‘Tentativas sobre el vacío’: artistas, poetas, místicos y otra gente que dice no
Amador Vega aborda la “estética de la negatividad” en creadores y religiosos que exploraron el vacío como modo de expresión
Los místicos, los que escriben, los que se han dado a conocer a través de sus textos (pues hay místicos secretos, que no han dicho ni mu), son esos seres que oscilan entre el poeta y el santo. Una actitud muy poco institucional que, en general, la Iglesia ha condenado con mayor o menor violencia (las organizaciones son alérgicas a la ambigüedad). Los casos son incontables, los de Eckhart, Molinos y Silesius, que recoge este volumen, son significativos. Los tres fueron poetas, los tres íntimos de lo divino, los tres partícipes de una santidad sospechosa.
Los ensayos que reúne Amador Vega...
Los místicos, los que escriben, los que se han dado a conocer a través de sus textos (pues hay místicos secretos, que no han dicho ni mu), son esos seres que oscilan entre el poeta y el santo. Una actitud muy poco institucional que, en general, la Iglesia ha condenado con mayor o menor violencia (las organizaciones son alérgicas a la ambigüedad). Los casos son incontables, los de Eckhart, Molinos y Silesius, que recoge este volumen, son significativos. Los tres fueron poetas, los tres íntimos de lo divino, los tres partícipes de una santidad sospechosa.
Los ensayos que reúne Amador Vega en este volumen orbitan en torno a un centro de gravedad vacío. Los escenarios de lo invisible de Rothko, la estética apofática de Eckhart, las manos vacías de Jorge Oteiza, las metáforas forestales de Ramon Llull, los jardines de Kioto, el lenguaje excesivo de Silesius, las tinieblas de Paul Celan, la imaginación nocturna de fray Juan de la Cruz son algunos de sus temas. Todos ellos, tentativas sobre lo negativo. Sobre lo ausente que, el artista o el místico, siente presente. Ambos se empeñan en expresar lo inexpresable y de esa paradoja extraen su misticismo, su santidad, su arte.
Para ello, para esa empresa quimérica, hacen falta “palabras nuevas”, metáforas inéditas, escapar de “las regiones urbanizadas del pensamiento” y abrirse a esa región salvaje, a esas metáforas explosivas, donde no sabemos qué significan las palabras y las cosas, ni qué tipo de relación se establece entre ellas. Donde el poema o el cuadro no responde a ninguna autoridad (por eso irrita a la institución). Desde Nietzsche y Adorno, la estética de la negatividad ha estado de moda, pero Ramon Llull y el maestro Eckhart habían puesto los cimientos, y ese vínculo, que Vega ha estudiado a fondo, es uno de los temas de este libro. Una mirada retrospectiva sobre unos materiales que siguen interrogándonos, un campo de estudios lleno de minas y donde es obligado revisar continuamente cualquier certeza adquirida. Ese juego entre lo cognitivo y lo contemplativo, entre la filosofía de la negatividad de Heidegger o Nishitani y la fábula mística.
El libro tiene la virtud de mostrar que todas estas cuestiones, tan en la onda de Derrida, son contemporáneas. La teología negativa, en las galerías, los museos y las salas de conciertos, se viste de estética y teoría del arte. Y la expresión artística se torna elíptica, taciturna, diciendo demasiado o demasiado poco, abandonándonos, sin guía ni sustento. Desde los laboratorios de la abstracción hasta el relato psicoanalítico o la narrativa científica (que Vega no aborda).
Para Kandinsky el arte se asienta sobre una “necesidad interior”. Todo lo que ella crea es bello (al tiempo que lo bello desaparece de la escena artística y proliferan iconoclastas y reformadores). Por el subsuelo discurre la experiencia de la noche y de la nada, tema de la mística y el nihilismo. Para Edith Stein, toda obra de arte genuina es símbolo (háyalo pretendido o no su autor). Capta algo y lo hace manifiesto, lo expresa. El que la contempla, la escucha o la lee capta una misteriosa resonancia. De ahí que la creación artística sea un servicio “santo”, aunque el artista no sepa nada de la santidad de su misión.
Octavio Paz decía que, entre el poeta y el santo, prefería al primero. La razón era sencilla, el poeta hace sentir bien a quienes le rodean, mientras que el santo los hace sentir mal. Para Stein no existe esa dicotomía. Representar plásticamente un drama interior, airearlo, compartirlo, es hacer comunidad, hermandad. Paliar la soledad, romper la corteza entre lo interior y lo exterior. Ese es el genuino acto de creación, el origen de esa otra experiencia artística que es el universo.
Tentativas sobre el vacío
Fragmenta, 2023
716 páginas. 39 euros
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