Un hogar en las ruinas
Dos exposiciones profundizan en Tenerife en el escombro como imagen de lo contemporáneo y hábitat inevitable de la civilización presente
El Hotel Gazmira tenía que marcar un nuevo comienzo, el inicio de una era de prosperidad en Los Llanos de Aridane, en la isla canaria de La Palma. En lo alto de la montaña de Tenisca, el arquitecto Rubens Henríquez proyectó por orden de las élites locales, enriquecidas gracias a las fértiles plataneras, un parador de hormigón digno de acoger a los turistas pudientes. De aquel proyecto hoy solo sobrevive el esqueleto del edificio, una planta de estructura hexagonal, la única que se llegó a construir, convertida en necrópolis delineada por decenas de pilares de cemento. Como si anunciara el dese...
El Hotel Gazmira tenía que marcar un nuevo comienzo, el inicio de una era de prosperidad en Los Llanos de Aridane, en la isla canaria de La Palma. En lo alto de la montaña de Tenisca, el arquitecto Rubens Henríquez proyectó por orden de las élites locales, enriquecidas gracias a las fértiles plataneras, un parador de hormigón digno de acoger a los turistas pudientes. De aquel proyecto hoy solo sobrevive el esqueleto del edificio, una planta de estructura hexagonal, la única que se llegó a construir, convertida en necrópolis delineada por decenas de pilares de cemento. Como si anunciara el desenlace de este cuento ejemplar, el hotel iba a llevar el nombre de Francisca de Gazmira, una mujer guanche que negoció, como una Malinche palmera, con el conquistador castellano antes de morir envenenada.
Este viejo proyecto fallido, uno más en la historia no oficial del desmadre desarrollista del que tanto sabe Canarias, fascinó a Álvaro Urbano durante una visita a La Palma. El artista se inspira en el Gazmira para escenificar su nueva instalación en el TEA de Santa Cruz de Tenerife, que reproduce esos escombros que nos hablan de lo que pudo ser y no fue (y, a la vez, acabó siendo, pese a todo). En el interior suena una versión distorsionada, hasta lo irreconocible, de Un rayo de sol. En las esquinas hay amapolas venenosas y mariposas que vuelan atontadas, como crisálidas que agonizan, pese a su juventud. La luz es tenue y amarillenta; no sabemos si es de día o de noche, el principio o el final. ¿Importa la diferencia, si es que existe alguna?
La sugerente instalación de Urbano funciona como epílogo de otra muestra, Insolación, que profundiza en la ruina como imagen de lo contemporáneo, como hábitat inevitable de la civilización presente. El apocalipsis llegó sin Armagedón, resultado de una erosión imperceptible, de una dulce inercia de la que nadie se dio cuenta. Al comienzo del recorrido, las últimas entrevistas concedidas por Clarice Lispector y Pier Paolo Pasolini impregnan la exposición de una adusta melancolía, cuando no de una amarga clarividencia. Dos figuras al margen del canon, José Martín (1922-1996) y Sofía Bassi (1913-1998), ofrecen sus imaginarios sobre el fin de los días. Al primero, singular artista canario, apetecería colgarle etiquetas como naíf, camp o incluso queer, pero ninguna acaba de encajar con sus viñetas sobre la vida isleña, pintadas bajo el signo de un alucinado costumbrismo. La segunda, mexicana de vida trágica, se inscribe en un surrealismo evanescente y teñido de muerte, que limita con lo kitsch pero también con lo metafísico, entre el Sturm und Drang y Los Caballeros del Zodiaco.
La selección de obras, a cargo del comisario Gilberto González —que, en otro final anunciado, se despedirá en breve de su cargo de director del TEA—, es heterogénea y desigual, pero siempre estimulante. Las fotografías adulteradas de Sonja Braas muestran una naturaleza ficticia junto a las esculturas precarias de Ester Pertegàs. Los vídeos de Beatriz Santiago dan cuenta de la vida en los mercados de Haití, país que no vive en el pasado sino en el presente, “el lugar hacia el que vamos los demás”. Y un extraordinario bodegón de Lorenzo Pastor, que seríamos incapaces de ubicar en el tiempo sin leer la cartela, muestra flores secas cubiertas por un pañuelo de seda. Aunque el lienzo más enigmático se encuentra al final del recorrido: L’ombre terrestre, un dinosaurio moribundo pintado hace casi un siglo por Magritte, en un paisaje lunar que podría ser el de alguna isla canaria. Recuerda a aquel mito que jura que el petróleo procede de esos reptiles extintos, conectando el infausto proyecto capitalista con los obligatorios ciclos de muerte y renacimiento propios de la naturaleza. Y vuelta a empezar.
‘Insolación’ y ‘Acto I: La eterna adolescencia’. TEA. Santa Cruz de Tenerife. Hasta el 18 de febrero de 2024.
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