‘Hijos del peligro’, la identidad frente al escrutinio público

Como apunta Zuri Negrín en el prólogo, en Hijos del peligro el lector identificará de inmediato las claves que definen el universo de Hasier Larretxea: la elegía por el mundo rural, los vínculos familiares o cierta transfusión panteísta con el entorno. Sin embargo, esos aspectos no constituyen ahora el foco del discurso, sino que se convierten en el decorado de un drama retrospectivo: el protagonizado por un adolescente que asume ...

Como apunta Zuri Negrín en el prólogo, en Hijos del peligro el lector identificará de inmediato las claves que definen el universo de Hasier Larretxea: la elegía por el mundo rural, los vínculos familiares o cierta transfusión panteísta con el entorno. Sin embargo, esos aspectos no constituyen ahora el foco del discurso, sino que se convierten en el decorado de un drama retrospectivo: el protagonizado por un adolescente que asume una sexualidad diferente. Aunque la indagación acerca del cuerpo conecta con las preocupaciones de otros autores de su estela generacional (Hijos del peligro podría integrar un sugerente programa doble con Deseo de ser árbol, de Ángelo Néstore), el conflicto que plantea Larretxea no atañe tanto al reconocimiento de la propia identidad como al desafío que supone exponerla al escrutinio público. Los insidiosos rumores en los corrillos o las prohibiciones que emanan de una formación católica son los sambenitos represivos que debe afrontar quien se reivindica como “hijo de la disforia”.

En este sentido, el autor resemantiza la simbología religiosa que atraviesa los versos (la cruz, las manos unidas en la plegaria o la cadena de la comunión) para condenar la mala educación recibida. Si la primera parte del libro está marcada por la conciencia culpable de un sujeto que se autopercibe como el engranaje defectuoso en la cadena de montaje social, la segunda apuesta por la redención y la catarsis. Así, la exploración de la sexualidad (la “noche oscura” de San Juan guía hacia “la danza / de los cuerpos”) abre una nueva vía de escape frente a la asfixia normativa.

A su vez, la tercera y última sección encuentra en la escritura otro modo de disidencia: más allá de la función terapéutica atribuida a la palabra, Larretxea concibe la poesía como una aliada contra la soledad. En definitiva, Hijos del peligro no es ni un airado ajuste de cuentas ni un documento sobre los prejuicios de género, sino el testimonio lírico de quien reclama su derecho a volar: “Somos hijos de la ley del silencio. // Somos los hijos del miedo. // Somos los hijos del peligro, / esos a los que no pudisteis / cortar las alas”.

Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.