Los expresidentes debemos ponernos de acuerdo para evitar los tristes espectáculos de peleas entre nosotros
El expresidente de Colombia Juan Manuel Santos responde a la carta pública que le escribió el periodista Roberto Pombo como parte de su libro ‘Muebles viejos’
El expresidente de Colombia responde a la carta pública que le escribió el periodista como parte de su libro Muebles viejos. En ella el director editorial de PRISA Media le dice a Santos que ha sido un oportunista, pero que lo “son en general todos los políticos, en especial los más competentes”. EL PAÍS publica en exclusiva la respuesta, en otra carta pública, del Nobel de Paz.
Apreciado Roberto,
Responder las cartas es de buenas maneras. Por eso ...
El expresidente de Colombia responde a la carta pública que le escribió el periodista como parte de su libro Muebles viejos. En ella el director editorial de PRISA Media le dice a Santos que ha sido un oportunista, pero que lo “son en general todos los políticos, en especial los más competentes”. EL PAÍS publica en exclusiva la respuesta, en otra carta pública, del Nobel de Paz.
Apreciado Roberto,
Responder las cartas es de buenas maneras. Por eso le respondo la que me envió a través de su reciente libro, donde hace una muy bien escrita demostración de su reconocida ecuanimidad y profesionalismo. Lo felicito. Le quedó muy bueno, pero, como buen periodista y por su carácter, estoy seguro de que prefiere las criticas a los elogios.
Lo primero es que tiene algunos errores fácticos.
El libro sobre El Club de Presidentes no se los envié a los expresidentes en 2018 sino en 2010, apenas me trasladé a la Casa de Nariño, con el ánimo de que acogieran algunas de las costumbres que ahí aparecen para bien del país. Aparentemente solo lo leyó Belisario Betancur (q.e.p.d.), que sin duda ha sido el mejor expresidente, como usted señala.
Por otra parte, yo no le hice ninguna oposición feroz a Uribe durante su primer Gobierno. Todo lo contrario. Ahí están todas mis columnas donde por supuesto le hago algunas críticas puntuales, porque esa es la labor de los columnistas, pero en términos generales lo apoyé en sus programas fundamentales. Sabas Pretelt es testigo de cómo, por ejemplo, no solo ayudé a la aprobación de la ley de Justicia y Paz (recuerdo una reunión en mi casa con Gina Parody, que se oponía con la pasión que la caracteriza), sino que le conseguí en Madrid una reunión con el Centro de Toledo para la Paz y con un grupo de importantes magistrados españoles con el propósito de ambientar esa ley, que no gozaba de buen recibo en la comunidad internacional.
Usted conoce a Uribe: si yo fuera su rabioso opositor, nunca me hubiera invitado a participar en su comitiva (yo era un simple ciudadano de a pie) en su visita de Estado a España en julio del 2005, y luego a verse con Tony Blair en Londres tan solo un par de días después del macabro ataque terrorista a la capital británica. Y se le olvidó mencionar que el partido que creamos con Oscar Iván Zuluaga, y que rompió 157 años de monopolio bipartidista en el Congreso, lo apoyó sin reservas en su reelección a pesar de que nunca estuvo de acuerdo con la creación de ese partido (el De la U) y se negó a recibir su aval.
También creo que ha debido mencionar que con Uribe no hubo ninguna solución de continuidad, como suele suceder con los cambios de Gobiernos. Uribe con Pastrana o Duque conmigo, para solo mencionar los más recientes. El nefasto adanismo (o a veces puro revanchismo) que ha sido tan costoso. No nombré algunos ministros de su agrado, como usted bien menciona, porque cada torero debe torear con su cuadrilla, pero los tres huevitos de Uribe los cuidé como si fueran míos. Veamos.
El huevito de la seguridad democrática: continué con lo que habíamos construido juntos y mejoramos lo que no estaba funcionando. Por fin le llegamos a la cabeza de la culebra, que era la obsesión de Uribe, y 47 comandantes más, para luego negociar la paz. Las FARC dejaron de existir como grupo armado ilegal, algo que Uribe y todos nuestros antecesores quisieron hacer. Cambiamos la doctrina militar para dar más énfasis a los derechos humanos y más legitimidad a las Fuerzas Armadas, y para que nunca más se repitan los falsos positivos, mejoramos la inteligencia y las operaciones, le pusimos especial atención a la seguridad ciudadana. Por todo esto, al final del Gobierno (2017) tuvimos el año más seguro de los últimos 50, y las Fuerzas Armadas gozaban de su más alta favorabilidad y respeto en Colombia y en el exterior. Ingresamos como socios a la OTAN para garantizar más transparencia y eficiencia en el aparato militar, incautamos cifras récord de droga, firmamos más de 140 extradiciones, desmantelamos no sé cuantas bandas criminales, en fin…
Sobre el segundo huevito de la confianza inversionista, solo basta mencionar que el PIB per cápita subió 30% en dólares, recuperamos el grado de inversión y lo mantuvimos hasta el final, el promedio de inversión extranjera se duplicó frente al la década anterior (de 6.500 millones a 13.000 millones de dólares), The Economist, la revista económica más prestigiosa del mundo, nos declaró el país del año en 2016, y nos aceptaron en la OCDE, que para generar confianza inversionista no es precisamente una lagaña de mico.
