Facundo de Zuviría, un infatigable peatón bonaerense con cámara
La Fundación Mapfre presenta en Madrid la obra del fotógrafo argentino cuya mirada atrapa la fisionomía urbana de un Buenos Aires en proceso de transformación. El resultado es un retrato urbano tan contemporáneo como anacrónico
Para Facundo de Zuviría (Buenos Aires, 1954) la fotografía es: “Sobre todo mirada; mirar el mundo en un rectángulo, recortar ese segmento y transformarlo en otra cosa, en un objeto cargado de significado, con alma y prestancia propia”. De ahí que gran parte de su vida haya transcurrido paseando por los barrios de su ciudad, con el olfato de un flâneur y el propósito de apropiarse de lugares y situaciones a través de su cámara, dando forma a una suerte de catálogo personal compuesto de modestas fachadas urbanas, vidrieras y afiches publicitarios. Una aldea propia a través de la cual el a...
Para Facundo de Zuviría (Buenos Aires, 1954) la fotografía es: “Sobre todo mirada; mirar el mundo en un rectángulo, recortar ese segmento y transformarlo en otra cosa, en un objeto cargado de significado, con alma y prestancia propia”. De ahí que gran parte de su vida haya transcurrido paseando por los barrios de su ciudad, con el olfato de un flâneur y el propósito de apropiarse de lugares y situaciones a través de su cámara, dando forma a una suerte de catálogo personal compuesto de modestas fachadas urbanas, vidrieras y afiches publicitarios. Una aldea propia a través de la cual el autor encontró su camino para fotografiar el mundo.
Así, el Buenos Aires de De Zuviría es una silenciosa geografía acotada por elementos que definen la idiosincrasia de la capital porteña. Una ciudad fragmentada que languidece corroída por la inflación, de pequeños negocios y primorosas tiendas que van desapareciendo y en cuyas persianas bajadas se esconde la historia reciente de Argentina. Una memoria definida por la cultura popular salpicada de rótulos y grafitis, tan contundentes como crípticos, y construida durante los paseos del autor. Fotografías “que dibujan por encima de la ciudad un segundo mapa onírico: lo que todavía existe, pero ya habla al pasado”, tal y como las describe Alexis Fabry, comisario de la exposición, Facundo de Zuviría. Estampas porteñas, que la Fundación Mapfre acoge en Madrid.
El título remite a una de las series fotográficas más conocidas del fotógrafo ―aquella donde se concentra la esencia de su trayectoria y dio origen a su primera monografía, publicada en 1996― y se inspira en las crónicas escritas por Roberto Arlt sobre la ciudad, Aguafuertes porteñas. Sin embargo, la del fotógrafo es una mirada más tierna y optimista que desvela su empatía con la ciudad que le vio nacer. Una visión que va tomando forma desde que comienza a acompañar a su madre en las visitas que, como empleada de la Dirección de Turismo, organizaba por la capital y cuyos artículos semanales publicados en el diario La Prensa llegó a ilustrar el joven autor. Aquel deambular adquiriría más ritmo en los años que siguieron a la dictadura, cuando en 1983, el fotógrafo participa en la creación de los archivos fotográficos de la ciudad a cargo de la municipalidad. Desde entonces nunca ha dejado de fotografiar Buenos Aires.
Es precisamente de los comienzos de los ochenta de donde parte la exposición. Una muestra en la que abundan pequeñas y exquisitas copias originales de época, en blanco y negro, donde la geometría se expresa con sobria y elegante rotundidad. Imágenes que se intercalan con las realizadas en color cuyos tenues matices suavizan los elementos que el fotógrafo ha ido relacionando en la búsqueda de un contrapunto a través de la composición, la línea y la textura. Una obra personal que De Zuviría irá elaborando en paralelo a su actividad como fotógrafo de prensa y de moda, también de eventos sociales y de arquitectura, dentro del tímido escenario de la fotografía en la Argentina de aquellos días.
Su visión va tomando forma desde que comienza a acompañar a su madre en las visitas que, como empleada de la Dirección de Turismo, organizaba por la capital
El fotógrafo mira siempre de frente, en busca de “una suerte de argentinidad manifiesta en los frentes urbanos”. De igual forma, la figura humana está casi siempre ausente en la obra y cuando aparece lo hace mediatizada, bien como un reflejo, formando parte de los rótulos o en los planos más abiertos dando escala a la escena. ”Siempre consideré una intromisión plantar la cámara delante de alguien sin pedir permiso, y si lo pedía la foto ya no era la misma”, destaca el fotógrafo, mientras camina entre las obras que componen la muestra y apunta a El ciudadano, Alem y Viamonte, (1988). La fotografía destaca por la clara presencia de una figura masculina en la esquina superior izquierda de la imagen.”Siempre pensé que yo era este ciudadano metido entre los cruces de líneas y los reflejos de la ciudad”, advierte el fotógrafo. “Refleja mi primera pasión: Aleksandr Rodchenko. Duró poco pero me atraía la radicalidad de su fotografía; la ruptura de las estructura, el uso de las diagonales, de los picados y contrapicados en sus construcciones”. Sin embargo, fue la influencia de Walker Evans la que le hizo dar un giro y afianzarse en su uso de la frontalidad. “Cuando conocí su trabajo, aproximadamente en 1982, me impactó como nada en la vida”, asegura el fotógrafo. “Me gustaba su precisión en el encuadre, en el que no sobra ni falta nada. Me impresionó que hubiera fotografiado carteles, señalizaciones, los negocios, las calles de pueblo vacías o las estaciones de servicio para ir configurando una iconografía de lo americano. Yo siempre he tratado de buscar una especie de argentinidad en mi obra”.
Casita en la autopista. Liniers (1984), es una de la fotografías con las que más se identifica el autor. Fue tomada casualmente desde un coche en movimiento, revelando la intuición del fotógrafo. “Una toma franca y frontal, con una simetría perfecta que cambia radicalmente el objeto, dándole una elegancia que no altera la humildad del conjunto, pero que carga con un nuevo sentido nuestra mirada, nos permite conceptualizarlo”, escribe Adrián Gorelik, en el catálogo que acompaña a la muestra. De igual forma, el fotógrafo se detiene en Vista desde la oficina. Buenos Aires (1987), una imagen cargada de melancolía y también de tintes biográficos. La historia de una despedida, el final de una etapa laboral y el de una reliquia tecnológica, la máquina de escribir recortada sobre una ventana desde donde se extiende la ciudad hasta desdibujarse en la nebulosa del horizonte.
Siesta Argentina es el trabajo más políticamente explícito del artista. Realizado entre 2001 y 2003 ofrece un mudo pero elocuente testimonio sobre la crisis del corralito. Una serie de fachadas en blanco y negro, simétricas y austeras, cuyos grafitis cargados de mensajes sobre las persianas bajadas simbolizan la tragedia de sus propietarios. Negocios de clase media que día a día se cerraban súbitamente. Una metáfora sobre un momento particularmente crítico que cobra vida a través de la riqueza de matices que encierra cada una de las imágenes y que el infatigable peatón bonaerense, sin perder el optimismo, describía de la siguiente manera: “Pensaba que no era el fin, que era apenas un momento difícil que nos tocaba vivir, no algo definitivo, y que lo íbamos a superar, que iba a quedar atrás: apenas una siesta”.
‘Facundo de Zuviría. Estampas porteñas’. Fundación Mapfre. Madrid. Hasta el 7 de mayo.
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