ESCENARIOS DEL CRIMEN

Muerte de un viajante

Un vecino se encontró el cuerpo interte de Mariano García en el portal de su casa

La entrada de un bloque de la calle Trafalgar, EN Barcelona, fue la estación final de Mariano García.TEJEDERAS

La violencia conyugal parece un fenómeno propio de nuestros días, pero sus efectos y consecuencias han impresionado a gente de todas las épocas y lugares. En estos casos, razones aparentemente triviales pueden estallar en crímenes de gran violencia. Este es el caso de una muerte que ocupó los titulares de la prensa barcelonesa en las navidades de 1927.

Todo comenzó la noche del 19 de diciembre, cuando los inquilinos del número 76 de la calle de Trafalgar oyeron un fuerte golpe y un grito ahogado en la escalera, al que no dieron mayor importancia. Pero a las seis de la madrugada uno de l...

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La violencia conyugal parece un fenómeno propio de nuestros días, pero sus efectos y consecuencias han impresionado a gente de todas las épocas y lugares. En estos casos, razones aparentemente triviales pueden estallar en crímenes de gran violencia. Este es el caso de una muerte que ocupó los titulares de la prensa barcelonesa en las navidades de 1927.

Todo comenzó la noche del 19 de diciembre, cuando los inquilinos del número 76 de la calle de Trafalgar oyeron un fuerte golpe y un grito ahogado en la escalera, al que no dieron mayor importancia. Pero a las seis de la madrugada uno de los habitantes de la finca, al ir a su trabajo, se encontró con el cuerpo de un hombre tendido en el portal que presentaba una herida en la cabeza. Reconocido como uno de sus vecinos avisó a su familia, y juntos trasladaron el cuerpo hasta su domicilio. Avisado rápidamente el médico, éste hizo una primera inspección y notó una serie de detalles que no cuadraban con un accidente. Por otra parte, la esposa del finado parecía demasiado tranquila y sus razones para no dar parte del suceso a las autoridades levantaron las sospechas en el doctor. Aunque aparentemente no había señales de delito, decidió poner el caso en manos de la policía.

La víctima se llamaba Mariano García Oñoro, un viajante de comercio aragonés casado con Josefa Fuentes y padre de ocho hijos. Los agentes de la ley, tras inspeccionar el lugar de los hechos, repararon en la poca sangre que había en la escalera y descartaron un intento de robo. Así pues accedieron al hogar del fallecido, encontrando un colchón y ropa de cama manchados de sangre, que alguien había intentado lavar precipitadamente. Tras un primer interrogatorio, y ante las evidentes contradicciones en la versión que dio Josefa de los acontecimientos, decidieron llevarse detenida a toda la familia.

Muy pronto salieron a relucir las profundas tensiones que se vivían desde hacía tiempo en el hogar de los García. Las discusiones y las agresiones eran frecuentes entre los cónyuges, fruto de un matrimonio que nunca había estado muy unido. El marido pasaba largas temporadas fuera del domicilio, su mujer le tachaba constantemente de vago y de ser demasiado débil para mejorar su precaria situación económica. Desde hacía años, la víctima comía fuera de casa, y se lavaba y cosía personalmente la ropa. Los esposos dormían en habitaciones separadas, y el cuarto del finado era el único sin ventanas ni luz eléctrica.

Llevada a comisaría, observaron que Josefa Fuentes llevaba unos guantes puestos. Y al obligarla a quitárselos pudieron comprobar que presentaba diversas heridas y arañazos en las manos, que ella justificó diciendo que se había quemado cocinando un sofrito de tomate. Pronto el caso saltó a la prensa nacional. En los juzgados, la acusada supo que cuatro de sus hijos también estaban encerrados en la cárcel e hizo una primera declaración. Según su confesión, la muerte había sido accidental, tras una discusión por el humo de un hornillo. El enfrentamiento verbal había degenerado en una violenta pelea, que terminó con un golpe propinado con una botella de gaseosa. Asustada al ver que su marido estaba muerto, lo acostó en la cama, esperó que regresaran sus hijos del trabajo, les dio la cena, y cuando dormían bajó el cadáver a rastras por la escalera hasta el descansillo, donde lo dejó. La policía barajó una versión muy distinta, aunque no reunió pruebas suficientes para confirmarla. Según todos los indicios, el crimen había sido premeditado. La asesina había matado a su esposo mientras dormía en la cama, armada con una plancha.

El juicio tuvo lugar en octubre de 1929, con la sala atestada de público y de periodistas. Los peritos describieron a Josefa como una loca razonante con rasgos histéricos, pero responsable de sus actos. Durante el juicio, la mujer declaró que se había casado enamorada con un hombre de fuerte complexión y varios años mayor que ella. Pero que hacía una década habían comenzado a discutir por cualquier pequeño motivo, y que eso les había llevado progresivamente a perderse el respeto y a agredirse mutuamente. Aunque vivían en el mismo domicilio, hacían vidas separadas. Josefa se ratificó en su primera declaración, argumentando que solo se había defendido de un intento de estrangulamiento por parte de su esposo. Y que para salvaguardar a sus hijos, había intentado borrar las huellas del crimen. Ante la imposibilidad de demostrar los numerosos indicios de premeditación, el juez la condenó a 25 años de prisión con los atenuantes de obcecación y arrebato. Todo por el humo de un hornillo.

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