidas: transformar la sociedad a través de la educación.

En una mesa del restaurante del Hotel Victoria —sin “Reina”, como guiño a los tiempos de la República—, a Alejandra Soler y Juan Marín les rodea un grupo de seguidores con libro y bolígrafo en mano. Juan, de 93 años, presenta en formato papel el homenaje que sus familiares y amigos le dedicaron en septiembre en el Rector Peset a su trayectoria como fuista desde 1934. A la recién centenaria Alejandra, cofundadora de la sede valenciana de la FUE, también se le acercan para que le firmen sus memorias reeditadas en 2009, cuyo título, La vida es un río caudaloso con peligrosos rápidos, solo puede sentir quien haya recorrido entero “el terrible siglo XX”, como ella califica.

Las guerras —civil, mundial o fría— no han arrebatado a Alejandra los ideales de equidad, justicia social y derecho a la educación que conjugó como fuista y comunista siendo estudiante de Filosofía y Letras, antes de partir al exilio en Rusia. “Nunca he torcido mis criterios”, afirma la que fuera nuera del periodista y político Félix Azzati. A los 100 años se siente llena de vida, “ahora más que antes”, con el único afán de ser útil a los demás. Preocupada por el devenir actual, observa con indignación las reformas educativas del ministro Wert: “Les van a llevar a los jóvenes a creer todo como dogmas, sin tener criterios propios”. Veterana en correr delante de las fuerzas del orden por defender la educación democrática en tiempos de Primo de Rivera, participó junto con Juan Marín como referentes en la primavera valenciana del instituto Lluís Vives, del que ambos fueron alumnos.

“Alejandra es La Pasionaria valenciana”, anota Agustín Quiles, de 92 años, antiguo miembro del Instituto Obrero. Vecino de Russafa, se formó en la laicidad de la escuela mixta graduada de la Casa de la Democracia, al socaire del PURA de Blasco Ibáñez, hoy reconvertida en la Iglesia de María Goretti en la Gran Vía de Germanías. Este “republicano-anarco”, que acude a las comidas de los fuistas desde hace cinco años, no le ve futuro a la sociedad actual. “Está atada con un reglamento que hay que deshacer, y el único que puede hacerlo es el intelectual”.

Por el recuerdo a su marido, Víctor Agulló, miembro fundador desde que la FUE tuviera su réplica valenciana en 1930, Amparo Albuixech, su viuda, acude a este encuentro entre amigos con los que comparte “ideas parecidas de izquierda”, evocando el origen apolítico de aquel movimiento estudiantil inspirado en la Institución Libre de Enseñanza. A sus 86 años, no disimula que viene sobre todo para pasarlo bien, como cuando sale al cine con su amiga Juanita Alberich, de 94 años, todas las semanas.

Afiliada a las Juventudes de Izquierda Republicana, Juanita se unió a los 14 años a la FUE cuando era “un centro de estudiantes con buenas ideas”. “En las tertulias de ahora intercambiamos ideas y criticamos al Gobierno, porque a nuestra edad no podemos hacer más”, reconoce quien vivió entre Argelia y Francia hasta la muerte de Franco. Para su hija, Annik Onofra Valldecabres, las reuniones de los antiguos miembros de la FUE ayudan a rememorar las dificultades de lo que tuvieron que exiliarse. “A los hijos que hemos nacido en el exilio nos sirve para reconocer nuestras raíces, de dónde venimos y lo que somos”.

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Simpatizantes como Josep Medina, de 69 años, impulsor de la Associació d’Amics de la FUE, formada en 2011 con 77 integrantes, intentan que la longeva formación no desaparezca con las bajas de los fuistas. “Los apreciamos como si fueran nuestros padres. Tienen una visión muy actual, pero con gran experiencia acumulada por sus años de vida”, explica quien ve en esas personas la historia que le habían ocultado de adolescente en el franquismo.

Un ejercicio de memoria colectiva en una gran familia en la que se traspasan enseñanzas, solidaridad y unión ante cualquier situación es como lo definen Cristina Escrivà, escritora memorialista, y Glòria Marcos, presidenta de la Fundació Institut d’Estudis Polítics. Amigas de la FUE, ambas representan a la segunda generación que asegura mantener viva la semilla que sembraron los veteranos fuístas para cambiar el mundo en el siglo XXI. “Porque la dignidad de un pueblo no se recupera mientras no pueda leerse la página de la historia que nos han negado”.

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