Montilla se suelta por escrito

El expresidente hace balance de su mandato en un libro que escapa del tono moderado, censura al Tribunal Constitucional y no rehuye la autocrítica.

José Montilla, en el Pati dels Tarongers de la Generalitat cuando era presidente.CARLES RIBAS

A José Montilla le caracteriza la discreción y moderación. No solo por ese tono de voz pausado, en ocasiones apocado, sino por el propio contenido de sus palabras. Liberado desde hace ya más de dos años de la presidencia de la Generalitat y del liderazgo del PSC, hace balance de su madato en un libro en el que se expresa como seguramente no lo había hecho nunca. Clar i català está editado por RBA y es una conversación-entrevista que mantiene con el periodista Rafael Jorba sobre la época convulsa del tripartito que pr...

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A José Montilla le caracteriza la discreción y moderación. No solo por ese tono de voz pausado, en ocasiones apocado, sino por el propio contenido de sus palabras. Liberado desde hace ya más de dos años de la presidencia de la Generalitat y del liderazgo del PSC, hace balance de su madato en un libro en el que se expresa como seguramente no lo había hecho nunca. Clar i català está editado por RBA y es una conversación-entrevista que mantiene con el periodista Rafael Jorba sobre la época convulsa del tripartito que presidió. Estas son algunas de las cuestiones que se abordan.

La sentencia del Estatut. Probablemente es el capítulo del libro en el que Montilla se muestra más critico. Reconoce sin reparos que el PP logró “un cierto éxito” con una sentencia que, en su opinión, jamás debió producirse. Ese hecho, en sí mismo, “es lo más grave, porque es sobre un texto que había votado el pueblo de Cataluña”, dice. Y nunca hasta entonces había pasado una cosa similar.

El Constitucional se negó

Explica que hizo todo lo posible para evitar que hubiera sentencia o para que fuese “blanca”, incluyendo una visita al Rey. “Tocamos todas las teclas”, asegura, incluso un almuerzo con Gregorio Peces Barba y Miquel Roca, dos padres de la Constitución, para influir en el tribunal.

En otro momento, dice que el Tribunal Constitucional pudo haber aplazado la sentencia hasta pasadas las elecciones autonómicas, pero no lo hizo “voluntariamente” en lo que califica como “un acto de hostilidad”.

Tampoco se está de arremeter contra el Tribunal Constitucional, al que califica de “muy cuestionado y con una legitimación, desde el punto de vista moral y político muy discutible”. Y se refiere directamente a los magistrados que formaban parte. De la presidenta, Maria Emilia Casas, afirma que “no estuvo a la altura de las circunstancias”, porque “no supo hacer de presidenta”. Asegura que el resto de jueces “le tomaron la medida” y el sector conservador “fue minando su autoridad”. Del magistrado Manuel Aragón, propuesto por el Gobierno socialista y que se acabó alineando con el sector conservador, afirma que “no es de fiar” y de su colega Pablo Pérez Tremps cree que debería haber dimitido al ser recusado para que el Gobierno nombrara otro sustituto.

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“La capacidad de influencia de aquel Gobierno [el de José Luis Rodríguez Zapatero] en el Constitucional era muy, muy limitada, mientras que la del PP era más grande...los suyos hacían piña”, concluye Montilla para referirse al posicionamiento de los jueces.

Califica una parte

Las consecuencias. Aquella sentencia situó a los socialistas catalanes en una oposición incómoda, admite Montilla, que fue aprovechada por la derecha española, de la que dice que tiene una parte “muy inculta, tremendamente irresponsable, del siglo XIX y muy casposa”. También reconoce que la izquierda perdió la hegemonía que tuvo en la transición en los “generadores de opinión y el mundo de la cultura” y que en este terreno “el PSOE se mueve a la defensiva, acomplejado en ocasiones...Esta es la realidad”. Y de aquellos vientos, estos lodos. “Este término de la transición nacional es un eufemismo que no se sabe qué quiere decir”, sostiene Montilla refiriéndose a la expresión acuñada por Artur Mas en su primera investidura. “Mientras tanto, en transición, hacen humo y no hacen el trabajo. Nunca se ha hecho tanta agitación y propaganda como ahora”. También alude al artículo del expresidente del Gobierno Felipe González y la exministra Carme Chacón publicado en EL PAÍS, en el que se decía que los “efectos jurídicos de la sentencia son pequeños”. Montilla considera que eso es “una verdad a medias” porque el Estatut “no es exclusivamente un texto jurídico”. Y desde el punto de vista político, el efecto lo califica de “letal”.