El tercer huevito, el de la cohesión social, ese sí que se lo cuidamos: el desempleo lo bajamos a un digito y ahí se mantuvo, la inflación promedio fue de 3,60%, muy inferior a las décadas pasadas, introdujimos el índice de pobreza multidimensional que redujimos de 23,5% a 12,2% (fuimos pioneros y hoy lo utilizan más de 50 países), la pobreza monetaria se redujo 10 puntos a 27% y la pobreza extrema de 12,5% a 7,2%. El indicador GINI de desigualdad bajó a 0,52, un nivel sin precedentes (pero todavía muy alto), decretamos la gratuidad en los colegios públicos hasta el grado 11, pusimos en marcha un programa muy agresivo para la primera infancia o reglamentemos la salud como derecho fundamental con el objetivo, entre otros, de acabar con el carrusel de la muerte. En fin...
En este tema de la salud, tan controvertido últimamente, también equiparamos el régimen subsidiado con el régimen contributivo para que desaparecieran los pacientes de primera y de segunda clase (subimos todos a primera), alcanzamos cobertura universal y pusimos en marcha un control de precios a los medicamentos, contra la furia de las multinacionales, que le ahorró al sistema y a los pacientes más de un billón de pesos al año. En todo esto hay que darles crédito a mis antecesores, porque construimos sobre lo construido desde el Gobierno de Gaviria. Por eso no se entiende la molestia de Petro por decir que, si bien se requieren muchas mejoras —nadie lo niega—, tenemos un sistema que funciona mejor que en muchos países. No se entiende tampoco que critique a mis hijos por acudir a la Fundación Santa Fe, cuando el propio presidente Petro fue operado allá y sus hijos y su distinguida esposa también han sido atendidos —y recientemente— en esa prestigiosa clínica. Lo que queremos es que todos los colombianos puedan tener acceso a esa calidad de servicio medico con un esfuerzo público-privado. ¡Tercera vía!
Como puede ver, querido Roberto, no pudimos cuidar mejor los tres huevitos. Pero ¡vaya ironía! Mi sucesor, el que puso Uribe, terminó rompiéndolos todos porque infortunadamente, en los tres frentes, retrocedimos muchos, muchos años. Ahí están las estadísticas públicas. Y no fue por la pandemia. Por desgracia, también rompió uno de los huevos que puso la palomita de la paz.
Hay otras imprecisiones y juicios de valor en su carta que no vale la pena traer a cuento y los entiendo también como consecuencia de lo que usted describe tan bien: la dificultad de ser un periodista objetivo o demasiado generoso con alguien que es tan amigo y pariente cercano. Siempre sufrí esa circunstancia con El Tiempo y le agradezco que usted fue mucho más justo y benévolo que, por ejemplo, mi hermano mayor, Enrique, quien me daba madera sin piedad para que, como usted lo dice, no lo acusaran de sapo. Gajes del oficio, y así siempre lo entendí. Seguimos con un amor fraternal inmejorable.
Lo felicito nuevamente por su libro. De pronto el próximo o su siguiente trabajo periodístico puede ser no sobre quien fue mejor expresidente sino el mejor presidente. Con cifras oficiales en la mano —porque ahí están—, y la historia y la evidencia que usted conoce mejor que nadie, puede hacer esa comparación y señalar quién obtuvo los mejores resultados. Para evitar suspicacias, lo puede hacer con PRISA, la prestigiosa casa periodística a la que usted ahora pertenece. Lo interesante, como usted lo menciona en su libro, es que va a descubrir que muchos de los resultados fueron producto de lo que hicieron o dejaron de hacer los antecesores. De ahí la importancia de construir sobre lo construido.
Termino con esto que le puede sonar algo insólito o imposible. Se nota que usted tiene muy buenas relaciones con todos los expresidentes vivos. ¿Por qué no nos invita a ponernos de acuerdo —una especie de pacto de caballeros— sobre temas esenciales para el futuro del país y unas reglas de juego que debamos seguir para evitar los tristes espectáculos de peleas entre nosotros, que tanto daño hacen? No se trata de callarnos, ni mucho menos (aunque yo creo que calladitos somos más bonitos), ni de que los expresidentes dejen de opinar, pero sí un acuerdo sobre lo esencial para preservar el decoro, la majestad del cargo que ocupamos, pero sobre todo nuestro Estado de derecho y nuestra democracia. Y por supuesto cerrar filas para que nadie se atreva, ni ahora ni en el futuro, a violar la Constitución y las leyes que todos juramos cumplir.
Se trataría de recuperar esa sana tradición de que hay temas donde la frase “La patria por encima de los partidos” (o de las vanidades y los egos), se debe aplicar. Tenemos que evitar situaciones tan embarazosas y contraproducentes como las que un expresidente descalifique a un presidente en ejercicio mediante cartas como la que se le envió recientemente al presidente Biden, o publicar libros con desinformación y juicios errados de valor (y traicionando el secreto de otro expresidente) sobre asuntos tan delicados como el diferendo limítrofe con Nicaragua, precisamente ad portas de un fallo de la Corte Internacional de Justicia. Eso simple y llanamente no se hace, o no se debe hacer.
Si volvemos al espíritu de los constituyentes que dio origen, por ejemplo, a la Comisión de Relaciones Exteriores, y adoptamos algunas de las costumbres del libro El Club de Presidentes, le haríamos un gran servicio al país. En otras palabras, que los muebles viejos no estorbemos y que nos puedan usar, para bien del país, cuando se requiera. Como debe ser en toda democracia civilizada.
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