Kaspárov, un alfil contra el rey Putin
Rusia incluye al excampeón del mundo de ajedrez en su lista de “terroristas y extremistas”. El ahora activista político se exilió a Nueva York en 2013 cuando el presidente ruso le puso en el objetivo junto a Borís Nemtsov y Alexéi Navalni, hoy ambos muertos
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¡Hola! ¿Cómo están? Yo, preocupado por la vida de un personaje muy influyente en la mía, Gari Kaspárov, quien aparece en la lista de “terroristas y extremistas” señalados por el Gobierno de Rusia, ...
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¡Hola! ¿Cómo están? Yo, preocupado por la vida de un personaje muy influyente en la mía, Gari Kaspárov, quien aparece en la lista de “terroristas y extremistas” señalados por el Gobierno de Rusia, a la que ha tenido acceso la agencia de noticias France-Presse. La noticia no me sorprende —si continúan leyendo, verán que hay sólidos motivos para ello—, pero sí me preocupa porque el presidente Vladímir Putin no sigue el sabio principio de Aaron Nimzóvich, un gran teórico del ajedrez: “La amenaza vale más que su ejecución”. El rey del Kremlin piensa justo lo contrario. Por tanto, los alfiles que le atacan corren mucho peligro.
Y el alfil Kaspárov lleva mucho tiempo atacando: ya lo hacía antes de retirarse de la alta competición, en 2005, para dedicarse, como tarea prioritaria, a luchar contra Putin, a quien ya entonces acusaba de querer “dar jaque mate a la democracia rusa”. Les recomiendo efusivamente que lean, con la perspectiva que dan 18 años, la entrevista política que le hice en Moscú en diciembre de 2005. Y si se quedan con ganas de saber más, el libro de Kaspárov “Winter is coming” (Viene el invierno), publicado en 2015, poco después de que Putin se anexionase Crimea, es, por desgracia, una tremenda exhibición de clarividencia: Kaspárov fue uno de los poquísimos analistas que definió entonces al jerarca ruso como lo que ahora sabemos que es sin duda alguna: un peligro terrible para el mundo.
Lo sabemos, pero algunos, y especialmente el partido Republicano de Estados Unidos, sojuzgado por Donald Trump, actúa como si no lo supiera cuando congela las ayudas prometidas a Ucrania. Tras la invasión, Kaspárov volvió a advertir con claridad que se debe parar a Putin a cualquier precio, aunque ello incluya, por ejemplo, que Europa abandone su dependencia energética de Rusia y asuma las duras consecuencias del periodo transitorio. Es verdad que “cualquier precio” también incluye el riesgo de guerra nuclear. Pero, cuando le han preguntado por ello, Kaspárov recuerda que ese botón rojo no lo puede pulsar solo Putin; hacen falta al menos dos personas más, el ministro de Defensa y el jefe de Estado Mayor, que estén de acuerdo, a sabiendas de que eso conllevará la destrucción inmediata de la mayor parte de Rusia y sus habitantes.
Tras la invasión de Ucrania en 2022, Kaspárov recordó un párrafo de su libro con especial interés: “Una guerra siempre es terrible, pero no se puede ignorar el peligroso giro de Putin hacia el imperialismo de base étnica. Quienes dicen que el conflicto de Ucrania está muy lejos, y ven poco probable que conduzca a una inestabilidad global, se pierden la clara advertencia que nos ha hecho Putin. No hay razón para creer que su visión anunciada de una Gran Rusia terminará en el este de Ucrania; y hay muchas razones para creer que no lo hará. Los dictadores solo se detienen cuando son detenidos, y apaciguar a Putin con Ucrania solo avivará su apetito por más conquistas”. Está escrito hace casi diez años, pero es plenamente vigente.
Recuerdo bien aquel viaje a Moscú para la citada entrevista. Me sorprendieron dos cosas. Yo sabía —por mis largos y numerosos viajes anteriores a la URSS y Rusia— que un considerable porcentaje de los rusos occidentales rozan (o traspasan) la línea del racismo y la xenofobia, y, por tanto, era muy escéptico en cuanto al tirón político que podía tener un moreno nacido en Azerbaiyán de madre armenia y padre judío. Pero en ese momento (ahora quizá sea distinto) Kaspárov era todavía un ídolo deportivo nacional recién retirado, y su gloria pesaba mucho más que su origen étnico. Lo pude comprobar con claridad cuando lo acompañé a varios colegios electorales (se celebraban los comicios municipales) y a reuniones con otros líderes de la oposición, que lo trataban con gran respeto. Su principal problema como político profesional no era la falta de apoyo popular sino el veto atroz que sufría en los medios de comunicación rusos más importantes.
