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Peronismo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El peronismo, en busca de nuevas canciones para enfrentar a Milei

Con Cristina Kirchner presidiendo el partido, un sector queriendo girar hacia el centro y un Kicillof en busca de romper los límites estrechos del kirchnerismo duro, el futuro del peronismo es incierto

La expresidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner
La expresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en abril pasado, habla durante la inauguración del micro Estadio "Néstor Kirchner" en la ciudad de Quilmes, provincia de Buenos Aires (Argentina).LUCIANO GONZALEZ (EFE)

“Peor que la traición es la derrota”, dice una de las frases folclóricas de un movimiento que exuda folclore por todos sus poros. Su orgullo reside en gran medida en la imposibilidad de ser definido, lo cual ha creado toda una cultura irónica alrededor de la pregunta: ¿qué es el peronismo? Y si la derrota es lo peor que le puede pasar, lo cierto es que desde mediados de los años 2000 el peronismo viene sufriendo varias y duras. La de 2015 a manos de Mauricio Macri fue procesada ideológicamente como un triunfo del “poder económico concentrado” en la lógica “pueblo/antipueblo” -lo que está dentro de sus marcos interpretativos de la realidad-. Pero la caída frente a Javier Milei en 2023 hizo saltar todas las claves de inteligibilidad: Milei ganó en regiones antiperonistas, como Macri, pero también en regiones peronistas. Un “objeto político no identificado”, como el libertario de extrema derecha de cabello revuelto y completamente ajeno al sistema político, no solo le “robó” votos al peronismo, sino que terminó de poner en crisis su propia identidad.

Hoy el peronismo carga con la cruz de la fallida gestión de Alberto Fernández/Cristina Kirchner, una inesperada oportunidad de regreso al Gobierno, en 2019, que terminó en un fracaso catastrófico. “Nos pasó un tren por encima”, resumía una influencer peronista.

El movimiento, que logró una amplia hegemonía con Néstor y Cristina Kirchner entre 2003 y 2015, vive hoy una crisis existencial -más profunda aún que la vivida en 1983, tras su derrota electoral a manos de Raúl Alfonsín, en el regreso de la democracia-. El peronismo fue definido por Carlos Vladimiro Corach -uno de los hombres fuertes del decenio de Carlos Menem (1989-1999)- por su capacidad de adaptarse al clima de la época. Por eso a lo largo de la historia conocimos diversos peronismos: keynesiano, neoliberal, posneoliberal con tintes socialdemócratas. Incluso en los años 70 habitaban en su seno los simpatizantes de Mao y Fidel Castro y anticomunistas rabiosos.

Pero si Menem se adaptó al clima de época y se hizo un neoliberal entusiasta, y Néstor Kirchner se adaptó al suyo y se insertó en el giro a la izquierda latinoamericano, ¿por dónde pasaría hoy una renovación programática? El gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, dijo que el peronismo debía cantar nuevas canciones. Pero las letras aún no aparecen.

Algunos creen que el movimiento debe alejarse del progresismo cultural que encarnó el kirchnerismo -que propició la aprobación del matrimonio igualitario, la ley trans y el aborto- y volver a un desarrollismo tradicional; otros que debe mantener su perfil progresista y desde allí resistir la embestida del gobierno de Milei. También hay una discusión sobre su proyecto económico luego del fracaso del Gobierno de Alberto Fernández en controlar la inflación, que abrió paso a su derrota electoral.

La crisis de identidad llegó al punto de que algunos comenzaron a ver con buenos ojos a la vicepresidenta Victoria Villarruel, una nacionalista de extrema derecha, pero nacionalista al fin, distanciada de Milei. Cristina Kirchner se vio impelida a intervenir y pidió “una pericia psiquiátrica para quienes dicen que Villarruel es peronista”. La propia Villaruel se reunió en Madrid con la expresidenta María Estela Martínez de Perón, históricamente asociada al peronismo de derecha, quien vive hace décadas en el ostracismo y de la cual el peronismo prefiere no escuchar ni hablar.

El propio Milei reivindica al peronista Carlos Menem como “el mejor presidente de la historia”, junto con los liberales del siglo XIX, mientras las huestes mileístas quieren derrumbar el emblemático edificio del Ministerio de Desarrollo Social, que tiene un mural de Eva Perón que se iluminaba en las noches. También hay varios apellidos Menem en el nuevo oficialismo “libertario”, como el del presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem; o el de Eduardo “Lule” Menem, mano derecha de Karina Milei, hermana del presidente y llamada por él El Jefe.

