El cruel feminicidio de una payasa itinerante y la onda expansiva que ha causado en Brasil
La muerte de una artista venezolana que viajaba sola en bicicleta reactiva el debate sobre la violencia machista, las mujeres viajeras y pone el foco en los desafíos del mundo del circo
Era una artista callejera, una payasa, una nómada que llevaba años recorriendo Brasil en bicicleta para poner en escena su pequeño espectáculo de circo, o de títeres, en plazas a lo largo de miles de kilómetros. Cuando Julieta Hernández Martínez, de 38 años, se metía en la piel de Miss Jujuba, nunca faltaba la nariz roja. Y tocaba el cuatro, una guitarrilla típica de su Venezuela natal. El 23 de diciembre, cuando pedaleaba por la Amazonia en ruta a un ansiado encuentro con su madre al otro lado de la frontera,...
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Era una artista callejera, una payasa, una nómada que llevaba años recorriendo Brasil en bicicleta para poner en escena su pequeño espectáculo de circo, o de títeres, en plazas a lo largo de miles de kilómetros. Cuando Julieta Hernández Martínez, de 38 años, se metía en la piel de Miss Jujuba, nunca faltaba la nariz roja. Y tocaba el cuatro, una guitarrilla típica de su Venezuela natal. El 23 de diciembre, cuando pedaleaba por la Amazonia en ruta a un ansiado encuentro con su madre al otro lado de la frontera, desapareció. Los profesionales brasileños del circo, pocos pero organizados y combativos, dieron la voz de alarma. Ya en enero, la bici fue localizada. Poco después, su cadáver. Una pareja brasileña con la que se topó en un albergue —y a la que le llamó la atención el móvil que la payasa estrenaba con toda ilusión— la asesinó con extrema crueldad después de que él la violara y ella la quemara.
El feminicidio, uno entre los más de 1.300 perpetrados cada año en Brasil, desató una onda de indignación y solidaridad inédita. El fin de semana pasado más de 130 ciudades brasileñas acogieron protestas y marchas en bicicleta para homenajear la vida y obra de Miss Jujuba y condenar la crónica violencia machista.
“Juli era una referencia para mí por su coraje, por actuar sola, porque estar en la calle solo es muy duro, porque tenía muchas expresiones artísticas y las unía todas en su proyecto de viaje”, cuenta su amiga Luiza Soares Cabral, de 36 años, brasileña, también payasa itinerante. Detalla, al teléfono desde Buenos Aires, que se conocieron en uno de esos grupos de reflexión y apoyo que nacieron en WhatsApp durante la pandemia. El suyo era de chicas del circo. Debatían sobre el oficio, sobre los desafíos de ser artista callejera. “Conectamos enseguida. Juli había salido en bici desde Río de Janeiro hacia el nordeste [de Brasil] en 2019. Y yo iba a salir en la misma dirección en furgoneta con mi pequeña compañía, el Circo Muamba, somos la familia. Mi compañero y nuestra hija”. Las troupes de artistas itinerantes son un fenómeno arraigado en América Latina.
Las circunstancias del asesinato y la posterior movilización han colocado el foco en la violencia machista, los peligros que acechan a las mujeres que viajan solas y han abierto una ventana al universo de los profesionales circenses itinerantes. Payasos, titiriteros, artistas callejeros en general, que eligieron una vida nómada con actuaciones en ciudades lejanas, pueblos o aldeas convencidos de que su arte es un instrumento de cambio social. Quién sabe si alguno de ellos quizá dejó una huella tan profunda como la que le quedó en Cien años de soledad al coronel Aureliano Buendía el día que, de niño, conoció el hielo gracias a la visita de una familia de gitanos desarrapados.
Miss Jujuba vivía y viajaba sobre dos ruedas con lo indispensable. Gracias a una colecta en Internet, acababa de comprarse un móvil mucho mejor que el anterior. Pero lejos de ser un capricho, era un instrumento crucial en el kit del payaso en el siglo XXI. Para los artistas callejeros de hoy, tan importante es pasar la gorra ante el público como tener un Instagram repleto de vídeos y novedades además de una cuenta de Pix, Bizum o el pago electrónico más popular en cada lugar. Porque en la digitosfera también hay público y aplausos.
Pocos días antes de desaparecer, la payasa colgó en Instagram un vídeo titulado ¡Gracias! En el que en un portugués con acento español se dirigía al público -“los que creen en mi trabajo, mi quehacer artístico, mi proyecto de vida”-- para agradecerles las donaciones para adquirir el celular. Sabía que con ese teléfono podría difundir su arte mucho mejor. Añadió una posdata: “Siempre quise hacer estos vídeos acelerados, clásicos de los cicloviajantes, jajajaja”.
Envió su último mensaje el 23 de diciembre desde Presidente Figueiredo, una ciudad a ocho horas en bici de Manaos. Decía que pernoctaría allí antes de seguir al norte, rumbo a Puerto Ordaz (Venezuela), donde creció. Tocó la puerta de dos hostales. Llenos, ni un hueco, le dijeron. Encontró un tercero, con plaza y la noche a 10 reales (dos dólares). Era la única huésped además de una pareja que, con sus cinco niños pequeños, llevaba allí siete meses de favor a cambio de ejercer de guardeses.
