OPINIÓN

En qué manos estamos

A veces da la impresión de que los profesores de la clase política se han ausentado progresivamente

Las épocas de crisis son momentos de oportunidades, dicen esos señores de dientes afilados y mandíbulas aceradas, o viceversa. Yo estoy de acuerdo. En épocas de crisis, de perdidos al río, y por tanto, por qué no decir la verdad. Quizás no la realidad cruda, para que por falta de costumbre no nos quedemos como niños a los que no solo les dicen a destiempo que los Reyes Magos son los padres, sino que ya no habrá más regalos. Pero al menos algo que se le aproxime. En el caso de Rajoy, todavía le quedan —se supone— más de tres años para que se enfrente a las urnas, o casi uno para que lo haga su ...

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Las épocas de crisis son momentos de oportunidades, dicen esos señores de dientes afilados y mandíbulas aceradas, o viceversa. Yo estoy de acuerdo. En épocas de crisis, de perdidos al río, y por tanto, por qué no decir la verdad. Quizás no la realidad cruda, para que por falta de costumbre no nos quedemos como niños a los que no solo les dicen a destiempo que los Reyes Magos son los padres, sino que ya no habrá más regalos. Pero al menos algo que se le aproxime. En el caso de Rajoy, todavía le quedan —se supone— más de tres años para que se enfrente a las urnas, o casi uno para que lo haga su partido. Tiene una mayoría absoluta más holgada que los cuellos de Cristiano Ronaldo. ¿Qué necesidad tiene de andar con paños calientes?

En el famoso discurso en el Parlamento, en mayo de 1940, cuando dijo aquello de: “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, Winston Churchill era un recién nombrado y nada popular primer ministro que anunciaba que se acababan las componendas y empezaba la guerra de verdad contra Hitler. Es de suponer que, en circunstancias similares, Mariano Rajoy diría algo así como: “Nos enfrentaremos al III Reich, después de haber presionado mucho, y en unas condiciones muy favorables…”, para después de la retirada de Dunkerque reconocer que el asunto es “extremadamente dañino”. Churchill aseguraba que a menudo se había tenido que comer sus palabras y que había descubierto que eran una dieta equilibrada, pero ningún político español ha dicho nunca nada sobre equivocarse o errar.

Ni político, ni autoridad, por alta que sea. El señor Dívar ha proclamado sentirse como un inocente cristiano arrojado a los leones mediáticos y ha anunciado que hoy mismo desencadenará un Armagedón judicial, así en abstracto apocalíptico. Fue su segundo, que al parecer ha sido visto probándose la silla, el que ha concretado que presentará la dimisión. En el caso de la máxima autoridad judicial por partida doble de una democracia y cuarta autoridad de un Estado de derecho, lo que asombra no es que no entienda que es incorrecto hacer uso discrecional de fondos públicos para su disfrute personal en base a que “es cargo público 24 horas al día”. Como decían de Idi Amin, lo asombroso no es que llegase a presidente de Uganda, sino a sargento del ejército británico. Lo que pasma es que la institución permita esas alegrías en el gasto, a él y a quien sabe más. Y ¿es normal que el principal responsable de la seguridad de un altísimo cargo sea un agente de la escala básica? ¿Que sencillotes todos, no?

Tampoco extrañó en su momento a nadie que hubiese entidades financieras encabezadas por bailarinas, concesionarios de coches o padres curas —aunque tampoco los economistas profesionales lo han hecho mejor. O, como se sabe ahora, que consejeros valencianos creasen ONG, no para expiar sus culpas, sino para comprarse pisos de lujos con el dinero destinado a la solidaridad internacional. (Salpimenten “presuntamente” por los párrafos anteriores donde consideren). Cada día se descubre algo que salpica a un cargo y/o institución. Y no será por falta de ideales elevados.

Por ejemplo, la alcaldesa de la capital de España, Ana Botella, ha declarado recientemente que el ideario de su partido es “Grecia, Roma, Europa y el cristianismo”. Contra eso —y como el Sacro Imperio Romano Germánico ya debe ir incluido en lo de Europa y/o el cristianismo—, sus oponentes solo pueden responder aquello que decíamos de pequeños: y yo el mundo infinito. O lo de Groucho Marx: lo mismo y dos huevos duros más. Los que no lo somos —oponentes— únicamente podemos reflexionar que, por una parte, Grecia y Roma eran democracia y derecho, pero también esclavitud, y Europa y el cristianismo, quizás algo mejor que las otras alternativas de entonces, pero también guerras de religión y feudalismo. Pero sobre todo, que lo veo de poca aplicación para la política y la sociedad actuales, aunque de Madrid sabrá más su alcaldesa.

En Galicia, donde tenemos la relativa ventaja y el gran inconveniente de que nos conocemos todos, si miramos a la tarima de la clase política reconozcan que da a veces la sensación de que los profesores se han ido ausentado progresivamente, dejando encargados a unos alumnos. Pero pensándolo bien, los profesores de antaño a los que tanto añoramos fueron los que sentaron las bases de todo esto. (Otra incursión foránea: ¿no se les abren las carnes con la propuesta de una parte del PP de Aznar como presidente de un Gobierno de concentración nacional, o con la autopostulación de Anguita para liderar la alternativa de cambio?). Los alumnos ahora al cargo son los que tienen la oportunidad de decirnos que es lo poco que tienen que ofrecernos de verdad, además de los engaños habituales. Y los que deben descubrir, cuando inevitablemente llegue la ocasión, que comerse las propias palabras es una dieta saludable.

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