‘Tantra y sexo’, una resignificación del placer erótico
El coito puede ser también ocasión para la contemplación. El volumen del sanscritista mexicano Óscar Figueroa introduce al lector en las variantes del rito sexual tántrico
Ninguna tradición religiosa ha profundizado tanto en la sacralización del sexo como el tantrismo. Dicen sus adeptos que el tantra es un modo de transformar la energía sexual en energía psíquica. Dicen mis sesudos amigos octogenarios que ellos preferirían hacer lo contrario.
El deseo subyuga a las personas, pero también las libera. El sexo, como todo lo interesante en la vida, es un arma de doble filo. Atadura y liberación. El placer surge de un campo agonístico de fuerzas difícile...
Ninguna tradición religiosa ha profundizado tanto en la sacralización del sexo como el tantrismo. Dicen sus adeptos que el tantra es un modo de transformar la energía sexual en energía psíquica. Dicen mis sesudos amigos octogenarios que ellos preferirían hacer lo contrario.
El deseo subyuga a las personas, pero también las libera. El sexo, como todo lo interesante en la vida, es un arma de doble filo. Atadura y liberación. El placer surge de un campo agonístico de fuerzas difíciles de controlar que los griegos llamaban aphrodisia. Foucault ha hecho la genealogía: la actividad sexual es en sí misma peligrosa y costosa, demanda importantes pérdidas de sustancia vital. El sentido económico exige limitarla. Un dominio de sí en el que el sujeto es más fuerte que sí mismo. Un principio de estilización para quienes quieren dar a su vida la forma más bella y cumplida posible. Las cosas no fueron muy diferentes en la India, aunque los métodos de contención (un espeso tejido de violencias infinitesimales que atraviesa la sociedad de castas) se centraron más en el ideal del sabio que en la economía.
Desde la primera excitación hasta el orgasmo, los amantes pueden verse a sí mismos desear, como si otro fuera el que experimenta el gozo de la caricia y la penetración
Frente al Dios judeocristiano, que crea el mundo y permanece en un afuera trascendente, los hindúes concibieron el cosmos como una emanación divina. Una idea que Plotino trajo de Persia. La vida es divina. El cosmos, una mente extendida donde se han difuminado los límites entre lo humano y lo divino. Esta situación permite la existencia de las criaturas divinas, sobre todo féminas, que pueblan el universo tántrico. Yoguinis y las yaksas no son símbolos, sino emanaciones reales de energía divina. Habitan otros planos de la realidad. De carácter febril e impredecible, son la fuente de los poderes extraordinarios que pretende el adepto y es posible el juego erótico con ellas. La búsqueda de estos poderes para fines seculares es uno de los principales motivos del rito tántrico. Pero no el único. El coito puede ser también ocasión para la contemplación. Desde la primera excitación hasta el orgasmo, los amantes pueden verse a sí mismos desear, como si otro fuera el que experimenta el gozo de la caricia y la penetración. Ese deseo irónico busca grietas en el flujo natural de las cosas. Entre la exhalación y la inspiración, en el silencio que separa los jadeos, entre un pensamiento y otro. El valor religioso del coito ya no está en transgredir la dialéctica de lo puro y lo impuro, sino en la resignificación del placer erótico. Es la variante “al filo de la navaja” que exige templanza y continencia. No se busca tanto la consumación como la posibilidad de observar de cerca y desde fuera los mecanismos del deseo. El erotismo deja de ser simbólico para convertirse en plataforma de observación. La oportunidad de contemplar el efecto del orgasmo en la psique, de atisbar la conciencia dichosa que anima todo lo vivo.
El fuego se enciende por fricción y las aguas son poder fecundador. El mundo es un perpetuo sacrificio erótico
El sanscritista mexicano Óscar Figueroa lleva años investigando el tema, tanto en el budismo como en el hinduismo. Los textos introducirán al lector a las diferentes variantes del rito sexual tántrico. Un mundo fascinante y transgresor que sigue siendo considerado como una vía eficaz hacia la liberación. El poeta Bhartrhari escribió que sólo dos cosas valen la pena en esta vida: yacer junto a una mujer de turgentes pechos o la selva del anacoreta. Pues bien, el tantra trata de combinar ambas, bajo el presupuesto de que toda la naturaleza evoca el coito, las nupcias del cielo y la tierra. El fuego se enciende por fricción y las aguas son poder fecundador. El mundo es un perpetuo sacrificio erótico: “El fuego es la mujer, la leña la vulva, el humo el vello púbico, la flama la vagina, las brasas la penetración y las chispas el orgasmo”, dice la upanisad del bosque.
Como fenómeno cultural e histórico, podemos situar el nacimiento del tantra en torno al siglo VI, en círculos del budismo esotérico y de la devoción popular a Śiva. Figueroa ofrece una perspectiva histórica, sintetiza eficazmente las variantes imaginativas del rito y la complejidad simbólica de estas ceremonias, donde no solo se copula intensamente, sino que se ingiere carne, licor y fluidos sexuales, en ocasiones servidos en cráneos humanos. Un movimiento popular y transgresor que se distancia de la obsesión brahmánica con la pureza y que pretende acceder al éxtasis a través de lo impuro. Siempre bajo la premisa de que todo en este mundo, hasta lo más repugnante y prohibido, es resultado de la emanación divina.
Tantra y sexo. Antología de fuentes clásicas
Kairos, 2024
376 páginas. 19,23 euros
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