Razones para amar un libro

Edgardo Cozarinsky da una lección de gran literatura con ‘Turno noche’, la historia de una muchacha que deja la selva para instalarse en Buenos Aires

El escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky, ganador del premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en 2019.Leonardo Muñoz (EFE)

En primer lugar (de las razones para amar un libro) es que el libro, si es novela, te lleve de un plumazo de la realidad a las nubes. En segundo término, conviene que el argumento (hecho de palabras, pues así se escribe, con palabras) sea como un sueño que persiste cuando, despierto, sabes que es mejor no saber en concreto qué estuvo pasando mientras dormías. Y como las palabras cuentan los sueños, es mejor que el libro parezca incompleto, irreal, como Los adioses de Onetti, Pedro Páramo, de Rulfo, o casi todas las ensoñaciones de Borges. Contra esas bondades que hacen que los li...

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En primer lugar (de las razones para amar un libro) es que el libro, si es novela, te lleve de un plumazo de la realidad a las nubes. En segundo término, conviene que el argumento (hecho de palabras, pues así se escribe, con palabras) sea como un sueño que persiste cuando, despierto, sabes que es mejor no saber en concreto qué estuvo pasando mientras dormías. Y como las palabras cuentan los sueños, es mejor que el libro parezca incompleto, irreal, como Los adioses de Onetti, Pedro Páramo, de Rulfo, o casi todas las ensoñaciones de Borges. Contra esas bondades que hacen que los libros sean oro molido mientras no caen bajo el hacha de la simplificación (o del tema) conspira en gran medida la industria del empaquetado de libros, aceptados o no según sean los asuntos que se anuncian en portada.

Pero a veces aparecen, en los intersticios de esa industria que exige argumento como las carreteras precisan del piche, libros que ofrecen el gozo de abrazarse a las palabras como si estas fueran preciosas perlas de los sueños. En este caso estamos de suerte porque ha vuelto Edgardo Cozarinsky, que proviene de la tribu absorbente de aquellos tres latinoamericanos que marcaron, con lápiz de borrar, la literatura de decir y de soñar que nadie ha podido despintar en años de borrado masivo de la calidad que tienen por dentro los libros.

Este Turno noche con el que se devuelve a la literatura a este cineasta que se parece, físicamente, a Erich von Stroheim, y que literariamente tiene sus propios surcos (Carta a un padre está entre sus últimas obras), es la esencia de una historia: una chica sale de la selva, viaja a Buenos Aires signada por un conjuro y acaba en los abrazos de un periodista triste que ignora los designios que marcaron la vida (¿la vida?) de esta mujer enigma. Si el argumento (¡el dichoso tema!) fuera el gancho para conducir a la lectura de Cozarinsky es que no hemos entendido nada del lugar del que vienen sus enseñanzas. Y el triunvirato en cuyo centro está Borges diría: “Che, no te equivoques, no es tan solo un libro; ámalo porque es música pintada, un cuadro del que sales como si lo hubieras soñado”.

Turno noche

Edgardo Cozarinsky. Tusquets, 2021. 150 páginas. 17,50 euros


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