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Colombia inicia una campaña electoral entre némesis

El expresidente Álvaro Uribe se lanza a hacer proselitismo para activar a la derecha, mientras el senador Iván Cepeda entra a la contienda y unifica a la izquierda

Aunque a Gustavo Petro le quedan más de 11 meses de mandato, el primero de izquierda en la historia contemporánea de Colombia, el país ha entrado en una prematura campaña electoral que gira alrededor de la definición de su reemplazo. Y aunque los candidatos se cuentan por decenas, dos figuras concentran en este punto la atención. De un lado, el expresidente Álvaro Uribe, quien, si bien ni es ni puede ser candidato, pues la Constitución prohíbe la reelección, se ha convertido en un dínamo de la derecha que lidera hace un cuarto de siglo. De otro lado, el senador y recién anunciado precandidato presidencial Iván Cepeda, no solo defensor del Ejecutivo actual sino vieja némesis de Uribe.

Los dos políticos están trenzados en proceso judiciales desde hace más de una década, se han acusado mutuamente de delitos y representan los dos sectores políticos más movilizados y cohesionados del país.

Primero fue la llegada de Uribe a la campaña, un miércoles que el veterano político probablemente nunca olvidará. Condenado a fines de julio a 12 años de prisión domiciliaria en un caso de manipulación de testigos en el que Cepeda funge como víctima y que ha pasado ahora a una segunda instancia, el 20 de agosto recuperó la libertad gracias a una acción de tutela.

Su primera acción fue hacer una reunión política en un pueblo de su fortín electoral de Antioquia, el departamento por el que fue congresista y en el que fue gobernador antes de irrumpir en la política nacional como sorprendente ganador de las elecciones presidenciales de 2002.

Cabeza de un partido que fundó y del que es presidente vitalicio, Uribe había dedicado los últimos tres años a su proceso penal. Pese a que este sigue su curso en el Tribunal Superior de Bogotá, el poderoso político que en su día cambió la Constitución para hacerse reelegir se ha enfocado ahora en lanzar el proceso para seleccionar un candidato de la derecha que logre, en sus palabras, “recuperar al país de las garras del neocomunismo soportado en el narcoterrorismo”.

Esa retórica rabiosamente opositora se ha alimentado por un deterioro en la seguridad del país, que ha sido especialmente visible por el asesinato del senador y precandidato uribista Miguel Uribe Turbay, y luego por un ataque con explosivos a una base militar en Cali, la tercera ciudad del país.

Para una Colombia que enfrentó la ola oleada terrorista indiscriminada de Pablo Escobar hace tres décadas, el crecimiento de unas FARC que se sentían cerca de tomarse el poder a punta de secuestros, ataques a cuarteles de Policía y dinero del narcotráfico, y a unos paramilitares que cometieron cientos de masacres, la sensación de inseguridad actual es el revivir de un trauma. Uribe lo sabe, y ha regresado con su tradicional bandera de la seguridad. Una que se ha reforzado en sus huestes con llegada del padre del asesinado senador, Miguel Uribe Londoño, a la corta lista de aspirantes a candidato presidencial por ese partido, el Centro Democrático, y no solo porque haya llegado con un discurso reiterado de seguridad, sino porque su simple presencia ayuda a mantener vivas la rabia y el dolor por el asesinato.

En ese escenario, la aspiración presidencial que Cepeda ha anunciado hace poco más de una semana refuerza la cohesión del uribismo. Hijo de un político comunista asesinado por militares y paramilitares en 1994 -y, en ese sentido, tan víctima de la violencia como Uribe Londoño o el propio Uribe Vélez, a quien la extinta guerrilla de las FARC le asesinó su padre en un intento de secuestro en 1983- , el senador de izquierda ha sido un auténtico deus ex machina de los problemas legales de Uribe, algo imperdonable para los seguidores del expresidente.

En 2014, cuando Uribe era un senador opositor de derecha, y Cepeda lo era de la izquierda (en el medio, el antiguo uribista Juan Manuel Santos encaminaba al país hacia la paz con las FARC), el Congreso vivió un inédito debate de un parlamentario contra otro. Desde el atril, Cepeda señaló a Uribe por una alianza con paramilitares, una vieja acusación y rumor que nunca había llegado al Capitolio. La respuesta del aludido no fue solo negar los señalamientos, sino acudir directamente a la Corte Suprema de Justicia para denunciar al de izquierda de manipular testigos.

Pero los magistrados no encontraron sustento y, en cambio, sí indicios de que quien había cometido ese delito había sido el político de derecha. Uribe estuvo detenido, renunció a su curul para que el caso pasara a manos de la Fiscalía y terminó condenado en primera instancia. En todo ello, Cepeda se convirtió en un villano del uribismo pero también en un héroe del antiurbismo, una de las emociones más fuertes de la izquierda colombiana.

Por eso, la llegada del bogotano de 63 años a la carrera por ser el sucesor de Petro también ha llevado a un reagrupamiento de la izquierda. Respetado allí por todos los sectores, con credenciales innegables de militancia y con el impulso de haber logrado la condena del expresidente, Cepeda se erige en uno de los favoritos para ganar la consulta popular por la que, el último domingo de octubre, se definirá el candidato presidencial del continuismo. Aunque hay una docena de aspirantes, Cepeda apenas inicia el proselitismo necesario para enfrentarse a pesos pesados como el exsenador Gustavo Bolívar y el exalcalde de Medellín Daniel Quintero, que han aparecido fuertes en las encuestas.

El presidente ha indicado a sus seguidores que lo fundamental es mantener una unidad que les ayude a mantener unido su electorado, que ronda el 33% de los votantes, y para ello Cepeda tiene mejor perfil, pues tanto Bolívar, un guionista de televisión devenido político, como Quintero, imputado por corrupción y quien ha construido una carrera política individual entre el progresismo, producen resistencias en algunos sectores. Por eso, es probable que la campaña entre némesis siga adelante, por lo menos en las próximas semanas, y que las decenas de candidatos independientes, de centroderecha o centroizquierda, sigan lejos de los focos.

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