Marca registrada

El olor de la samanguila

Riera Alta y otras zonas del Raval concentraron a madereros a finales del siglo XIX

Uno de los almacenes de madera de la calle de Riera Alta.toni ferragut

La Riera Alta se escurre hacia el mar, alimentando el recuerdo de cuando era un torrente que arrastraba las lluvias otoñales desde Collserola hasta desaguar en la riera que también fue La Rambla. Sus aguas bajaban por lo que ahora es Villarroel, y al llegar aquí era bautizada como el Torrent de Valldonzella (todavía en 1882 y 1909 el viejo cauce se desbordó, obligando a muchos vecinos a abandonar sus casas inundadas). En una de sus orillas hay un edificio con la fachada de un color amarillo Van Gogh, unas graciosas ventanitas y un portalón granate donde está pintado en gruesas letras blancas “...

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La Riera Alta se escurre hacia el mar, alimentando el recuerdo de cuando era un torrente que arrastraba las lluvias otoñales desde Collserola hasta desaguar en la riera que también fue La Rambla. Sus aguas bajaban por lo que ahora es Villarroel, y al llegar aquí era bautizada como el Torrent de Valldonzella (todavía en 1882 y 1909 el viejo cauce se desbordó, obligando a muchos vecinos a abandonar sus casas inundadas). En una de sus orillas hay un edificio con la fachada de un color amarillo Van Gogh, unas graciosas ventanitas y un portalón granate donde está pintado en gruesas letras blancas “Venta de maderas”. Toda la fachada está tatuada con la publicidad del almacén Pérez Ares, en un establecimiento que hace más de cien años fue taller de encuadernación y después tienda del cerrajero Gaspar Pardiñas.

Esta calle se había llamado del Gos Mort y también Alta de Prim, y fue donde en 1783 el empresario Erasmo de Gònima abrió una de las primeras fábricas de la ciudad. Pronto le acompañaron otras, como la Blanch y Rovira, la Artoix o la Bonet. El resto del vecindario era de lo más variopinto, desde una barbería a un molino de droguero, la taberna Blanch y un alquiler de coches, pasando por un par de lavaderos públicos y Can Escorxagats, un merendero situado según Joan Amades frente al huerto del convento de las Jerónimas. Es tradición que en este comedor se servía el famoso gato estofado con patatas, que era una receta de costellada entre amigotes.

Riera Alta fue uno

A pesar del venerable aspecto de este negocio, antiguamente no había ningún carpintero en esta larga calle, lo cual tenía su gracia siendo éste un barrio con muchos artesanos de la madera. Según la Guía de Forasteros de Manuel Saurí, había unos cuatrocientos carpinteros y ebanistas en Barcelona, más de la mitad de ellos en el Raval. De nueve aserraderos siete estaban aquí, aparte de una treintena de almacenes de tablones. Por el momento en vez de madereros había obreros enfadados, que levantaron los adoquines para hacer parapetos durante la insurrección republicana de 1869 y durante la revolución cantonal de 1874.

En ambas ocasiones se recibió a tiros a la caballería, y el vecindario cogió fama de barricada pronta. Otra constante que compartió con el barrio fueron los incendios, como el que devastó una fábrica de fósforos de cartón en 1884, o estuvo a punto de destruir —poco después— el gran almacén de borra de Jerónimo Taulé. Incluso tuvo su propio crimen vetusto ese mismo año: Tras la pelea entre el encargado y el obrero de una zapatería, éste último resulta despedido y decide vengarse. Primero espera la salida del propietario, pero las precauciones del empresario frustran la tentativa. Días después, mientras regresa a su casa en Riera Alta, el encargado recibe varios disparos que resultan mortales, justo en el momento que su esposa y su hija pequeña son testigos del crimen cuando regresaban al domicilio familiar.

Los vecinos se amotinan y detienen al asesino que a punto está de ser linchado, aunque finalmente es condenado a cadena perpetua. Dos años más tarde, estas aceras fueron escenario de la detención de varios sujetos que se hacían llamar Los Apóstoles y que se hacían pasar por sanadores, timando a muchas personas de los alrededores.

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La samanguila procedía

En Riera Alta estuvo el último molino y el último pozo que tuvo la ciudad, y fue inicio de línea de un ómnibus de la empresa La Condal que llevaba hasta la playa de la Barceloneta. Cerca de la esquina con Peu de la Creu tuvo su vivero de animales el premio Nobel de medicina Santiago Ramón y Cajal. En aquellas fechas volvía a haber un encuadernador en esta casa amarilla, y a pocos metros se estableció el primer carpintero de la calle, lo cual sabemos porque en 1925 estalló una bomba en su taller durante una huelga. Fue en la posguerra cuando la calle olió más a madera y apareció el almacén Pérez Ares, los Muebles Grau y los Muebles Toher, un gran expositor de cinco plantas totalmente dedicado a los sofás, las mesillas o los armarios. De todo aquello queda esto, un lugar que huele a resina y a cola blanca.

Mi padre era ebanista, siempre le vi oler el género antes de comprarlo. En aquella época la madera venía de la Guinea, de la que recitaba los distintos tipos como una alineación: abang, abebay, bubinga, ceiba, cedro, embero, mongoy, okola, okume, olong, samba, sapeli y samanguila.

Hasta su jubilación conservó una chapa de esta última madera, también llamada caobilla por su parecido a la caoba. La calentabas entre los dedos y le regresaba el aroma a almizcle y caramelo. Justo enfrente de aquí está la bodega de Armando, un ecuato-guineano cuyo local también huele a virutas finas.

 

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