Margaret Watkins, la fotógrafa que trasladó el vanguardismo a la publicidad
Una exposición rescata la figura de la fotógrafa canadiense, cuyas delicadas composiciones ocupaban páginas en revistas de moda y servían de reclamo a grandes almacenes a principios del siglo XX
Cuando en 1925, la fotógrafa Margaret Watkins (Ontario, Canadá, 1884 – Glasgow, Reino Unido,1969) se dispuso a autorretratarse en su estudio del Greenwich Village de Nueva York, curiosamente lo hizo a través de una elipsis: prescindiría de su figura. Un sombrero, unos guantes y un pequeño bolso servirían para delatar una enigmática presencia, coronados por un entramado de sombras y tres láminas renacentistas donde el tiempo parecía haber hecho estragos. Por aquel entonces, la artista se encontraba en el momento más álgido de su carrera. A través de sus cuidadas composiciones y de un hábil domi...
Cuando en 1925, la fotógrafa Margaret Watkins (Ontario, Canadá, 1884 – Glasgow, Reino Unido,1969) se dispuso a autorretratarse en su estudio del Greenwich Village de Nueva York, curiosamente lo hizo a través de una elipsis: prescindiría de su figura. Un sombrero, unos guantes y un pequeño bolso servirían para delatar una enigmática presencia, coronados por un entramado de sombras y tres láminas renacentistas donde el tiempo parecía haber hecho estragos. Por aquel entonces, la artista se encontraba en el momento más álgido de su carrera. A través de sus cuidadas composiciones y de un hábil dominio de la luz, había conseguido trasladar los códigos de la modernidad al lenguaje de la publicidad. Sus exquisitos bodegones domésticos ocupaban las páginas del Vanity Fair y servían de reclamo para grandes firmas como los grandes almacenes Macy’s y la agencia de publicidad J. Walter Thompson. Sin embargo, el misterioso autorretrato que la ocupaba presagiaba su declive así como su destino; un camino envuelto en penumbra, donde se perdería el rastro de la artista.
“Su trayectoria fue corta. Pero de una profunda complejidad. Fue una mujer adelantada a su tiempo. Sin embargo, víctima de su tiempo y de una serie de adversidades personales, su obra desapareció durante seis décadas”, destaca Anna Morin, comisaria de Margaret Watkins, Black Light, una exposición producida por DiChroma Photography que rescata la figura de la fotógrafa canadiense. Se exhibe en la sala Kutxa Kultur Artegunea de San Sebastián, y llegará a la sala CentroCentro de Madrid el próximo mes de junio dentro de la programación de PhotoEspaña 2021.
The Kitchen Sink es posiblemente la fotografía más conocida de la fotógrafa. Imagen con la que mucho más tarde, en 2013, Canadá reconoció la contribución de la artista a la historia de la fotografía del país, utilizándola como sello postal. Realizado en 1919, el bodegón revela la belleza de unos objetos utilitarios de cocina. Aún sin lavar, con restos de comida y mellados, “los objetos no deberían despertar un interés por sí mismos, sino meramente contribuir al diseño”, explicaba la fotógrafa. El equilibrio establecido entre las masas de luz y las sombras, en una armoniosa composición dominada por líneas diagonales, evidencia la destreza de la autora, así como su interés por la forma y por crear nuevos ritmos. Aun así la intimidad que desprende la imagen trasciende a la intención formalista y parece hablarnos del rechazo de Watkins a seguir ”domesticada hasta la muerte”, haciendo uso de sus propias palabras. Alude a las dificultades de la mujeres para liberarse de los roles establecidos.
Estructurada en cinco apartados, la exposición recorre la trayectoria de la artista. La acompaña un magnífico catálogo que introduce a la fotógrafa a través de un escrito de Joseph Mulholland, figura clave en la última etapa y en el devenir de Watkins. Se conocieron en 1966, en Glasgow. El galerista era entonces un estudiante de leyes y periodista, intrigado por la misteriosa figura de una mujer que habitaba en una vieja casa, enfrente de su domicilio. Un malentendido propició su encuentro. Aquella enigmática dama resultaría ser Watkins. “Era una mujer fascinante. Vivía sola en una casa de 17 habitaciones que solo abandonaba después anochecer. Desde hacía cinco años padecía agorafobia. Los niños del vecindario creían que un fantasma o una bruja”, recuerda Mulholland en conversación telefónica. “Era posiblemente la persona más cultivada que me había cruzado hasta entonces; una maestra del arte victoriano de la conversación. Guiaba la charla de un tema a otro sin esfuerzo. Su vocabulario era de una riqueza extraordinaria. Si existían 17 palabras similares para describir algo, ella elegía aquella que encerraba el matiz más certero”.
