Micaela Chirif: “Aún hay mucha literatura para niños que desprecia al lector infantil”

La autora peruana, premiada en varias ferias internacionales por sus libros infantiles, presenta en la Feria del Libro de Bogotá su nueva obra: Sabor

Micaela Chirif, escritora y poeta peruana, en Bogotá, el 21 de abril de 2023.CHELO CAMACHO

La literatura infantil y la poesía son, en el mundo de la escritora peruana Micaela Chirif, dos caras de una misma moneda. “Hacer literatura para niños es moverse dentro de un lenguaje que no sea muy críptico, no sobreelaborar las cosas, justo algo que ya hago en la poesía”, dice la autora de 20 libros ilustrados que han sido traducidos al coreano, alemán, italiano o francés, y premiados alrededor del mundo, desde Alemania hasta China. En Nueva York, su obra ...

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La literatura infantil y la poesía son, en el mundo de la escritora peruana Micaela Chirif, dos caras de una misma moneda. “Hacer literatura para niños es moverse dentro de un lenguaje que no sea muy críptico, no sobreelaborar las cosas, justo algo que ya hago en la poesía”, dice la autora de 20 libros ilustrados que han sido traducidos al coreano, alemán, italiano o francés, y premiados alrededor del mundo, desde Alemania hasta China. En Nueva York, su obra Una noche sin dormir fue elegida en 2022 por la Biblioteca Pública de la ciudad entre los 10 mejores libros para niños en español. En Brasil, su libro ¿Dónde está Tomás? fue seleccionado entre los 30 mejores publicados en el país durante el 2019. Ese mismo año, en la Feria del Libro de Guadalajara, obtuvo el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños por su libro El mar.

Los suyos son libros para aprender palabras en quechua, o el nombre de animales en extinción en Perú, o incluso aprender sobre el duelo: Una canción que no conozco es inspirado en la partida de su ex pareja, en 2007, el poeta José Watanabe. “Es un libro para adultos pero lo han leído niños —porque siempre se cree que un libro ilustrado tiene que ser para niños. Y los niños que lo han leído me han hecho preguntas muy interesantes sobre la muerte”, cuenta Chirif. La autora viajó a Bogotá esta semana para presentar en la feria del libro (FILBO) su nueva obra, Sabor (Océano), un libro para niños y un poema para adultos: para quienes no tienen idea a qué sabe el umami, ni recuerdan cómo el calor de un sartén puede transformar el sabor de una cebolla. “Comemos todos los días y hemos dejado de prestarle atención al sabor, no nos detenemos a explorarlo”, dice Chirif en entrevista con EL PAÍS.

Fragmento del libro 'Sabor' de Micaela Chirif, Ignacio Medina y Andrea Antinori.Cortesía editorial Océano

Pregunta. ¿Por qué decidió enfocarse en el sabor para su nuevo libro?

Respuesta. En el Perú estamos como obsesionados con la comida, y hay mucho sobre cómo se preparan unos tamalitos, o un no sé qué, pero todo eso vinculado a la receta y no a la experiencia misma del gusto. Lo que yo me dije es: ¿Qué pasa si damos un pasito atrás? Me pareció que necesitaba a alguien que supiera de gastronomía, y en el año 2020 conocí a Ignacio Medina, periodista gastronómico, y le pregunté: ¿no te gustaría hacer uno para niños sobre la experiencia del sabor? Empezamos a escribirnos, a mandarnos material, y así tomó forma el libro: él me enviaba información, y me dejó el placer de escribir el libro con información, humor y literatura.

P. Hay autores que dicen que uno de los retos más complejos en la literatura es lograr describir bien un sabor. ¿Le ayudó la poesía para describir los sentidos?

R. Sí, la poesía me daba mucha libertad, aunque en este caso hay una experiencia compartida —ya hemos probado lo salado, lo ácido, lo dulce. Yo podía buscar buscar entonces descripciones más subjetivas: decir que el ácido es “como que te tiren agua fría por la espalda”; o el sabor dulce “es como caerse sobre algo blando”. Con el umami fue distinto, porque ahí no hay un conocimiento compartido, entonces hay una pequeña descripción en función de otros sabores, y luego una invitación al lector a explorarlo por sí mismo.

P. ¿Qué le sorprendió investigando sobre el sabor?

R. Me gusta que la literatura infantil es, como cuando escribo poesía, volver la mirada a las cosas más cotidianas, a todas las experiencias que tenemos tan asumidas que ya dejamos de prestarles atención. No sabía, por ejemplo, que el olor y el sabor juegan un papel tan importante para el gusto. Son dos sentidos entremezclados. Hay yogures de durazno o mango que en realidad no tienen nada de fruta, ni siquiera tienen un saborizante: lo que tienen es un olor que te recuerda esa fruta. Ese olor te hace creer que estás comiendo fruta, pero no es cierto. Incluso tu estado de ánimo puede influir en el sabor: no te sabe igual un plato cuando estás de mal humor que cuando te dan una buena noticia. Cuando migramos de un país a otro, ese plato que nos dieron en casa cuando éramos pequeños nos sabe más especial fuera del país. Tenemos un vínculo muy afectivo con el sabor.

