Opinión

La batalla del ‘Alaemin’

"La única diferencia con la situación actual es que entonces las tropas alemanas acudían en ayuda de los italianos, lo que ahora no es el caso"

Desde que González Pons pasó a la retaguardia, ya nadie nos obsequia con aquellas frases tan redondas, tan estudiadas, tan de diseño, capaces por sí solas de confeccionar titulares periodísticos sin apenas esfuerzo de parte; y, por supuesto, ya nadie prepara las citas de Churchill con la diligencia requerida por un estadista de su talla. Esta vez fue el escribidor de los discursos del ministro Montoro quien pretendió dar a este un toque erudito en su comparecencia ante el pleno de los Presupuestos, rememorando la célebre sentencia de Sir Winston pronunciada en 1942: “No estamos al final del ca...

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Desde que González Pons pasó a la retaguardia, ya nadie nos obsequia con aquellas frases tan redondas, tan estudiadas, tan de diseño, capaces por sí solas de confeccionar titulares periodísticos sin apenas esfuerzo de parte; y, por supuesto, ya nadie prepara las citas de Churchill con la diligencia requerida por un estadista de su talla. Esta vez fue el escribidor de los discursos del ministro Montoro quien pretendió dar a este un toque erudito en su comparecencia ante el pleno de los Presupuestos, rememorando la célebre sentencia de Sir Winston pronunciada en 1942: “No estamos al final del camino, ni siquiera estamos al final del principio; estamos en el principio del principio”.

No estaba mal traída, hablando de la crisis como hablaba. Además, citar a Churchill siempre proporciona al orador un tono de hombre de Estado que sería imposible de conseguir utilizando sus propias palabras. El problema es que Montoro, encandilado con el contenido de la proclama, olvidó memorizar la letra pequeña de la cita, y entonces pasó lo que pasó. Como dijo Winston Churchill, sentenció el ministro, tras la batalla del…, del…, del… ¡Alaemin!, dijo al fin, dirigiendo una angustiosa mirada al atril. ¿Alaemin?, se preguntaron a coro sus señorías sin dar crédito a lo que estaban oyendo. Y entonces todo se vino abajo. Exento de la solemnidad requerida para la ocasión, el discurso acabó por perder toda credibilidad.

Claro que tampoco los portavoces de la oposición sacaron mucho partido del gazapo. Porque la batalla del Alamein, que es como todo el mundo sabe, a excepción del ministro, que se llama la susodicha, tiene suficientes concomitancias con la situación actual como para haber tirado del hilo argumental de Montoro y echar unas risas parlamentarias, que buena falta hace en medio de tanto desatino.

Para empezar, el desierto libio, escenario de la famosa batalla, era un paisaje tan inhóspito y desolado como lo es la Europa actual. Pero es que, además, aquella fue la primera vez que las tropas aliadas pararon los pies a los ejércitos del Afrika Korps, a cuya cabeza se encontraba el, hasta entonces invencible, Mariscal Rommel, más conocido como el zorro del desierto.

El general Montgomery (precursor, a todas luces, del candidato francés François Hollande), al mando del VIII Ejército británico, demostraba así al mundo entero que los alemanes no eran invencibles y que era posible dar un giro radical al curso de los acontecimientos.

La única diferencia con la situación actual es que entonces las tropas alemanas acudían en ayuda de los italianos, lo que ahora no es el caso; y también que, a día de hoy, ni siquiera sabemos quienes son en realidad los aliados. Puede ser que Rajoy se pronuncie alguna vez sobre este asunto, pero yo no sería muy optimista al respecto. Como dijo el propio W. Churchill dirigiéndose a un diputado de la oposición: “A mí siempre me pareció un hombre modesto, que tiene poderosas razones para serlo”. Toma nota, Montoro.

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