Muere en un accidente de avión el artista Aurelio Martínez, embajador de la cultura garífuna
En el accidente, fallecieron 12 de los 17 ocupantes de la aeronave. El sector cultural llora la pérdida del considerado padre de la punta, un género musical afro-indígena
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Honduras amaneció sin voz. Aurelio Martínez, uno de los rostros de la música garífuna más reconocidos, falleció en un accidente de avión este lunes, a los 55 años. La aeronave se estrelló a los pocos segundos de despegar desde la isla hondureña de Roatán hacia La Ceiba por una aparente “falla mecánica”. De las 17 personas que viajaban a bordo del Jetstream 41, 12 perdieron la vida y cinco de ellas lograron ser rescatadas. Según los últimos reportes, tres de ellos ya están fuera de peligro. La pérdida del “embajador de la cultura garífuna” deja un hueco en esta comunidad que bailó y reivindicó al ritmo del tambor, las caracolas y su inconfundible voz. “Tu legado vivirá a través de mí y me aseguraré de mantener viva tu música mientras yo exista”, dijo su hijo Newani, en redes sociales.
Aldair Alemán, un pescador de la zona, fue de los primeros en llegar a la zona del accidente. Según explicó a medios locales, vieron al avión despegar y caer a los pocos segundos. Acudieron corriendo a la orilla y, junto a otro amigo, logró rescatar a cuatro personas. “Afortunadamente, no nos cayó ese avión, pero estábamos cerca. (...) Llegamos y lo que encontramos fueron cadáveres flotando y escombros. Cuando nos acercamos a la punta del avión miramos personas vivas en pánico”, explicó en un canal de televisión. La presidenta, Xiomara Castro, anunció en su cuenta de X que activaría inmediatamente los equipos de emergencia y que los hospitales públicos de San Pedro Sula y La Ceiba ya estaban listos para atender a los pasajeros accidentados. “Dios proteja las vidas de las personas”, concluyó.
Cantautor, guitarrista y percusionista, Aurelio Martínez es considerado uno de los grandes artistas de Centroamérica y el padre de la punta, un género musical afro-indígena tradicional de los garífunas. También fue el primer legislador negro en el Congreso hondureño. Su cuerpo será velado a partir del miércoles en la sede de la Organización Étnico Comunitaria (Odeco). “Queremos despedirlo como ser humano extraordinario que era”, cuenta Gregoria Jiménez, presidenta del colectivo. El maestro será recibido con cantos y bailes e interpretaciones de sus canciones más famosas y habrá un programa educativo alrededor de su vida y sus logros. “Gracias a sus canciones, nos dio a conocer en muchas latitudes. A nosotros, sólo nos queda iniciar procesos formativos donde se hable de quién era. Nuestro reto es dar a conocer su historia a los niños que no lograron conocerlo”.
Allan Bernández, garífuna y presidente de la Plataforma nacional de pobladores negros de Honduras (Planaponh), se reconoce consternado y recuerda con impotencia una de sus últimas charlas en las que Martínez le confesaba que le dolía no tener en Honduras el mismo reconocimiento que tenía en Asia, Europa o América. “Ahora seguro que saldrán muchos a hacerle reconocimientos póstumos, pero Honduras tiene una deuda enorme con las artes y la justicia social. Tiene una deuda enorme con Aurelio”, dice por llamada. Una de esas múltiples deudas que cita es la apreciación de la punta, el ritmo que catapultó el músico, miembro de Bravos del Caribe y Gatos Bravos de San Pedro Sula. “Para nosotros no es tanto un baile de festejo, sino que representa una expresión de batalla, de guerra. Es lo que se baila después de un triunfo de la lucha”, cuenta. “Es lo más intrínseco que existe entre nosotros; los niños desde los tres te bailan punta. Pero eso nunca se puso en valor en las escuelas criollas”. Pero Martínez logró que todo un pueblo sacara pecho de lo propio.
Su vida estuvo siempre marcada por la música y el compromiso con su cultura. Natalia Algarín, curadora y estratega de proyectos culturales y periodísticos, explica por teléfono que dejó el cargo como diputado “porque, como todas las buenas personas en política, no se dejó corromper”. Aún lejos del Congreso, nunca dejó de hacer política y de llevar los reclamos de su pueblo al mundo. Su norte, explica, fue la búsqueda de la “nación garífuna”, un concepto que alude a un pueblo esparcido entre Honduras, Belice, Guatemala, Nicaragua y la diáspora, principalmente neoyorquina, donde habitan casi 200.000 del medio millón de garífunas del mundo.
Para la diáspora también ha sido una figura clave. Este año, el cantautor empezó a organizar los preparativos de Miss Garífuna, un certamen que nada tiene que ver con la belleza física, y que se celebrará el próximo 5 de abril en el Bronx. Este concurso pone en valor la cultura, las tradiciones y las raíces de este pueblo y Martínez se encargó de enseñar el idioma a las participantes. Celoso de que los varones no tuvieran algo similar, impulsó los Premios Chatoyer, con una dinámica parecida que ya va por su tercera convocatoria. “Él hizo un buen trabajo con nosotros”, explica Mirtha Colon, activista y trabajadora social garífuna en el Bronx. “Le importaba que no se perdiera lo nuestro”.
Nueva York es ahora la meca de la paranda, otro de los ritmos tradicionales de este pueblo. A finales de los años 80, Aurelio formó su primer grupo, Lita Ariran, y se convirtieron en la primera banda que grabó en estudio estos ritmos que sonaron hasta en Japón. “Nada de lo que haces está desligado de tus raíces”, le decía en una entrevista para el Instituto Hemisférico de la Universidad de Nueva York la curadora colombiana al autor. “Aurelio sólo es posible gracias a la naturaleza interdisciplinaria y de resistencia de su propia gente; una comunidad negra descendiente de esclavos africanos e indígenas del Caribe”, añadía. Él, tímido, sonreía y asentía segundos antes de hablar, como acostumbraba, en plural. “Somos lo más cercano a la unidad de Centroamérica”, dijo entonces.
Es precisamente el sentido de pertenencia y la honra a un pueblo en eterna resistencia lo que impregnaba sus letras. El anhelo de volver a África, la identidad, las prácticas religiosas e incluso la orfandad por el sida son algunas de las temáticas del compositor que puso a bailar al mundo sin entender su lengua (y a los políticos que ni imaginaban que los criticaba a ellos). “Esta pérdida es para Centroamérica, como Camarón lo fue para España”, zanja Algarin.
El pueblo garífuna nació en el siglo XVII, en la isla caribeña de San Vicente. Según cuentan los relatos orales que han pasado de generación en generación, llegaron porque un barco que trasladaba esclavos naufragó cerca de esa isla y quienes viajaban en él acabaron mezclándose con miembros del pueblo indígena arawak. En 1779, cuando los británicos tomaron posesión de esas tierras, expulsaron a los garífunas a la isla de Roatán, parte de Honduras. La vida no fue fácil para ellos, ni entonces ni ahora. La ausencia del Estado, el racismo y la explotación de sus costas los ha obligado a resistir y a migrar, muchos de ellos desplazados por el turismo. “Es difícil perder un amigo”, reconoce Algarin. “Pero más díficil es saber el hueco que deja para una comunidad pequeña en número, pero gigante en legado”.