Poderosa y maldita adolescencia
Mary Karr regresa, con un pulso atropellado y honestísimo, a esos años en los que todo ardía todo el tiempo
Existen un sinfín de ritos de paso de lo humano que la literatura ha obviado con una ceguera pasmosa, condenando a una parte del mundo, la femenina, a no tener espejos en los que mirarse, como cuenta una siempre esplendorosamente brillante Mary Karr en esta devorable, trepidante y perfecta segunda entrega de sus memorias, no limitarse a querer que tu padre te compre un sujetador Playtex sino a no poder entender por qué no vienen con él los pechos que se necesitan para llenarlo. Como una caballera andant...
Existen un sinfín de ritos de paso de lo humano que la literatura ha obviado con una ceguera pasmosa, condenando a una parte del mundo, la femenina, a no tener espejos en los que mirarse, como cuenta una siempre esplendorosamente brillante Mary Karr en esta devorable, trepidante y perfecta segunda entrega de sus memorias, no limitarse a querer que tu padre te compre un sujetador Playtex sino a no poder entender por qué no vienen con él los pechos que se necesitan para llenarlo. Como una caballera andante que se limitase a recorrer su calle de casas bajas y dar brochazos a su mundo en construcción —el de la niña que se ha creído desde siempre demasiado lista, y que mira a los demás ligeramente por encima del hombro porque sabe que algún día será poeta y escapará de la aborrecible Leechfield—, Karr regresa —en retrospectiva, pues esta entrega se sitúa entre las ya publicadas, El club de los mentirosos (2017) e Iluminada (2019)— a esos años en los que todo ardía todo el tiempo —ardían los primeros besos, ardían las lágrimas de tu mejor amiga, ardía todo lo que tuviera que ver con el rubio y perfecto John Clearly, ardían los injustos prejuicios de los profesores, y la vida—.
Su don para el dibujo de personajes y situaciones es estratosférico, y su pulso, atropellado y honestísimo —no hay un solo cuarto de atrás en lo que narra Karr, todo está tan dolorosa y a la vez tan despreocupadamente expuesto que no solo la sonrisa sino también la risa es contagiosa, porque todos hemos estado ahí, en algún otro momento y lugar, y todo es así de ingenuamente ridículo—, y quizá el material con el que juega en esta segunda entrega, el más adecuado para explotar tanta virtud, porque la adolescencia —previa al casi hundimiento de la escritora— es una curiosísima bomba de relojería —la madre artista que desaparece por temporadas, el padre bonachón y ausente, su yo en expansión encantadoramente salvaje, el mundo empezando a mostrar sus dientes—, con, afortunadamente, algún tipo de final feliz, esquivado el primer bache serio —las drogas y su magnético y fatal, a veces, entorno— de una vida destinada a engrosar el panteón de los clásicos.
LA FLOR
Autora: Mary Karr.
Traducción: Regina López Muñoz.
Editorial: Periférica & Errata Naturae, 2020.
Formato: tapa blanda (440 páginas, 23 euros).