Cuenta Soares, su amiga, que los nómadas como ellas tienen una escala de riesgos para decidir dónde pernoctan. “Si solo hay hombres, peligroso; hombre con compañera, menos peligroso; una familia, incluso si es disfuncional, da más seguridad. Estoy convencida de que Juli pensó que, con esos cinco niños, aquel era un espacio seguro”.
Tras la detención y confesión de los sospechosos, el comisario de la policía Valdinei Silva reveló todo tipo de detalles sobre el crimen: “La víctima dormía en una hamaca en el balcón del albergue, cuando Thiago agarró un cuchillo y se acercó para robarle el celular”. Fue ahorcada, violada, quemada, ahorcada de nuevo y enterrada allí cerca. Los asesinos confesos están en prisión acusados de robo seguido de muerte, violación y ocultación de cadáver.
La filósofa brasileña Djamila Ribeiro ha escrito en Folha de S.Paulo que este asesinato es “un doloroso recordatorio de la histórica falta de libertad de las mujeres, que deben pensárselo y rezar cuando deciden viajar solas. Lo que debería ser un derecho para todas nosotras es una inaceptable cuestión de suerte. Suerte no cruzarte con abusadores”. La propia Miss Jujuba admitía tiempo atrás en una entrevista colgada en YouTube que la incertidumbre y las personas eran lo que más, y lo que menos, le gustaba de la calle. “Claro que tienes miedo, pero te sientes valiente”.
La artista venezolana, que estudió veterinaria, llegó a Brasil en 2016 para estudiar teatro. Como viajera solitaria con amplia experiencia, era de las que avisaba cuando sabía que iba a estar desconectada en ese Brasil donde escasean la población, la cobertura y el wifi. Cuando la falta de noticias, empezó a prolongarse, sus amigos temieron que hubiera tenido un accidente. Ni en la peor pesadilla imaginaron su terrible final.
Intentaron denunciar su desaparición, pero no había manera de hacerlo desde la distancia, así que varios colectivos de artistas --Circo di Só Ladies (circo sólo de señoras, un juego de palabras con Cirque du Soleil), Pé Vermei, Circo Muamba y tres más-- lanzaron en Internet la campaña #JulietaPresente para reunir el dinero que les permitiera enviar a alguien a Presidente Figueiredo a denunciar y buscar pistas sobre el terreno. En poco tiempo, lograron suficientes donaciones para que tres payasos y la madre se plantaran allí. Solo entonces se activó la policía; en dos días, dio el asesinato por resuelto. La repercusión mediática del caso se disparó rápidamente.
Explica su amiga que, aunque el universo circense que Miss Jujuba y ella compartían es visto con enorme simpatía, también acarrea estigmas. “La gente se cree que hacemos esto por hambre. Pero faltan incentivos. Y, además de una manera de trabajar y vivir, es un proyecto ideológico”, recalca. Las amigas de la víctima recuerdan en una carta abierta que el arte callejero, viajar en bici y la migración eran las trincheras desde las que Miss Jujuba combatía “el sistema capitalista, patriarcal y opresor”.
Soares recuerda que habló por última vez con su amiga el 22, la víspera del asesinato. También que demoraron mucho en conocerse en persona porque ambas estaban de gira por Brasil —cada una con su show y su ruta—-. Sus caminos se cruzaron por fin en un festival artístico que se celebra en Ingazeira, en el interior de Pernambuco. “Allí pude conocer muchos detalles de su trabajo”, recuerda Soares. “Su manera de viajar era el intercambio entre iguales. Llegamos a una ciudad a dejar nuestro arte y a alimentarnos del arte local”, explica. Sea por su historia, su mestizaje, su tamaño continental o un clima que favorece la vida callejera, Brasil posee una riqueza cultural de una potencia y diversidad realmente apabullantes.
Como una hormiguita, a golpe de pedal por un territorio que duplica el de la Unión Europea, Miss Jujuba llevaba años inmersa en esa misión que convirtió en el eje de su vida. “Buscaba costureras, artesanos que hacen instrumentos, muñecas de madera... Se sumergía en el folclore local, compartía conocimientos con artistas que a menudo ni siquiera se perciben como artistas. Y ofrecía talleres de títeres, escribía, dibujaba… a veces se quedaba meses”, según su amiga. Su próximo desafío era aprender a difundir mejor todo ese conocimiento, que esa vasta experiencia llegara a más gente.
Los artistas callejeros itinerantes están en contacto constante entre sí. Comparten pistas sobre rutas, sobre albergues, puntos de apoyo, recomiendan ciudades donde les ha ido bien y desaconsejan aquellas donde les fue peor.
Julieta Hernández Martínez, Miss Jujuba, descansa ya en Venezuela. Sus amigos, los nómadas del circo, siguen en shock, con el miedo en el cuerpo al pensar que les podía haber ocurrido a cualquiera de ellos. Todavía buscan el kit artístico de Miss Jujuba: los títeres, los dibujos, los escritos…Su cuenta en Instagram @utopiamaceradaenchocolate acoge una pequeña selección de su arte.
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