P. Cuando empieza a escribir un libro infantil, ¿piensa en el rango de edad de los lectores?

R. No, uno no piensa en el destinatario. No porque no te importe el destinatario, sino porque estás tratando de hacer el mejor libro que te salga, y si tienes que complacer a un destinatario acabas deformando el libro para un destinatario abstracto. Si el libro funciona, en realidad, encontrará a sus lectores. Hacer literatura para niños es moverse dentro de un lenguaje que no sea muy críptico, no sobreelaborar las cosas, justo algo que ya hago en la poesía. Es tratar de hacer algo que no sea amenazante, algo que acoja al lector, pero sin banalizar, no trivializar. Hay mucha literatura infantil súper banal, súper trivial, llena de diminutivos horribles y con mucho desprecio por ese lector infantil. Tenemos que esforzarnos por hacer los mejores libros porque estamos formando un gusto estético, un interés, una curiosidad, un lector. Y no lo vas a formar a ese lector diciendo ‘acá viene la moraleja, ahora tienes que ser un niño bueno’. No, estás formando una estética, un gusto.

P. ¿Sigue siendo menospreciada la literatura infantil entre los géneros de la literatura?

R. Un poco menos, pero sí, aún se cree que cualquiera puede escribir literatura para niños. Eso me parece peligroso, porque en realidad escribir para niños tienen sus peculiaridades. Mucha gente se lanza a escribir para niños sin haber leído libros para niños, sin tener una aproximación seria a lo que puede necesitar un lector infantil. Creen que han descubierto la pólvora cuando de pronto están escribiendo algo que ya se ha escrito muchas veces, o escriben algo muy trivial. Hay una idea aún que trata a los libros infantiles como si fueran aspirinas: hay padres que llegan a una librería preguntando ‘¿qué libro me recomienda para que mi niño deje de portarse mal?’. Hay una función formativa en los libros infantiles, pero eso no quiere decir que el libro infantil debe ser pedagógico de forma explícita.

P. Es decir, hay que respetarle el carácter interpretativo a la literatura para niños y niñas, entender que no es solo moralejas para que los chiquitos se porten bien

R. Totalmente. Porque uno está haciendo, en primer lugar, literatura. Independientemente de si es para adultos o niños. Yo creo que hay que defender eso, y eso se olvida con mucha frecuencia.

Micaela Chirif sostiene su libro 'Sabor' el pasado 21 de abril en Bogotá.CHELO CAMACHO

P. Entendida así, la literatura infantil es también para los adultos

R. A mí me gusta la posibilidad de crear libros que tengan varias capas de lectura, una más sencilla pero una en la que se pueda seguir ahondando, y me gusta crear libros que puedan funcionar como puntos de encuentro intergeneracionales. No un libro que sea: ‘le voy a leer esto a mi hijo porque le gusta pero a mí me parece muy aburrido’. Sino un libro que sea: ‘voy a leer esto con mi hijo, porque a mí también me entretiene’.

P. ¿Son los lectores niños más críticos que los lectores adultos?

R. Sí, los adultos son más complacientes, mientras que si a un niño no le gusta el libro pues lo cierra y ya. Maurice Sendak, el autor famoso de Donde viven los monstruos, decía que algunos niños le decían de frente: su libro es un asco. Otro niño le dijo que le encantaba su trabajo, y la mamá le contó al autor que el niño se comió un dibujo de Sendak. Ese es el mayor elogio. Yo entiendo que la librería para niños Espantapájaros, en Bogotá, tiene una sección que se llama ‘Los más mordidos’. Es recordar que los libros son, ante todo, físicos.

P. ¿Recuerda cómo fueron sus libros infantiles cuando era niña?

R. En Perú, en esa época, había unos libros infantiles muy curiosos, un montón de libros chinos y rusos, libros de la Unión Soviética, que eran chistosos porque podían contar la historia a los niños de, por ejemplo, las brigadas rojas. O a un lado venía una historia un zar, una princesa, esas cosas, y al otro lado una historia sobre la lucha contra los burgueses. Eran libros de propaganda pero tenían unas ilustraciones maravillosas. Aparte de eso, yo de niña tuve al suerte de vivir en una casa donde había muchos libros y yo agarraba muchos que no eran para niños. Aveces no entendía nada, pero hay un placer en ese aproximarse a algo que uno no entiende del todo pero te deja con imágenes o el sentimiento de que un día lo vas a entender. Creo que eso es bueno también para un niño, no reducir el mundo al que pueden aproximarse.

P. ¿Cómo saltó usted de la poesía a la literatura para niños?

R. Cuando yo escribía solo poemas, tenía una pareja, el poeta José Watanabe, que en su último año de vida me dijo que él quería hacer un libro para niños sobre un albatros que no quiere volar y un señor intenta enseñarle, pero al final el señor es el que se va volando. Cuando José falleció, me dió mucha pena que esa historia se quedara sin escribir, entonces la escribí y ese fue el primer libro de niños que hice, Don Antonio y El Albatros. Está publicado a nombre de los dos, y fue una manera para mí de hacer el duelo. Luego vinieron los otros libros y, bueno, escribir literatura para niños se volvió como una herencia que él me dejó.

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