Un día Watkins convocó a su vecino con el fin de que la ayudase a redactar su testamento. “También me pidió que guardase una caja con sus pertenencias. Dijo algo sobre unas fotografías. Pensé que se refería a recuerdos familiares. Me hizo prometer que no la abriría hasta después de su muerte”. Watkins murió en 1967. La caja quedaría olvidada en el armario de su confidente. Hubieron de pasar cuatro años más hasta que al abrirla el escoces se encontró con un legado de cientos de copias y negativos. “Creía haber conocido bien a Watkins, de manera que, en cierto modo, me sentí defraudado. Me di cuenta entonces de que siempre obvió dos temas: su pasado y la fotografía”, se lamenta Mulholland. Algo sorprendente, sobre todo cuando la autora debía de saber que el joven escribía de forma habitual en uno de los periódicos de mayor difusión de Escocia, y precisamente sobre fotografía.
La exposición comienza en 1914, cuando la artista ingresa en la escuela de Clarence H. White, cofundador de la Photo-Secession y uno de los principales exponentes del pictorialismo en Estados Unidos ―más tarde ejercerá allí como profesora―. “Es aquí donde adquiere toda la riqueza y complejidad del lenguaje visual que ira plasmando más tarde, cuando se instala en Nueva York y ejerce la fotografía comercial con una gran libertad de interpretación”, apunta Morin. “Exprime todo ese tejido que había adquirido con White de una manera muy fresca. Y en ocasiones su obra roza la abstracción”. A Watkins le fascinaba la música. Decía que en sus fotografías más abstractas calcaba la construcción visual sobre la construcción de una partitura. De ahí que Domestic Symphony sea el título de su serie más conocida. “Su trabajo en ocasiones encuentra resonancias con Georgia O’Keffe. Se situaba en el ojo del huracán artístico de Nueva York”.
En 1925 White murió de forma repentina. Su desaparición supondría el primer paso del declive de la artista. “El fotógrafo no fue solo una figura titular sino también un apoyo moral para Watkins, a pesar de que ella fue siempre una mujer muy independiente, capaz de sacar adelante con éxito su propio estudio en Nueva York”, matiza la comisaria. Fue el desagradable litigio con la viuda de White, acerca de la propiedad de unas copias que su mentor, lo que la predispuso a emprender un viaje a Europa. Acabaría ganando el litigio, pero aquel viaje, que en principio debía durar tres meses, se prolongó 40 años. Nunca más regresó a América. La vieja casa de Glasgow, donde se instaló con el fin de cuidar a sus tres tías ancianas, se convertiría en su losa. Mulholland recuerda que la fotógrafa mantenía sus maletas preparadas para partir. El estallido de la guerra y otra serie de adversidades personales lo hicieron imposible.
Aun así, una vez en Europa, se desplazó a Moscú, París y Londres. Consciente de que un solo pequeño detalle es suficiente para exaltar la belleza del mundo, los astilleros de Glasgow y los motivos publicitarios que iba encontrando por las ciudades servirían como excusa para jugar con los ritmos, la geometría y la abstracción, “Una vez más se adelanta a su tiempo y su obra da un giro hacia la nueva objetividad alemana”, destaca Morin. El último capitulo de la exposición lo compone una serie de fotomontajes realizados con el fin de ser utilizados como diseño textil. “De haber continuado su trayectoria artística, estoy casi segura de que se hubiese interesado por el cine”, asegura la comisaria. “Nos encontramos con los preceptos del lenguaje de la fragmentación, el montaje y la repetición”.
Su última foto parece ser un autorretrato. La sombra de una mujer con sombrero se proyecta sobre una escalera. Morin establece con ella una comparación: “Curiosamente, la imagen hace un guiño a otra fotógrafa que tendía a desparecer, a no ser visible, como lo era Vivian Maier. Y cuya obra salió a la luz en 2007”.
Margaret Watkins, Black Light. Sala Kutxa Kultur Artegunea. Tabakalera. San Sebastián. Hasta el 30 de mayo.
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