La otra sorpresa fue lo convencido que ya estaba Kaspárov entonces de que su vida corría serio peligro, tras sufrir dos agresiones leves en actos políticos. Durante los casi tres días que pasé junto a él nos rodeaba un equipo de guardaespaldas (en tres turnos cada 24 horas) y nos movíamos en un coche blindado. Por eso, mi primera pregunta fue si había leído el Quijote, dado que él se jugaba la vida a pesar de que podría vivir muy bien y tranquilamente, tanto dentro como fuera de Rusia.
Como casi siempre cuando se intenta entender al personaje Kaspárov, la clave de esa extrema nobleza y coherencia con sus ideas está en su madre, Clara Shagenovna, una de las personas más duras que he conocido, y en la frase que ella me dijo cuando la entrevisté para EL PAÍS SEMANAL en diciembre de 1985 (por desgracia, no está disponible en la hemeroteca digital), mes y medio después de que su hijo se convirtiese en el campeón del mundo más joven de la historia: “Ser el número uno es muy duro y muy difícil. Por tanto, vivir por el placer de vivir es algo que ni mi hijo ni yo comprendemos”.
Hacia 2012, seis años después de aquellos tres días en Moscú, Kaspárov recibió información muy fidedigna de que grupos extremistas cercanos a Putin estaban pensando en asesinar a uno de los tres opositores con mayor popularidad: Borís Nemtsov, Alexéi Navalni o Kaspárov. El excampeón del mundo tomó en 2013 la decisión más difícil de su vida: emigrar a Nueva York dejando a su madre en Moscú. Cuando ella murió durante la pandemia (diciembre de 2020), él no acudió al funeral ante el gran temor de lo que pudiera pasarle: Nemtsov había sido asesinado a tiros cerca del Kremlin en febrero de 2015, y Navalni, envenenado en agosto de 2020.
Emigró a Nueva York —con segunda residencia en Croacia para obtener un pasaporte europeo—, pero se mantuvo tan activo o más que antes: presidente de la Fundación de Derechos Humanos (Human Rights Foundation), escritor, articulista, conferenciante, todavía ajedrecista de vez en cuando, Kaspárov es un activista político muy intenso en Twitter (ahora X), entrevistado con frecuencia por grandes medios de comunicación estadounidenses.
Navalni murió en una cárcel de Siberia el pasado 16 de febrero mientras su compañero opositor, calificado por el Kremlin como “agente extranjero” desde 2022 y ahora como “terrorista y extremista”, dormía en Nueva York. Cuando despertó, reaccionó calificando esa muerte de “asesinato”, y añadió: “Putin no consiguió matar a Navalni rápida y secretamente haciendo que lo envenenaran, y ahora lo ha asesinado lenta y públicamente en la cárcel. Navalni ha sido asesinado por desenmascarar a Putin y a su mafia como sinvergüenzas y ladrones”.
Quiero creer que Kaspárov sabrá protegerse, y que será menos optimista y confiado que en 2014, cuando lo acompañé seis días en un avión privado que le prestó el mecenas estadounidense Rex Sinquefield. Recorría países buscando votos como candidato a presidente de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) frente al hombre de Putin que ocupaba entonces el cargo, Kirsán Iliumyínov. Lo primero que hacía antes de cada despegue y después de cada aterrizaje era llamar a su madre. Convencido de que iba a ganar a pesar de ser muy consciente de la enorme corrupción reinante entre los delegados, perdió por 110-61.
Pero soy moderadamente optimista, en cuanto a que tomará todas las precauciones aconsejables, por algo que ocurrió hace dos años. Una productora española de documentales le propuso viajar a Sevilla y encontrarse con su otrora encarnizado rival Anatoli Kárpov, (hoy diputado del Parlamento de Rusia por el partido de Putin, aunque contrario a la invasión de Ucrania) para revivir el duelo por el título mundial que ambos disputaron en el teatro Lope de Vega en 1987. A pesar de que el dinero no era un problema y de que su recuerdo de Sevilla es muy grato, Kaspárov se negó en redondo. Y no es difícil deducir por qué.
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