El segundo tripartito. Montilla admite que “visto con perspectiva, hubo demasiada continuidad” en el Gobierno que formó, aunque apostilla que “pensé que era lo mejor” porque no se iba a producir una ruptura respecto del de Pasqual Maragall. Defiende el nombramiento de Joan Saura como consejero de Interior, aunque precisa que “si se quiere quizás hubiera podido elegir mejor a sus colaboradores”, en lo que se intrepreta como un reproche al secretario de Seguridad, el camaleónico Joan Delort que también ha ocupado altos cargos en departamentos en manos de CiU y PSC.

En otro momento reconoce que se equivocó por no nombrar un portavoz de su Gobierno, se declara “muy poco intervencionista” y dice que nunca se pidió una entrevista ni en TV-3 ni en Cataluña. Admite con algo de resignación la caricatura que se hace de él en el programa Polònia y se pregunta si “con otro presidente se hubiera podido hacer”. Lo que califica de “desacertado” es que se colara un gag suyo antes del mensaje del 11 de septiembre de 2009.

“La sociovergencia

Cree que el balance de su Gobierno fue “positivo” y recuerda que en aquellos cuatro años se pusieron en marcha más kilómetros de autovía que en 23 de pujolismo, al igual que ocurrió con la extensión del metro o con el volumen de recursos concedidos por el Instituto Catalán de Fianzas. Y también que inauguró más cárceles que Jordi Pujol. “No sé si eso es bueno, pero lo cierto es que había una saturación inaceptable”.

La distancia con Maragall. Montilla reprocha el “papel un poco distante” que tuvo Pasqual Maragall en el proceso de elaboración del Estatut y sale al paso de las acusaciones veladas que se le hicieron de airear su enfermedad. “La palabra la tienen las personas de su entorno más directo... La verdad sobre cuándo se le detectó la enfermedad la sabrán sus familiares... y son ellos los que han de explicarlo cuándo y cómo lo crean oportuno”. También explica que se enteró por la televisión de que Maragall había convocado elecciones anticipadas y que no le hizo caso cuando le aconsejó que no rompiera con ERC porque la consecuencia sería precisamente el adelanto electoral. También recuerda que Maragall participó en una reunión con Zapatero y Artur Mas antes de que el líder nacionalista escenficiara en la Moncloa el pacto del Estatut y marca distancias con su inmediato antecesor. “El presidente de la Generalitat “no es alguien que reina dejando que los demás lleven la cocina...En eso teníamos puntos de vista distintos”. Con todo, concluye que Maragall “será el presidente del Estatut”, que “dotó a Cataluña del mayor grado de autogobierno que ha tenido nunca este país”.

La relación con Zapatero. La sociovergencia que deseaba Zapatero para evitar que Montilla fuera presidente hubiera sido una solución “narcotizante” para Cataluña, dice en el libro el exprimer secretario del PSC. Es conocido que Mas pactó en la Moncloa que gobernaría la lista más votada “pero eso no me vincula a mí ni al PSC”, explica Montilla. Admite los aciertos de ZP en la defensa de los derechos civiles, como también que sus desencuentros personales llegaron cuando Montilla ocupó la Generalitat, aunque “los problemas se agudizaron en la etapa final”. La negociación de la nueva financiación la califica de “muy difícil” y cree que el resultado final se podía haber logrado “muchos meses antes”. En su opinión “se produjo un desgaste brutal, absolutamente innecesario”. Cuando se cerró el pacto en 2009, con casi un año de retraso, la recesión ya estaba aquí y se empezaba a notar.

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