La bonanza desaprovechada
Hay un momento propicio para la economía. Pero no parece así y no se siente así. No lo siente la gente de las empresas. No hay el típico auge de consumo e importaciones, ni la revaluación del peso
La economía colombiana debía estar actualmente muy bien. Están dadas las condiciones para que despegara de la cuasi-recesión en que estuvo sumida los dos últimos años. Colombia experimenta una bonanza exportadora casi tan poderosa como la de 2011-2013, en términos de entrada de dólares por exportación de bienes y servicios, auge de turismo y remesas de los colombianos residentes en el exterior.
En el último siglo, cuando se dieron circunstancias...
La economía colombiana debía estar actualmente muy bien. Están dadas las condiciones para que despegara de la cuasi-recesión en que estuvo sumida los dos últimos años. Colombia experimenta una bonanza exportadora casi tan poderosa como la de 2011-2013, en términos de entrada de dólares por exportación de bienes y servicios, auge de turismo y remesas de los colombianos residentes en el exterior.
En el último siglo, cuando se dieron circunstancias tan favorables de ingresos de divisas, ocurría una serie eventos: revaluación de la moneda, bonanza de compras internas y de importaciones, sensación de optimismo entre las empresas y los padres de familia, aumento en la demanda de crédito y el nivel de los negocios, y subida del recaudo tributario por renta, IVA y aranceles. También era típico que esas oleadas de ingresos llevaran a nuevos emprendimientos de obras públicas. En fin, sobrevenían tiempos de optimismo y prosperidad.
Así sucedió en los años veinte, un siglo atrás, con el pago por Panamá y la llamada “Prosperidad al debe”. Más tarde, a fines de los años cuarenta e inicios de los años cincuenta, con la bonanza de precios y producción del café. En los años setenta con el auge de las exportaciones menores y luego con la bonanza cafetera de 1976-77. A final de los años ochenta y principios de los noventa sucedió algo similar con las inversiones y exportaciones derivadas de los hallazgos de carbón y petróleo. La última bonanza exportadora que experimentó Colombia fue a mediados de la primera década de este siglo, y duró hasta 2013.
Para ilustrar el auge actual, basta una mirada a la gráfica 1, que atestigua el buen momento de las exportaciones, los ingresos por turismo y el sólido flujo de remesas del exterior. Todas esas tendencias indican que, en materia económica, nos sonríe el mundo exterior.
Inclusive, la composición de los ingresos de divisas ha cambiado desde la anterior bonanza. Una década atrás, el petróleo aportaba más de 30.000 millones de dólares (MMD), mientras hoy suma la mitad, 15 MMD. Su precio el año pasado estuvo en 76 dólares por barril en promedio, mientras que en esa época fluctuaba entre 100 y 120. Si el precio hoy fuera similar, se llegaría a exportaciones de 20 MMD, lo cual muestra que la producción ha caído. Colombia podría volver al millón de barriles/día, e inclusive más, si se desarrollaran los hidrocarburos costa-afuera y el fracking del Magdalena Medio y la costa Caribe.
El carbón tiene un auge, al igual que las llamadas exportaciones no tradicionales, que alcanzan la cifra récord de 23,5 MMD. El café aprovecha un precio espectacularmente alto y llega a 3,4 MMD y el turismo se encuentra en un repunte tremendo con 7,9 MMD. Por último, pero no menos crucial, las remesas se acercan a casi a 12 MMD por año. Un buen amigo critica que, como porcentaje del PIB, esta bonanza no se acerca a la anterior, y, de hecho, ya declina.
En suma, hay un momento propicio para la economía. Pero no parece así y no se siente así. No lo siente la gente de las empresas, ni los padres de familia. No hay el típico auge de consumo e importaciones, ni la revaluación del peso. No se han disparado los negocios, ni el recaudo tributario, ni los proyectos de infraestructura. ¿A qué se debe el pesimismo en medio de un flujo tan grande de dólares? Alguien dirá, “No sólo de dólares vive el hombre”, ni la economía tampoco, aparentemente.
Dos razones protuberantes pueden explicar los ánimos sobrios. Primero la pesadez de este Gobierno desorientado que cada día da bandazos y pone regulaciones excesivas, burocratiza todo, deja extender en los campos la acción de criminales crueles y matonea a discreción a los muchos buenos empresarios y emprendedores que quieren arriesgar por el país con ideas e inversiones.
Es difícil consolidar una confianza en los pasajeros del Avión Colombia, si a 30,000 pies de altura el piloto da timonazos, casi siempre hacia la izquierda, cambia de rumbo y hay rumores de que no tiene mucha idea del destino adonde nos lleva, ni si quiere aterrizar en 2026 y dejar que una nueva tripulación los reemplace.
Por el contrario, por el micrófono del avión echa cada rato una sarta de frases delirantes sobre que estamos subidos en el avión de la belleza y la vida, y últimamente ha optado por llamar a la verdadera revolución popular, en la cual nos pondría a pelear los pasajeros, unos contra otros. Por su parte, la tripulación divide su tiempo entre criticar al piloto Petro y destruirse unos a otros.
El otro elemento sombrío es el mal manejo fiscal. No se entiende cómo una situación exportadora tan buena coincide con un déficit abultado y creciente del Gobierno (¡6,8% del PIB!), y con la acumulación de deudas de decenas de billones de pesos en salud, energía, infraestructura, ICETEX y gas, entre otros.
Van tres ministros de Hacienda y tres directores de Planeación Nacional, y no logran dar en el blanco para enderezar las finanzas públicas. Bastaría con que callen a su jefe, devuelvan la sanidad tributaria y la confianza, para que el país les entregara el crecimiento y el recaudo que tanto necesitan. Pero no, seguimos dando bandazos políticos y fiscales.
Tal vez este Gobierno, este piloto y esta tripulación ya se fueron así. Salvo que los señores Armando Benedetti y Roy Barreras, la verdadera tripulación titular, enderecen las cosas. No obstante, en el Gobierno recibieron muy mal su regreso. Son una sarta de desagradecidos, pues a esos dos señores les deben sus puestos ministeriales y sus prebendas públicas. ¿Acaso sólo Petro lo sabe?
Dudo que Benedetti y Barreras logren enderezar lo que queda de este Gobierno. El señor Petro los trajo para tratar de aprobar las moribundas y nocivas reformas laboral y de salud, y tal vez otra mala reforma tributaria. Y la titánica tarea de llevar al solio de Bolívar a Gustavo ídem.
Sólo verdaderos profesionales de la política pueden lograrlo. Benedetti y Barreras son dos electricistas, que conocen a la perfección el cableado eléctrico nacional, saben cómo dar energía electoral allí, y mover representantes y senadores allá para hacer parecer realizable lo imposible.
¿Qué ha cambiado en Colombia? Que las bonanzas exportadoras ya no parecen bonanzas. Lo que sí no ha cambiado son las instituciones políticas. Benedetti y Barreras representan las instituciones políticas colombianas más antiguas. Al traerlos para el último año de Gobierno, Petro demuestra que dichas instituciones están vivitas y coleando. Es la misma vieja e insufrible política que, a que al final, se impone y elige presidentes.
Volvamos a la economía. Las circunstancias están dadas para que, en los próximos cuatro años, un buen gobierno arregle esto. Esta bonanza de dólares puede durar y será un fundamento serio para que, con buen liderazgo, despeguen la economía y los negocios, y se recuperen la seguridad, la confianza y el recaudo. Pero hay que evitar que los señores Benedetti y Barreras se salgan con la suya.