Ir al contenido

Yoko Ono, amable y cruda en el Musac de León

La institución recorre más de medio siglo de arte conceptual y participativo para mostrar la imaginación radical que distingue a una artista visionaria

Hay cinco accesos a la exposición de Yoko Ono en el Musac de León, pero sólo tres dan paso a las salas: podemos atravesar una serie de cortinas de cuentas azules, deslizarnos por un tobogán empinado y luego gatear por una pequeña abertura, o pasar de lado por un estrechísimo pasillo lleno de espejos. Las entradas que tienen la apariencia de un pasillo normal nos devuelven al punto de partida.

El mensaje queda claro: si queremos entrar en la exposición, hemos de acepta...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hay cinco accesos a la exposición de Yoko Ono en el Musac de León, pero sólo tres dan paso a las salas: podemos atravesar una serie de cortinas de cuentas azules, deslizarnos por un tobogán empinado y luego gatear por una pequeña abertura, o pasar de lado por un estrechísimo pasillo lleno de espejos. Las entradas que tienen la apariencia de un pasillo normal nos devuelven al punto de partida.

El mensaje queda claro: si queremos entrar en la exposición, hemos de aceptar sus condiciones. Con Yoko Ono no sirve el desdén intelectual ni la ironía; la artista pide que vayamos desarmados, sin prejuicios ni suficiencia esnob. Solo así podremos digerir los carteles que el Musac ha puesto por toda la ciudad y dentro y fuera del museo, con mensajes como “Sueña” o “Respira” en mayúsculas y en negrita, y solo entonces podremos acceder a la obra de la artista.

Una vez traspasamos la entrada, las amplias salas del museo, con sus altísimos techos y sus proporciones catedralicias —las vidrieras de colores que cubren toda la fachada quieren hacer referencia a las de la catedral de León—, dejan ver un gran número de obras juntas. El resultado es un elegante batiburrillo de piezas que toman forma al acercarnos a ellas, aunque en todo momento se evita hablar de retrospectiva, a pesar de que se presentan más de 80 obras, muchas de ellas famosas y representativas de la artista, con una cronología que va desde los años sesenta hasta 2013. Tendría más sentido hablar de una antología, al modo de “grandes éxitos”, sin un recorrido definido. Para el director del estudio de Yoko Ono, Connor Monahan, la exposición busca recrear el carácter lingüístico de su práctica artística, así como su reivindicación de la imaginación, la libertad de divagar o la composición autónoma.

Con su obra no sirve la ironía o el desdén intelectual: exige ir desarmados, sin prejuicios ni suficiencia esnob

Esta disposición encaja con una forma de pensar el arte a partir de la “instrucción”. El arte de Ono, conceptual y performativo, es en muchas ocasiones una idea, premisa o manual de instrucciones que el museo, galería o ciudadano que lo desee puede ejecutar. En términos ortodoxos, la exposición podría haber sido un cúmulo de breves textos, alguna que otra pieza de sonido y vídeos, aunque, por supuesto, el Musac no se la ha jugado y ha producido ex profeso un número de obras a partir de esas instrucciones, aunque sin olvidar de dónde vienen: las fichas que constituyen la primera edición de Grapefruit (pomelo), el libro de 1964 en el que Yoko Ono recopila más de 200 instrucciones está expuesto al comienzo.

Pronto, sin embargo, nos olvidamos de esas instrucciones ante la grandilocuencia de obras que nos suenan de algún sitio: están las Escaleras hacia el cielo (1968), a las que podemos subirnos; el laberinto de espejos y paredes de plástico que conduce a un retrete en el que es posible entrar (Amaze, 1971), y algunas de las joyas históricas del arte participativo, como Pieza para reparar (1966). En esta última pieza, el visitante está invitado a sentarse a una mesa para arreglar, como considere, un cántaro de barro. Hay hilos, tijeras, cinta adhesiva, pegamento… En otra pieza, Cuadro para dibujar un círculo (1964), unos lienzos en blanco esperan a que alguien coja alguno de los rotuladores disponibles y dibuje su propio círculo. En el momento de su concepción, el carácter lúdico de estas obras tenía un sentido antiinstitucional, idealista y crítico. Hoy bordea peligrosamente lo interactivo y lo inmersivo.

La muestra intercala estas obras con otras de carácter más contemplativo y monumental, como la instalación de gran formato que combina Rayos de la mañana (1997) y Lecho del río (1996). Los hilos tensados que emulan los rayos del sol se encuentran en el suelo con el camino de piedras de un río seco en una imagen de fuerza poética. También hay piezas, como Puertas (2011), que sí tienen un marcado carácter objetual, más alejado de las instrucciones, y otras que constituyen hitos de culto, como los elementos que componen Nutopia (1973), esa micronación creada por John Lennon y la artista al más puro estilo hippy, con su placa de la embajada y su declaración de independencia dirigida a la ONU: “Nutopia no tiene tierras, fronteras o pasaportes: solo pueblo”.

Las ocho películas de Yoko Ono que aparecen en la muestra son quizá los elementos clave para ahondar en una presentación que confunde lo popular y lo populista en algunos momentos. Entre los años sesenta y setenta tiene lugar su mayor producción fílmica, en colaboración con Lennon en muchos casos. El resultado es espectacular y bien pueden ilustrar una época entera. Rape (1968) explicita, a través de la angustia de una desconocida a la que persigue un camarógrafo días enteros, la persecución que sentía la pareja Ono-Lennon y la condición de la mujer en el contexto occidental, situada en la encrucijada de la liberación sexual y la opresión patriarcal. Y Bottoms (1967), en un tono opuesto, nos muestra 365 culos en un acto de rebeldía erótica y comunal que hace pensar en Andy Warhol: en Taylor Mead’s Ass (1964), un solo culo es filmado durante horas. Cada una de las películas complementa y contextualiza el resto de las obras, puesto que dotan de relato al conjunto y nos permiten entender el compromiso de una artista muy acosada en su momento. John Lennon sonríe levemente durante 25 minutos en Sonrisa (1968). En Mosca (1970), el insecto recorre el cuerpo inmóvil de una mujer desnuda. La amabilidad y la crudeza se interrumpen constantemente, de la misma forma que las instalaciones encuentran un respiro en las obras fílmicas.

Álvaro Rodríguez Fominaya, recién renovado como director del museo otros cuatro años, sabe provocar el interés de los visitantes, como ya hizo el año pasado con Ai Weiwei. En esta muestra, a pesar de acusar una estética de blockbuster, hay un hueco mayor para el análisis y la profundización en una de las artistas más famosas (y más relevantes) de los últimos 70 años.

‘Yoko Ono. Insound and Instructure’. Musac. León. Hasta el 17 de mayo de 2026.

Más información

Archivado En