El peronismo es, en palabras de Steven Levitsky, una “des-organización organizada”, en la que el Partido Justicialista funciona como brazo electoral. Las “profundas raíces sociales y organizacionales en las clases bajas y trabajadoras de la sociedad le han posibilitado sobrevivir en diversos contextos”, incluso durante su larga proscripción (1955-1973). Esas raíces son hoy más débiles, si bien no se han cortado del todo. El imaginario peronista de una patria “socialmente justa y económicamente soberana” choca contra la evidencia de provincias y municipios gobernados de manera ininterrumpida por el peronismo donde siguen faltando cloacas e infraestructuras básicas y donde la promesa de justicia social fue cambiada por clientelismo político; los sindicalistas ricos y con prácticas gangsteriles conviven con gobernadores y alcaldes vinculados a diversas estructuras delictivas para mantenerse en el poder.

Aun así, el peronismo es el principal polo de oposición a Milei, como lo fue durante el gobierno de Macri y ya ha sabido reinventarse en el pasado. Al punto que, como nunca antes, ha incorporado o neutralizado de una u otra manera a casi todo lo que está su izquierda, con la excepción de los trotskistas. Nuevas camadas de progresistas de clase media votaron por el peronismo en 2015, 2019 y 2023 para evitar “que gane la derecha”, aunque los candidatos peronistas de esos años fueran intragables para ellos. Uno de ellos, Daniel Scioli, es hoy secretario de Estado de Milei y pide para él el premio Nobel de Economía.

Otra frase folclórica del peronismo dice que este es como los gatos: cuando parece que se pelean, en realidad se están reproduciendo. Pero la afirmación resulta hoy muy dudosa.

Si las peleas son reales, su capacidad para reproducirse es más limitada. No solo hay gobernadores peronistas que pactaron con Milei para conseguir recursos para sus provincias (los nuevos Judas del movimiento) y existen fuertes tensiones entre peronistas kirchneristas y antikirchneristas; el propio kirchnerismo vive una crisis interna que resulta incomprensible -y deprimente- para sus adherentes. Nadie entiende cómo las tensiones entre Cristina Kirchner y el gobernador Axel Kicillof escalaron como lo han hecho en estos meses. Primero la pelea fue entre Kicillof, hijo político de Cristina, y Máximo Kirchner, su hijo biológico, y ahora la propia expresidenta considera que Kicillof la traicionó.

El gobernador no mostró ningún entusiasmo con decisión de Cristina Kirchner de presidir el Partido Justicialista: Kicillof, hijo de psicoanalistas y producto de la clase media intelectual porteña, que ha llegado a reinar sorprendentemente sobre la populosa Provincia de Buenos Aires, no quiere terminar como Alberto Fernández, con su poder diluido y por ello ha mostrado signos de independencia que la exmandataria considera intolerables. Hoy Kicillof es una carta presidenciable del peronismo, incluso para peronistas tradicionales “feos, sucios y malos”, como gustan presentarse, que hasta no hace tanto lo consideraban un imberbe neomarxista. Su reelección como gobernador fortaleció sus credenciales políticas en la provincia donde el peronismo kirchnerista sigue siendo muy fuerte y Milei más débil que en el resto del país, sobre todo en el “Conurbano” profundo.

Pero con Cristina Kirchner presidiendo el partido, un sector del peronismo queriendo girar hacia el centro y un Kicillof en busca de romper los límites estrechos del kirchnerismo duro, el futuro del peronismo es incierto.

El guionista y humorista peronista Pedro Saborido escribió que el peronismo puede ser un grupo de scouts, de trotskistas o de hippies. “Puede comportarse como cualquiera de los tres. A veces está ordenado, a veces discute y se divide y a veces parece que estuviera fumado”. Hoy lo único que se sabe es que no es un grupo de scouts. El peronismo es un movimiento verticalista que funciona bien cuando hay un -o una- líder que traza el camino; que define las canciones que deben cantarse. Cristina no puede ser plenamente esa líder porque está debilitada, y acosada por varias causas judiciales, pero es suficientemente fuerte para bloquear a otros. Y nadie sabe bien cómo salir del laberinto.

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