La parte oculta del Mundial de Ajedrez de Dubái

Un recorrido por las entretelas del escenario de la Expo Universal donde se enfrentan Carlsen y Niepómniashi

La sede del Mundial en la Expo Universal de Dubái, con el escenario acristalado e insonorizado al fondoEric Rosen/FIDE

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¡Hola! ¡Saludos desde Dubái!

Los duelos por el título mundial, que antes duraban meses y ahora tres semanas, alimentan esa imagen engañosa del ajedrez: dos personas, casi siempre hombres, poco menos que inmóviles durante horas. ¿Qué puede tener eso de interesante?, se pregun...

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¡Hola! ¡Saludos desde Dubái!

Los duelos por el título mundial, que antes duraban meses y ahora tres semanas, alimentan esa imagen engañosa del ajedrez: dos personas, casi siempre hombres, poco menos que inmóviles durante horas. ¿Qué puede tener eso de interesante?, se pregunta cantidad de gente. Ustedes ya saben la respuesta: muchísimo, por lo que ocurre en sus mentes, por lo que representan, por las apasionantes conexiones del ajedrez con diversas ramas de la ciencia y el arte, etc. Hoy les voy a contar qué hay detrás del escenario de Dubái donde se enfrentan los gladiadores mentales Magnus Carlsen e Ian Niepómniashi (esta grafía es más cercana a la pronunciación en ruso que Niepómniachi).

El español David Llada, jefe de Comunicación y Mercadotecnia de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), me guio ayer por la zona más restringida del Dubai Exhibition Centre (DEC), el enorme palacio de congresos dentro del recinto de la Expo Universal. Es decir, todas las personas que entran en el DEC ya han debido pasar el control de seguridad de la Expo, parecido al de los aeropuertos. Y quienes tienen acceso a la zona del escenario deben superar más controles.

Ambos jugadores son escaneados en el cuerpo entero antes de cada partida en prevención de cualquier artilugio electrónico por el que alguien externo les pudiera soplar las jugadas recomendadas por computadoras que calculan millones de posiciones por segundo. Y no solo eso: uno de los árbitros cuenta con una máquina que detecta y bloquea cualquier tipo de emisión electrónica (incluido bluetooth) distinta a la necesaria para que el tablero donde se disputan las partidas transmita instantáneamente cada jugada a las pantallas gigantes para el público y a la señal de internet para todo el mundo. Es decir, aunque Carlsen o Niepómniashi lograsen colar un microauricular invisible e indetectable en el escenario, no les serviría de nada.

Por imprevistos, Llada tiene en Dubái responsabilidades mucho mayores que las propias de su cargo. De hecho, ha sido el responsable principal del montaje del escenario y el enorme anfiteatro, y eso me permite conocer detalles interesantes: “Tuve que hilar muy fino en varios asuntos para que no se enfadase nadie. Por ejemplo, como el camerino de Carlsen está más cerca del escenario que el de Niepómniachi, su baño es el más lejano, para compensar”. Más problemático fue contentar a los diferentes patrocinadores: “Cada marca quiere estar en el punto exacto que le garantiza más apariciones en fotos y vídeos, o donde más mira la gente; de modo que tuve que hacer un estudio minucioso para que la distribución de los espacios fuera equitativa en partes diversas de la mesa y el escenario”.

En el camerino de Niepómniashi hay abundantes bebidas de cola, chocolate, café y té de varios tipos. En el de Carlsen, un montón de agua Isklar (uno de sus patrocinadores), y frutos secos. En ambos, una butaca y una pantalla de televisión, donde se proyecta la señal del tablero electrónico, lo que permite que el jugador pueda seguir la partida desde el camerino cuando le toca jugar a su rival.

Los espectadores pueden entrar con teléfonos móviles porque el escenario está insonorizado. Y protegido por una gruesa mampara de cristal opaca (ellos pueden ver a los jugadores, pero estos no a ellos). Sin embargo, la zona de los baños y camerinos no lo está: “Esto nos obliga a pedir al público que se mantenga en total silencio, como en los torneos de ajedrez normales, sin aislamiento acústico”.

La mesa donde se disputa el Mundial en el escenario de la Expo DubáiERIC ROSEN

Llada diseñó también la mesa, con los centímetros adecuados a ambos lados entre el borde del tablero y el de la propia mesa para que el noruego y el ruso puedan apoyar los brazos a gusto. Las sillas, de despacho, son las más cómodas que recuerdo haber probado en mi vida. Y la luz también ha sido estudiada escrupulosamente, para evitar sombras en el tablero y facilitar el trabajo de los fotógrafos; solo ocho de ellos pueden estar en la zona acristalada durante los primeros minutos de cada partida.

Detrás del escenario, escondidos entre biombos, están los habitáculos de trabajo de la televisión noruega NRK y la estadounidense NBC. Ambas, junto a la rusa Match TV, la emiratí y varios medios propios de a Expo hacen una cobertura diaria y cuentan con acceso preferente a los jugadores tras las partidas.

Finalmente, Llada me abre el sancta sanctorum, la sala VVIP (very very important person). Unos 30 metros cuadrados acristalados a la izquierda del escenario, ocultos al público con butacas muy cómodas; desde aquí, los jugadores están solo a unos metros. Y su existencia tiene una explicación lógica: “No descartamos que algún día pueda venir Putin. A un personaje así no le puedes decir que tiene que estar aquí a las 16.15 en punto para no molestar a los jugadores, porque vendrá cuando quiera. De este modo, cuando llegue un personaje de ese nivel le podemos meter aquí discretamente, pasándolo por detrás del escenario, sin que los jugadores se enteren”.

Entre otras atenciones especiales, esa sala tan exclusiva almacena varias botellas de un vino de Burdeos que produce Andréi Filátov, uno de los millonarios rusos más próximos a Putin, presidente de la Federación Rusa de Ajedrez, filántropo del arte ruso y propietario de un viñedo en esa famosa ciudad francesa. Ciertamente, ver tan de cerca al campeón del mundo y su retador -esas dos personas casi inmóviles durante horas- mientras se disfruta de un caldo exquisito no parece un mal plan para una tarde en Dubái.

(Suscríbete al boletín semanal ‘Maravillosa jugada’, de Leontxo García)

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