Opinión

¿Y si es lo que parece?

¿Y si los que nos gobiernan no es que sean necios, sino verdaderamente crueles?

Hay dos preguntas que me rondan por la cabeza desde hace semanas. La primera es ¿y si es lo que parece? ¿Y si los que nos gobiernan no es que sean necios, sino verdaderamente crueles? ¿Cómo sería un país que estuviera gobernado por la perversidad? Lamentablemente, no es muy difícil de imaginar. Sería un país que tendría cientos de miles de viviendas vacías, mientras permitiría que todos los días pusieran en la calle a centenares de familias que no pueden pagar la hipoteca. Sería un país que subiría los impuestos a los pobres y a las clases medias y se los bajaría a los ricos. Sería un país que...

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Hay dos preguntas que me rondan por la cabeza desde hace semanas. La primera es ¿y si es lo que parece? ¿Y si los que nos gobiernan no es que sean necios, sino verdaderamente crueles? ¿Cómo sería un país que estuviera gobernado por la perversidad? Lamentablemente, no es muy difícil de imaginar. Sería un país que tendría cientos de miles de viviendas vacías, mientras permitiría que todos los días pusieran en la calle a centenares de familias que no pueden pagar la hipoteca. Sería un país que subiría los impuestos a los pobres y a las clases medias y se los bajaría a los ricos. Sería un país que perdonaría a los defraudadores a la Hacienda Pública y les premiaría con bonificaciones fiscales.

Sería un país que destinaría sus dineros a ayudar a los banqueros y a los poderosos. Sería un país que de manera planificada destruiría su sistema nacional de salud. Sería un país en el que disminuiría drásticamente la inversión en ciencia y en investigación. Sería un país que encarecería el acceso a las vacunas y a las medicinas. Sería un país que haría del impulso de la enseñanza religiosa la prioridad de la educación. Sería un país que pondría barreras económicas para el acceso a la enseñanza superior. Sería un país que forzaría a emigrar a los jóvenes más preparados y a los más brillantes. Sería un país que generaría una desconfianza profunda en sus instituciones, desde la jefatura del Estado a todas y cada una de las administraciones. Sería un país que dejaría de ayudar a las personas dependientes. Sería un país dispuesto a cambiar sus leyes conforme a las exigencias de los reyes del juego y la prostitución.

Sería un país que aumentaría las tasas y arbitrios para disuadir a los ciudadanos con menos recursos a que defendieran sus derechos ante la justicia. Sería un país que indultaría a asesinos del volante y dejaría pudrirse en sus cárceles a gente que roba para dar de comer a sus hijos. Sería un país que haría leyes que facilitasen el despido y la destrucción de puestos de trabajo. Sería un país que recortaría los salarios y frenaría el consumo, mientras repartiría oscuros sobresueldos entre los matarifes sociales. Sería un país en el que la reacción de sus gobernantes, cuando el número de personas condenadas al paro rondase los seis millones de ciudadanos, sería limitarse a decir que “la situación es muy preocupante”.

Y sin embargo, frente ante ese estado de sadismo social y de catatonia gubernamental, que parte de la falsa premisa de que no hay alternativa, empiezan a alzarse voces con algunas modestas proposiciones. Al PSOE, que lleva meses mirándose el ombligo le ha costado reaccionar, pero por fin, ha hecho una propuesta concreta, un pacto de estímulo económico para hacer frente al desempleo con políticas activas. Más vale tarde que nunca, aún a pesar de que la idea vaya a remolque de la que presentan estos días en Madrid los sindicatos europeos, por iniciativa de la Confederación de los Sindicatos Alemanes (DGB). Con todo, se sabe de antemano que tanto este Gobierno, como el que desde Berlín controla los destinos de Europa, con el usurero apoyo de la City, harán de su capa un sayo con estas y similares propuestas. Así las cosas, vuelvo a darle vueltas a la segunda pregunta que me corroe ¿y por qué la gente obedece?

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