Opinión

Los mausoleos innecesarios

Una estructura redonda ocupa el sitio de la plaza Sanllehy: es el pozo de la Línea 9 del metro, suspendidas

Da la impresión que Barcelona ha ido trepando a sus colinas con avaricia, dejando poco espacio libre. Me pasa cuando camino por el Guinardó. Ese edificio pantalla, desmesurado en sus veinte plantas, que se levanta como una puerta absurda justo delante del campo de fútbol del Europa, ¿hacía falta que fuera tan alto, y que fuera tan alto siendo tan único y solitario? El entorno es abierto, desordenado, pero justo ahí empieza la parte dulce, arbolada, de la Rambla que lleva el nombre del barrio y el paisaje se hace humano. Algún vecino toma el fresco en un banco: la ciudad es ese gesto tranquilo....

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Da la impresión que Barcelona ha ido trepando a sus colinas con avaricia, dejando poco espacio libre. Me pasa cuando camino por el Guinardó. Ese edificio pantalla, desmesurado en sus veinte plantas, que se levanta como una puerta absurda justo delante del campo de fútbol del Europa, ¿hacía falta que fuera tan alto, y que fuera tan alto siendo tan único y solitario? El entorno es abierto, desordenado, pero justo ahí empieza la parte dulce, arbolada, de la Rambla que lleva el nombre del barrio y el paisaje se hace humano. Algún vecino toma el fresco en un banco: la ciudad es ese gesto tranquilo. Por esta dificultad de encontrar ciudad amable en el Guinardó, los vecinos apreciaban la plaza Sanllehy —nombre de alcalde—, que era pequeña, verde y empinada, con un canal de agua que bajaba discreto y alegre. Por eso las pancartas de los balcones piden que les devuelvan la plaza.

La plaza Sanllehy se ha evaporado. No queda nada. Lo dice una vecina, poniendo toda la rabia en la R de res. En efecto, una estructura redonda como una plaza de toros, de dos pisos de alto, opaca, agresiva, ocupa el sitio de la plaza: es el pozo de la Línea 9 del metro, suspendidas las obras para siempre, es el “muro de la vergüenza” para los vecinos. Las estaciones fantasma de la Línea 9 se reparten por la ciudad alta con una extraña prepotencia, porque se han quedado a medias sin rebajar la presencia de las vallas protectoras o de las grúas, rompiendo el paisaje en su parte más tierna: las plazas, los jardines, los patios de las escuelas. En Joaquim Folguera se cargaron todos los almeces casi centenarios y, aunque la estructura queda subsumida por la estación de los FCG, las tipuanas acabadas de plantar son un mal consuelo. Las plazas son los respiraderos de la ciudad, deberían ser sagradas. Lesseps, en cambio, es tan grande y está tan llena de trastos presuntamente decorativos que la estación incompleta es un pecado menor: estorba el paso y poco más.

En Sarrià se ha comido la mitad del Sagrado Corazón y aunque desde la calle la estructura parece un solar en construcción, se adivina el malestar del colegio

Pero en Sarrià se ha comido la mitad del Sagrado Corazón y aunque desde la calle la estructura parece un solar en construcción, se adivina el malestar del colegio. El drama vuelve a ser abusivo en la esquina de Mandri y Bonanova: una valla color canario se ha instalado en el patio de la Misericordia, como si obligara a la vieja casona a hacerse a un lado. La cosa tiene una altura de dos pisos, obtura un carril de circulación, es como un dinosaurio sentado al sol, un despropósito. Y esto estará así durante años. El Ayuntamiento ha prometido retoques, por ejemplo ha prometido cuidar las aceras que rodean el trasto que deglutió la plaza Sanllehy. En otros rincones, es cierto, ha taponado la obra y ha puesto juegos infantiles y esos arbolitos tiernos del Putget, pero los mausoleos siguen ahí, como un sueño de grandeza frustrado.

La Línea 9 del metro era la más larga de Europa en construcción. Los estudios técnicos avisaban de que aportaría a la red una cantidad insuficiente de pasajeros, excepto en las dos puntas: que serviría para reasignarlos, pero no para incrementarlos. Hoy, el tramo de Santa Coloma, dos ramales, circula con escaso pasaje, nada que ver con los andenes pletóricos de las otras líneas que pasan por la Sagrera, que es el enlace. También es verdad que la gente tiene que ajustar sus itinerarios, que cuesta instalar la novedad en la rutina ciudadana. Sea como fuere, el tránsito transversal, de norte a sur por la parte alta de Barcelona, es poco.

Pero la línea tenía algo de justicia distributiva y se apuntaron al proyecto los sucesivos gobiernos, sin vacilar. El presidente Montilla incluso inauguró alguna estación, y cuando un presidente corta la cinta del metro, o está desubicado o hay algún prodigio. El prodigio es la profundidad del tramo colomense, más de seis alturas, que le dan a las estaciones una estética de centro comercial americano. La catedral de los pobres, se decía. Y el tren sin conductor, los andenes con mamparas, todo tan brillante. Ahora la tuneladora duerme en Gornal, nadie sabe si el tramo central existirá algún día, y por los despachos resuena aquella vieja convicción del alcalde Rius i Taulet ante la Exposición de 1888: “Hágase lo que se deba y débase lo que se haga”. Tal cual.

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