Usos de Ayuso
Un recorrido desde la Comunidad de Madrid a Tierra Santa con parada en la Guerra Civil
Vivo en Chamberí, posiblemente el barrio más “ayusero” de la (todavía) capital del país. Aquí nació y vive la presidenta de la comunidad, a la que se puede ver de vez en cuando paseando a su perrito (por cierto, ¿se han fijado en la proliferación de cánidos en nuestras ciudades?). En esta capital, siempre más bien acogedora y cachondona, cuna de Lope de Vega, Quevedo o Calderón y sede de la imprenta de Juan de la Cuesta, se concentra hoy buena parte de los más acérrimos partidarios de esta singular dama sans merci que ha logrado a base de enfrentamiento y tozudez la improbable tarea de ...
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1. Chamberí
Vivo en Chamberí, posiblemente el barrio más “ayusero” de la (todavía) capital del país. Aquí nació y vive la presidenta de la comunidad, a la que se puede ver de vez en cuando paseando a su perrito (por cierto, ¿se han fijado en la proliferación de cánidos en nuestras ciudades?). En esta capital, siempre más bien acogedora y cachondona, cuna de Lope de Vega, Quevedo o Calderón y sede de la imprenta de Juan de la Cuesta, se concentra hoy buena parte de los más acérrimos partidarios de esta singular dama sans merci que ha logrado a base de enfrentamiento y tozudez la improbable tarea de transformar el antiguo y árido poblachón manchego en el bar de Europa, precisamente cuando en el resto del continente se imponen restricciones, confinamientos y ley seca. En muchos de los bares de este barrio la hostelería no está precisamente en crisis: de hecho, la pandemia y Ayuso han conseguido que sus cuentas de resultados se hayan incrementado considerablemente, mientras los parroquianos hacen cola esperando turno para obtener mesa. De ahí las muestras de agradecimiento: “Ayuso somos todos” (¿?), “Yo con Ayuso”, “Gracias por cuidarnos” son algunos de los mensajes que colocan en sus establecimientos los entregados propietarios que consiguen que, a determinadas horas del día y de la temprana noche, sus ampliadas terrazas se encuentren atiborradas de “irresponsables” chusmeando sin tapabocas y tan juntos que un cuchillo jamonero tendría dificultades para separarlos. El motto con el que la política chamberilera —que, a menudo, se me antoja una versión femenina (aunque más físicamente agraciada) del insolente y lenguaraz Tersites (Ilíada, canto II)— nos va a machacar en la campaña es “socialismo o libertad”, en el que el primer miembro ha pasado a identificarse interesadamente con “comunismo”. Yo, la verdad, prefiero las dos cosas (libertad y socialismo), aunque no ignoro que, históricamente, esta opción ha estado un poco difícil. Mientras tanto, y con la mente llena de escorpiones, como Macbeth, me pregunto a quién votar (a quién no, ya lo sé) si llego a hacerlo. Y a propósito de Macbeth, si les gustan (no conozco a nadie a quien no) los trampantojos de Max, no se pierdan su álbum Saboteando a Shakespeare (Salamandra Graphic), al cuidado de Catalina Mejías, uno de los más refrescantes de este comienzo de primavera.
2. Guerra
Los británicos, con esa facilidad suya para convertir historia en léxico, utilizan el verbo to coventrate —no confundir con to coventry, más antiguo— para designar la acción de bombardear ferozmente un objetivo. En realidad su etimología viene de coventrieren, que es como los alemanes se refieren al bombardeo masivo al que la Luftwaffe sometió a la ciudad de Coventry entre el 14 y 15 de noviembre de 1940. Se me ocurre que, por razones parecidas, nosotros podríamos utilizar el verbo guernikar para lo mismo, teniendo en cuenta que el bombardeo (26-4-1937) de la ciudad vasca por la Legión Cóndor y la Aviazione Legionaria fue también, a su escala, una auténtica masacre. En todo caso, la “guerra de España” —como si no hubiera habido más que una— sigue alimentando la bibliografía internacional. Entre los libros que me han llegado, permítanme que les llame la atención sobre tres: El gran error de la República (Crítica), de Ángel Viñas, cierra por delante (su tema es la ineficacia del Gobierno ante la conspiración y el alzamiento de la derecha golpista) la pentalogía “republicana” del autor; en “Yo daré las consignas” (Marcial Pons, 2020), Luis Castro analiza la política de prensa y propaganda franquista durante los primeros meses del “nuevo Estado”, cuando estaban a cargo del glorioso mutilado Millán Astray. Por último, Los libros sobre la guerra civil (Cátedra), editado por Ángel Bahamonde y Rosario Ruiz Franco, da cuenta, agrupada por temas, de buena parte de la ingente bibliografía suscitada por la última de las guerras civiles españolas.
3. Semana Santa
Y Dios nos coja confesados, porque no sé si le gustará lo que escribo (y ÉL lo lee todo: es el único lector que no es improbable). Pocas sonrisas hay en el corazón de los monoteísmos. Siempre me ha preocupado el hecho de que, en ninguno de ellos, su titular (Jehová, Dios, Alá) no se ría demasiado. De hecho, este domingo resucita Cristo, que, según los testimonios, dejó de lado sus privilegios divinos y se hizo hombre (y sufrió por ello) para salvarnos. Como se sabe, el Mesías era bastante más tratable en ese avatar neotestamentario que en el de Dios padre, que solía estar siempre enfadado (incluso se cabreó con la risa incrédula y menopáusica de Sara, Génesis, 18, 11-15). Pero, a pesar de su humanidad sobrevenida y de que, según los zoólogos, el hombre es el único animal (lo de la hiena no cuenta) que se ríe, no hay constancia de que alguna vez lo hiciera. Creo que fue Graham Green (corríjanme si me equivoco) quien dijo que la prueba de que la católica era la fe verdadera era que, pese a su historia de violencias, corruptelas y disparates, seguía siendo practicada por millones de personas. Parafraseándolo, yo también creo que debe de serlo, a pesar de que ninguno de sus textos sagrados capta a su líder riéndose a mandíbula batiente o, siquiera, con media sonrisilla. Para contrarrestar la creencia de que la risa es diabólica (como creían Jorge de Burgos, el amargado monje de El nombre de la rosa, y muchos de los teólogos medievales), podemos abrazar el budismo o, como Licurgo, adorar a Gelos, dios de la risa. Y, desde luego, abstenernos de ver de nuevo consabidas películas como Ben-Hur, Barrabás o La túnica sagrada, y entregarnos gozosos a la lectura (y visualización) del estupendo álbum Dios en persona (Salamandra), de Marc-Antoine Mathieu.
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