Opinión

Al redoble de los tambores

Hoy es una mañana fría de 1597. Hace semanas que el sol no arrincona la oscuridad en esta ciudad; la humedad atraviesa los huesos y la peste hunde su dentellada en nuestro pueblo, cebándose con el más pobre, con el necesitado, con aquel al que la fortuna rehúye como un perro escapa al palo de su amo. En esta mañana de desventura la ciudad va a pasear a su santo.

Yo, como bufón en esta tierra bella y cruel en su postura, no puedo creer que alguien allá arriba, en esos cielos negros como nuestro carbón, mire hacia abajo y suelte a la piedad para que camine por estas calles. Nos hemos vuel...

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Hoy es una mañana fría de 1597. Hace semanas que el sol no arrincona la oscuridad en esta ciudad; la humedad atraviesa los huesos y la peste hunde su dentellada en nuestro pueblo, cebándose con el más pobre, con el necesitado, con aquel al que la fortuna rehúye como un perro escapa al palo de su amo. En esta mañana de desventura la ciudad va a pasear a su santo.

Yo, como bufón en esta tierra bella y cruel en su postura, no puedo creer que alguien allá arriba, en esos cielos negros como nuestro carbón, mire hacia abajo y suelte a la piedad para que camine por estas calles. Nos hemos vuelto codiciosos, avaros, faltos de candor con el compañero. Obedecemos al tirano como si en sus palabras, en sus actos, viajaran con él la bondad y la empatía.

Los franceses, llenos de orgullo, atronan con sus tambores nuestras calles y plazas, haciendo viajar el tamtan hasta los corazones, devolviendo estos el mismo ruido, parodiado en su forma por sartenes y cazuelas,que afilan su sonoridad haciendo brotar el llanto de los infantes. De las fuentes recogen agua, regando de miedo nuestros adoquines. No hay líquido en el mundo que sacie sus alforjas; no hay desierto que seque sus ansias de poder.

Tam, tam; clam, clam. Que ese retumbar se transforme en un grito, en una llamada a nuestros jóvenes, a nuestros viejos, a la gente, para que lancemos un trueno al aire que llegue hasta la más alta torre. Salgamos a la calle no para olvidar las penas; más bien para recordar por qué luchamos. Cantemos que estamos aquí, nosotros también.

Quizás dentro de cientos de años esto se transforme en un hábito. Tal vez incluso sean cientos las compañías. Entonces, como ahora, ellos que aprietan la soga por un momento verán, oirán, a la mayoría hacerse presente, demostrar que si esta marea se transforma en ola puede arrastrar hasta a los peces más gordos, llegar a sus salones y mojarles algo más que los tobillos.

Este vigésimo día del primer mes, Donostia recuerda que sus calles se llenaron de ciudadanos que, al igual que ellos, hoy transformamos la tristeza por la pérdida en alegría por el encuentro. Hoy festejamos sabiendo que todo eso que ganamos y nos quitaron hoy empieza a ser nuestro de nuevo.

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