Opinión

Los nuevos conversos

Hace unas semanas, un profesor norteamericano de Economía que está dando un curso en una escuela de negocios de Barcelona confesaba que no entendía por qué determinados colegas catalanes se declaraban partidarios de la independencia de Cataluña alegando como principal razón un desequilibrio financiero de 4.000 millones, “o aunque fuera el doble”, añadía. Y agregaba con ironía: “Si estas reacciones se dieran en Estados Unidos hace muchos años que seríamos los Estados Desunidos”. Pero su estupor desbordaba todos los límites cuando a continuación le informabas que algunos de estos nuevos independ...

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Hace unas semanas, un profesor norteamericano de Economía que está dando un curso en una escuela de negocios de Barcelona confesaba que no entendía por qué determinados colegas catalanes se declaraban partidarios de la independencia de Cataluña alegando como principal razón un desequilibrio financiero de 4.000 millones, “o aunque fuera el doble”, añadía. Y agregaba con ironía: “Si estas reacciones se dieran en Estados Unidos hace muchos años que seríamos los Estados Desunidos”. Pero su estupor desbordaba todos los límites cuando a continuación le informabas que algunos de estos nuevos independentistas fueron protagonistas de la última reforma de financiación de las comunidades autónomas que tuvo lugar en 2009 y que en su primer año de aplicación la Generalitat obtuvo dos mil y pico de millones más que en los ejercicios anteriores.

La verdad es que no he encontrado una anécdota equivalente que ilustre otro de los motivos actualmente más invocados por estos nuevos conversos al independentismo y que me parece tan poco fundamentado como el anterior. Me refiero a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. Ahora se ha puesto de moda aducir esta razón y personas en principio inteligentes, de un nivel cultural alto, lo dicen sin ambages y como si fuera un argumento irrefutable: “Yo nunca fui independentista pero la sentencia del TC me ha forzado a serlo: no hay derecho que España trate tan mal a Cataluña”.

Muchos se han subido al carro independentista alegando razones contradictorias con lo pensaban y sin ofrecer argumentos razonables

En primer lugar, a menos que conozcan la materia, albergo serias dudas sobre si quienes esto sostienen han leído la sentencia. Efectivamente, algunos amigos conversos me han dicho que si bien no la han leído se la han contado. Al menos son sinceros. Otros dicen que no les hace falta leerla porque ya se la imaginan. Estos demuestran un prejuicio que invalida su posición. Pero también están quiénes aseguran que la han leído pero, por las razones que dan, quedas convencido de lo contrario.

Porque vamos a ver, leer una sentencia es fácil, basta con haber aprendido a leer. Pero leer no es comprender. Y comprender una sentencia es algo más difícil: debes conocer la materia y tener las referencias suficientes como para adoptar una posición crítica y, por tanto, argumentada. Estos conocimientos y referencias son, básicamente, un dominio de la ley que fundamenta la sentencia —en este caso la Constitución—, también de los hechos sometidos a juicio —que en recursos de inconstitucionalidad son normas con rango de ley—. así como de los complejos antecedentes jurisprudenciales y doctrinales imprescindibles para entender la cuestión disputada. Además, hay que estar versado en interpretación y argumentación jurídica.

Ciertamente, las normas se dirigen a todos los ciudadanos y para ello su claridad expositiva es un valor jurídico muy importante, componente esencial de la seguridad jurídica. Y una sentencia es una norma. Por tanto, todos los ciudadanos deberían, en principio, comprenderla. Pero también es cierto que las dificultades para entender hoy el ordenamiento jurídico son evidentes debido a la cantidad y complejidad de las normas y a los muy diversos ordenamientos jurídicos que regulan nuestra vida en sociedad. En consecuencia, los conocimientos del experto son en demasiadas ocasiones imprescindibles para aclarar el significado de una norma.

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Los conocimientos del experto suelen ser imprescindibles para aclarar el significado de una norma

Ahora bien, en el caso de la sentencia sobre el Estatuto catalán todas estas dificultades se multiplican exponencialmente. Se trata, con mucha diferencia, del recurso en el que se han impugnado mayor cantidad de preceptos, acerca de la mayoría había copiosa jurisprudencia anterior y algunos de ellos son claves para el buen funcionamiento del Estado de las autonomías. ¿Quién afirma haber leído la sentencia conoce todas estas cuestiones? Me temo que no, a menos que se trate de un experto. Por tanto, ¿puede esta persona sostener razonablemente que la sentencia le ha impulsado a dar el grave paso de ser partidario de separar a Cataluña de España?

Tengo el mayor respeto personal por quienes son partidarios de la independencia de Cataluña porque consideran que es una nación y toda nación debe constituirse como Estado soberano. O porque consideran que así los catalanes serán libres. Pero respeto personal no quiere decir respeto intelectual ya que, a mi parecer, quienes así piensan se equivocan, anteponen los sentimientos a las razones y esta prelación de categorías siempre ha dado resultados funestos a lo largo de la historia.

Ahora bien, confieso no tener ningún respeto, ni personal ni intelectual, por quienes se han apuntado al carro de la independencia alegando razones contradictorias con lo que pensaban hasta hace muy poco sin explicar, con argumentos razonables, su cambio de posición. No me refiero a quienes no tienen conocimientos suficientes y se dejan arrastrar por las supuestas mayorías. Me refiero a aquellos que saben y entienden, pero distorsionan la historia, la economía y el derecho. Me refiero a los nuevos conversos que, por ejemplo, no han dado más explicaciones sobre su nueva posición que su discrepancia con una sentencia que, seguramente, no han leído y que si han leído, por desconocimiento, son incapaces de comprender.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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