La poesía negra en francés, la filosofía del póquer y otros libros de la semana
Los críticos de ‘Babelia’ reseñan los nuevos títulos de Léopold Sédar Senghor, Maria Konnikova, Stig Dagerman, Marcos Ordóñez, Montserrat Iglesias y Virginia Mendoza
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'Antología de la nueva poesía negra y malgache en lengua francesa', de Léopold Sédar Senghor
En un momento en que el privilegio blanco está siendo reconocido y cuestionado, la aparición, por primera vez en castellano, de la 'Antología de la nueva poesía negra y malgache en lengua francesa' que Léopold Sédar Senghor (1906-2001) publicó en 1948 constituye no solo una fuente de placer literario, sino un valioso instrumento para comprender el pensamiento poscolonial. Crítica de Mireia Sentís.
'El gran farol', de Maria Konnikova
El ensayo de Maria Konnikova, un ‘best seller’ de no ficción, es un ejemplo brillante de divulgación psicológica, un manual práctico y elegante para descubrir la filosofía del póquer. Crítica de Jordi Amat.
'Niño quemado', de Stig Dagerman
Stig Dagerman escribió un poderoso y emocionante relato de dolor y de amor, de añoranza de la madre y rechazo al padre, tras la II Guerra Mundial. Crítica de José María Guelbenzu.
'Una joven pareja', de Marcos Ordóñez
La novela de Marcos Ordóñez es símbolo, espejo, de ese instante que dura la dicha cuando todo alrededor conspira para que el amor no se rompa mientras haya conversación, es decir, palabras, que lo sostenga. Crítica de Juan Cruz.
'La marca del agua', de Montserrat Iglesias
El libro describe el camino que durante años realizaron los últimos habitantes de Linares del Arroyo entre su pueblo, a punto de quedar anegado por un pantano, y La Vid, el nuevo asentamiento que el régimen de Franco construyó para ellos. En el trayecto aparecen los temas de la familia y la muerte, el desarraigo, la identidad y el olvido. Reportaje de Silvia Hernando.
'Detendrán mi río', de Virginia Mendoza
Cauvaca fue una huerta aragonesa que llegó a tener hasta escuelas de niñas y niños. Pero un día llegó la guerra y arrasó con casi todo. Lo que quedaba, se lo tragó el pantano de Mequinenza. Quizá, si el Lusitania no se hubiera hundido, el destino de este enclave habría sido distinto. Reportaje de Silvia Hernando.
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